Toca la puerta de los campus mexicanos un extraño movimiento estudiantil nacido en la aristocrática Universidad de Columbia, institución privada con sede en el Alto Manhattan, Nueva York, una de las más selectivas, elitistas y prestigiadas del mundo.
El trasfondo son las imágenes demoledoras que nos llegan desde la franja de Gaza, en Palestina, donde la ofensiva israelita ha llegado más allá de la respuesta antiterrorista para convertirse en una franca guerra de exterminio.
Entre intentos fallidos de diálogo, se han ido sumando (en distinto grado) las universidades de Berkeley, Harvard, Cornell, Princeton, Yale, Massachusetts, Georgetown, Chicago, Míchigan, Pensilvania y medio centenar de instituciones estatales.
En Europa ya levantaron la mano centros como Oxford, Cambridge, Glasgow, Ámsterdam, Nanterre y La Sorbona, entre otras. En México, la UNAM.
La pregunta de hoy en Columbia, como décadas atrás en México y París, es hasta dónde la intolerancia gubernamental y la brutalidad policiaca han catapultado el movimiento. Rudeza innecesaria, arrestos y golpizas.
Resulta difícil calcular cuantos centros académicos del mundo se han solidarizado con Columbia porque (1) comparten su defensa de Palestina o tan solo se adhieren a la protesta (2) para condenar la represión oficial.
LOS EXCLUÍDOS
Se enciman los tiempos. El próximo 14 de mayo, cumple 76 años la declaración de 1948 que creó el estado de Israel en territorios árabes. Negociaciones que reconocieron espacio a los jordanos pero no a los palestinos, bajo la reverenda estupidez de que serían el mismo pueblo.
Para los defensores de este tratado infame, la parte árabe estaba suficientemente representada en el reino hachemita de Jordania, ignorando que los palestinos poseen historia, identidad y cultura propias.
Error tan grave como el confundir a un francés con un belga, un alemán con un austriaco o un guatemalteco con un salvadoreño, tan solo por las similitudes que guardan en cuanto a perfil étnico, idioma y religión. Aún así son distintos.
Ciertamente, millares de familias emigraron a países vecinos como Jordania, Líbano, Siria, Egipto, Kuwait, Arabia Saudita y, en menor grado, Irak y Turquía.
Aunque muchos decidieron quedarse en la tierra de sus ancestros y hoy suman alrededor de 5 millones que sobreviven en un territorio fraccionado (Gaza y Cisjordania), regiones separadas entre sí por valles bajo control de Israel.
El tratado dejó en el aire a los palestinos y sembró una bomba de tiempo con estallidos recurrentes entre el vecindario árabe y la nación judía, durante los sucesivos conflictos de 1948, 1956, 1967, 1973, 1982 y posteriores, hasta la fecha.
CHOQUE DE EXTREMOS
Es tarea poco aconsejable tomar partido por uno o por otro bandos, aunque la razón histórica favorezca a los palestinos, dueños originales de esas tierras antes de que los hebreos colonizaran el valle de Canaan, en tiempos bíblicos.
Tampoco es reversible la creación de Israel porque sus asentamientos han tenido un crecimiento acelerado y muy exitoso desde su instauración hace siete décadas, lo mismo en proyectos urbanos que en unidades de producción rural.
La región palestina se encontraba muy atrasada por siglos de colonialismo. Los judíos llegaron con una visión del mundo desarrollado (Europa, Estados Unidos) y vigorosos modelos de producción que en poco tiempo desplazaron a la vieja agricultura de autosubsistencia precapitalista de los nativos árabes.
Otro tema difícil de consenso es el ataque terrorista que desató el grupo guerrillero HAMÁS en octubre de 2023, origen de la actual ofensiva israelí. En ambos lados, las principales víctimas son civiles inocentes.
Por ello es tan difícil cuadrar una discusión sobre el tema porque las dos trincheras se han cometido atrocidades tan graves como equiparables.
Responsabilidad mayúscula para la ONU el no haber impulsado desde un principio la instauración de una patria palestina, con territorio definido, gobierno propio y fronteras precisas. Los injustos tratados de 1948 se hicieron al gusto de Israel.
¿ESTADO BINACIONAL?
En el año 2000, un líder pragmático y sin pelos en la lengua como fue el dictador de Libia, coronel MUAMAR GADAFI, publicó un libro intitulado “Isratina, el Libro Blanco” que escandalizó a medio mundo y puso los pelos de punta a los gobiernos del Medio Oriente.
En ambos lados del conflicto causó escozor la idea de GADAFI, expresada en un proyecto ejecutivo y metas concretas, bajo ese curioso nombre de “Isratina” (conjunción de las palabras Israel y Palestina), donde propuso la creación de un estado binacional judío-palestino llamado “República Federal de la Tierra Santa”.
Un estado único y secular donde cupieran todos, con elecciones libres supervisadas por la ONU y la eliminación de armas de destrucción masiva. Y aunque MUAMAR fue derrocado y murió en 2011, su hijo mayor SAIF AL-ISLAM GADAFI sigue defendiendo el proyecto como la única salida a largo plazo.
Tachada de excéntrica, la visión de los GADAFI acertó al menos en un punto. No hay solución posible que excluya a una de las partes en beneficio de la otra. Los terroristas de HAMAS quieren la desaparición de Israel; los fundamentalistas judíos de BENJAMÍN NETANYAHU buscan arrasar con todo vestigio de la identidad palestina.
Posturas radicales, genocidas ambas, que entrañan un estado de guerra perpetua, con el creciente riesgo de que involucren a potencias nucleares vecinas como Irán (amén de Rusia y Estados Unidos).
Esto último sería lo más delirante y acaso por ello, entre el recuento de escenarios infernales que dicha región podría depararnos, la propuesta de GADAFI (aunque rara) representa al menos un punto de partida.
POR CARLOS LÓPEZ ARRIAGA
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