La revolución provocó una afluencia de refu- giados políticos e inmigrantes indocumen- tados a la región fronteriza, politizando a la población del Valle y perturbando la política tradi- cional de la región.
Algunos elementos radicales vieron la Revolución Mexicana como una oportunidad para lograr cambios políticos y económicos drásticos en el sur de Texas.
El Plan fue promulgado el 6 de enero de 1915 en San Diego, Texas, pequeña población que en el pasado había pertenecido a Tamaulipas, y que se localiza cerca de la rivera del río Nueces.
De acuerdo a lo pactado, en San Diego se establecería un gobierno y se organizaría un Ejército Libertador de las Razas y de los Pueblos, integrado por mexicoamericanos, afroamericanos y japo- neses, bajo una bandera blanca y verde que iba a unirlos.
El 20 de febrero, a las dos de la madrugada, los signatarios se levantarían contra el gobierno de los Estados Unidos, para segregar los Estados de Texas, Nuevo México, Arizona, California y Colorado, y de esa manera reintegrarlos a la República Mexicana.
Se estipulaba también que en la nueva frontera se crearían seis Estados Negros y que, a los apaches de Arizona y demás pieles rojas, se les restituirían sus tierras.
Otros autores señalan que el plan, en realidad fue redactado en una cárcel de Monterrey, Nuevo León.
Habría una guerra racial sin cuartel, con ejecución sumaria de todos los hombres blancos mayo- res de dieciséis años.
La revolución iba a comenzar el 20 de febrero de 1915. Funcionarios federales y estatales encontraron una copia del plan cuando las autoridades locales de McAllen, Texas, arrestaron a Basilio Ramos, Jr., uno de los líderes del complot, el 24 de enero de 1915.
EL PLAN ORIGINAL FUE REFORMADO DÍAS DESPUÉS
La llegada del 20 de febrero produjo solo otro manifiesto revolucionario, más que la insurrección prometida. Similar al plan original, este segundo Plan de San Diego enfatizó la “liberación” del proletariado y se enfocó en Texas, donde se establecería una “república social” que serviría de base para extender la revolución por el suroeste de Estados Unidos. Los indios también debían alistarse en la causa.
Pero sin signos de actividad revolucionaria, las autoridades estatales y federales descartaron el plan como un ejemplo más de la retórica revolucionaria que floreció a lo largo de la frontera.
Este sentimiento de complacencia se hizo añicos en julio de 1915 con una serie de redadas en el valle bajo del Río Grande relacionadas con el Plan de San Diego. Estas incursiones fueron dirigidas por dos seguido- res de Venustiano Carranza, Aniceto Pizaña y Luis De la Rosa, residentes del sur de Texas. Las bandas utilizaron tácticas de guerrilla para interrumpir el transporte y las comunicaciones en la zona fronteriza y matar a los anglos. En respuesta, el ejército de los Estados Unidos trasladó refuerzos al área.
Cuando Estados Unidos reconoció a Carranza como presidente de México en octubre de 1915, las redadas se detuvieron abruptamente. Sin embargo, las relaciones entre Estados Unidos y Carranza se agriaron rápidamente en medio de la creciente violencia a lo largo de la frontera.
ALGUNOS CARRANCISTAS ESTABAN IMPLICADOS
Cuantos conocieron el Plan, rieron de su contenido, y no faltó quién lo creyera invención calumnio- sa para desacreditar a Venustiano Carranza.
Lo grave era que los signatarios existían, que estaban en relaciones con personajes del Estado Mayor carrancista, y sobre todo que poco después abrían una serie de cerca de cincuenta expediciones filibusteras que partiendo de Tamaulipas, llevaron el terror a la parte baja de la margen izquierda del Río Bravo.
Era tanto el coraje que sentían los mexico-texanos contra los anglos, por su constante discrimi- nación, que la rebelión pronto encontró muchos adeptos.
Sobre el origen que desencadenaría en el Plan de San Diego, Ricardo Flores Magón escribiría en su periódico:
“El origen de la revuelta se encuentra en los siguientes hechos: un mexicano bailaba en una casa de un pueblecillo cercano a Brownsville y un norteamericano quiso arrebatarle la mujer.
El mexicano se opuso, y al salir a la calle fue muerto a traición por el norteamericano. Los mexicanos vengaron inmediatamente la muerte de su paisano, y eso dio origen a que los vengadores se retiraran del poblado, ya armados y dispuestos a defenderse del linchamiento o de la horca. La situación precaria de varios hombres les hizo ver una oportunidad pa- ra alzarse en armas, y las tomaron, para ganarse el pan de esta forma violenta.”
Pronto surgirían muchas teorías sobre el verdadero motivo político de esta revuelta. Una de ellas involucraba al ex presidente Victoriano Huerta, pues un tal Basilio Ramos había sido capturado en Brownsville con una copia del Plan de San Diego y al ser interrogado, admitió ser de los firmantes junto con ocho huertistas más.
Pero sin duda alguna, la teoría más aceptada fue la que afirmaba que Venustiano Carranza apoyó la elaboración del Plan con el fin de explotar la tensión entre los tejanos y americanos blancos, y así poder presionar para que los Estados Unidos reconocieran su gobierno en ese crucial 1915, cuando libraba en una cruenta guerra civil contra los villistas.
Esta última teoría cobró fuerza cuando testigos señalaron al general Emiliano P. Nafarrate, coman- dante carrancista de la guarnición de Matamoros, como director o protector de los malhechores.
LA PRENSA GRINGA SIGUIÓ LOS ACONTECIMIENTOS
La prensa de aquellos días fue dando cuenta de los combates librados entre mexicanos y fuerzas de Estados Unidos en los territorios que comprendían los condados texanos de Hidalgo, Cameron y Starr.
El gobernador de Texas pidió tropas federales para sofocar la revuelta, pero los funcionarios del presidente Wilson rechazaron la petición, pues creían que el asunto no era nada más que dispu- tas locales.
Así que el gobernador Ferguson, bajo la presión de los residentes y los intereses comercia- les, encontró un poco de dinero extra para combatir a los rebeldes. Pronto los temidos Rangers y las guardias del gobernador tomaron medidas drásticas, ordenando a los refugiados de la revolución mexicana que habían venido a Texas, volver, o de lo contrario morirán.
FUE MUCHA LA REPRESIÓN CONTRA LOS CHICANOS
Muchos mexicanos fueron pensados por las armas por ser ligados al Plan y otros simplemente fueron asesinados sin ser comprobada del todo su participación en la rebelión. Pero la brutalidad no era unilateral.
Los mexicanos intentaron una serie de asesinatos de funcionarios de Estados Unidos; un par de los cuales tuvieron éxito.
El 24 de septiembre de 1915, cerca de 100 combatientes del Plan, acompañados de soldados carrancistas acantonados en el Norte de Tamaulipas, cruzaron el río Grande y atacaron la ciudad de Progreso (vecina de Nuevo Progreso en el actual municipio de Rio Bravo).
Los rebeldes saquearon y quemaron el lugar, y capturaron a un oficial del ejército estadounidense llamado Richard Johnson, el cual fue llevado con ellos al otro lado del río.
Se supo que ya en tierras tamaulipecas Johnson fue ejecutado, y que dos soldados carrancistas le quitaron las orejas como recuerdo y que su cabeza fue cortada y colocada en un poste para que los estadounidenses lo pudieran ver.
Aun así, las autoridades estadounidenses no cul- paron a Carranza por los ataques, no tenían prue- bas para hacerlo, y su jefe militar en Matamoros, el general Nafarrate, repetía constantemente que los ataques eran cometidos por unos renegados que habían desertado de sus fuerzas.
LA LUCHA SIGUIÓ POR VARIOS DÍAS
Mientras tanto, el derramamiento de sangre continuó en octubre. El general Funston estaba harto, por lo que pidió al Departamento de Guerra aprobar una ley de lucha a muerte y por consiguiente “no tomar prisioneros”. La solicitud fue rechazada. En ese momento, el Ejército estadounidense tenía 5.000 hombres apostados en la región.
La Oficina Federal de Investigaciones (predece- sora del FBI) también estaba involucrada. Se que- ría contratar sicarios para asesinar a algunos líderes del Plan de San Diego.
Sorprendentemente, Washington dio el visto bueno, pero un abogado anglosajón protestó, y la trama fue dejada a un la- do. Aun así, el gobernador Ferguson ofreció una recompensa de “vivos o muertos” por los jefes del Plan. Nadie se aprovechó del dinero y ésta jamás fue cobrada.
Sin embargo, la rebelión estaba a punto de terminar de todos modos. El 19 de octubre, los Estados Unidos dieron el reconocimiento diplomático a Carranza como presidente de México.
Cinco días más tarde, se puso fin a la guerra y algunos de los rebeldes fueron capturados o muertos.
Los efectos de dicha revuelta permanecen aún hoy en día, pues todavía hay mucha desconfianza entre los residentes de ambos lados del Río Bravo. Y las tensiones en el sur de Texas todavía son pro- fundas.
NAVARRETE SE LLEVÓ EL SECRETO A LA TUMBA
Se dice que en abril de 1918 la autoría intelectual de Venustiano Carranza en el Plan de San Diego estuvo a punto de ser descubierta cuando su amigo el diputado constituyente, Emiliano P. Nafarrate, amenazó con decirles a los estadounidenses la verdad, pero el secreto se iría con el general a la tumba, pues estando Nafarrate en Tampico con la finalidad de darle pruebas incriminatorias a funcio- narios de Estados Unidos, fue asesinado por unos gendarmes la noche previa, mientras se encontraba divirtiéndose en un burdel porteño.
La prensa de la época dijo que el crimen tuvo finalidades político militares.
POR MARVIN OSIRIS HUERTA MÁRQUEZ