La inmediatez, ese relámpago constante y diafano nos hace un día en un segundo. Apenas podemos platicarlo tímidamente cuando empieza otra canción en el aire. Nadie ha movido las manos en el mismo sitio del mundo, tampoco dos momentos se repitieron.
Lo inmediato es incierto. Un lugar donde nadie ha ido. Aun cuando la gracia consiste en encontrar un lugar donde posarse levemente. Y pensar que de millones de cosas que tenemos para ver escogemos unas cuantas y hacemos nuestro territorio efímero : un Oxxo en la esquina, un Jet a las tres de la tarde que hace mucho no pasa, dos perros que ladran, la llanta ponchada de un carro y etc.
Pero los actos sucesivos continúan su magestuosa existencia. Los actos, tal como ocurren en el instante, son lo único que hay. De inmediato se cierra y se abre otro telón. La película continúa con otros personajes y como si nadie nos hubiésemos dado cuenta. No cuentan.
En el estuario de la ciudad los actos sucesivos conducen a las personas con una bolsa a su ritmo en lo que cruzan el centro. Todo acabará dentro de un momento. El gran lago, el paraíso lleno de flores del presente cierra sus puertas a cada parpadeo. Lo más inmediato se avalanza sobre los cuerpos que caen ultimados por la indiferencia, y la vida sigue.
En la pantalla la realidad inmediata e inmensa va tejiendo su trampa. Hace su jale. Todo mundo sabe qué día es hoy y podrían cantarlo en un improvisado coro de comedia gabacha.
Los objetos que durante el día acuden a un trabajo tienden a regresar por la tarde, es posible que lo hagan, como es posible que los cambien. El armario es grande. Nadie ocupa un lugar de antes. Nadie estuvo ayer, ni un video, sólo el instante, con su inmenso mensaje.
La luz que se apagó hace rato, parece que fue ayer, ya fue encendida de nuevo. Amanece sin piedad y de inmediato. En lo que canta un gallo. La respiración hace un ritual y el cuerpo sale lentamente del sueño. Entonces comienza la calle a donde todavía no se sabe.
Da el caso que usted llega y se sienta a observar la película, luego otra con fines más dramáticos, camina por pasillos imaginarios de enormes salas vacías hasta llegar a su casa y protagonisa usted el papel principal que comienza improvisar en este instante.
Desde luego da unos pasos sucesivos y de ahí puede discutir sobre cómo es que pasa la vida, tal vez por eso los niños, esos viejos conocedores de lo inexplicable, cuentan los pasos de aquí a donde vayan. Si uno camina un rato quizás se vuelva una convocatoria a los acreedores, uno qué va a saber de eso.
En la realidad no hay repetición como en la tele si algo no viste, no hay repetición y comienzan a salir las versiones de las víctimas y de aquellos que se cubrieron de gloria. Otros venden empanadas aprovechando el momento histórico. La inmediatez es cubierta por lo inmediato, alguien sin camisa barre una calle solitaria al amanecer del día siguiente.
En mis textos el café es de grapa así que siempre hay uno a la mano, a veces pido uno y me lo traen de inmediato, según lo rápido que escriba, el tiempo que tenga y gente que haya en el establecimiento.
Cuando todo esto ya no exista y más tarde se apaguen las luces, ayúdame palabra a extrañar nada. Lo único real es una viejita que vendía dulces de calabaza. Luego ya sigue el muro del tiempo que ha pasado.
Ahí sobre el asiento contiguo va mi cartera. Olvidé llegar al Oxxo. Se me olvidó a qué iría hace como dos días. Ignoro cómo es que llegué a casa. Si tuviese que describír cada paso, cada escenario, neta no me acuerdo de nada.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA