CIUDAD VICTORIA, TAM.- El Caminante va a cumplir 4 meses de usar habitualmente su bicicleta. Diariamente recorre 7 kilómetros de ida y 7 kilómetros de regreso en su vehículo de dos ruedas con tracción a golpe de chamorro.
Después de dos atropellamientos leves empujones, cerrones, mentadas de madre y huevazos, por fin logró encontrar la ruta más segura y directa a su centro de trabajo a excepción de unas cuantas calles complicadas, el recorrido suele ser tranquilo y hasta disfrutable.
Una gran parte de ese trayecto es por una de las vialidades mas polémicas de la capital: el eje vial Norte – Sur Lázaro Cárdenas. Un amigo del Caminante, chilango 100%, le preguntaba porque lo llaman así, si es el único en la urbe “no hay eje Oriente – Poniente, o diagonal, en la capirucha tenemos un montón de ejes pero aquí solo hay uno” fácil, se llama así porque va paralelo a las vías del ferrocarril, y ya.
El eje vial victorense tiene sus ventajas y desventajas: la carpeta con tramos de concreto hidráulico y otros de asfalto está en aceptables condiciones, su trazo es casi recto excepto en las cercanías a la antigua estación del ferrocarril y salvo en raras ocasiones, los semáforos suelen funcionar correctamente la mayor parte del año (solo el del cruce hacia “la Caminera” está inservible desde hace meses) y otra de sus bondades es la enorme acera (o banqueta, para la raza) que permite la circulación de bicicletas y el paso a peatones y deportistas que corren y corren buscando bajar la lonja.
El eje vial tiene tres principales problemas, el menor de ellos es la nula iluminación en algunos tramos, otro, es la falta o deficiente de señalización que provoca constantes percances viales. Pero la más grave de todas es el caótico sistema de drenado. Siempre que cae un aguacero, el tramo comprendido entre la calle Matamoros y el cruce donde concurren las vías férreas, la avenida Zeferino Fajardo y calle Mariano García Sela (el cruce hacia la Camionera, pues) se vuelve un verdadero rio, con crecientes y “bajadas” de agua, remolinos, lagunas y una corriente agresiva.
En Victoria todos saben que si ya lleva más de 15 minutos lloviendo copiosamente, el eje vial se convierte en un gran riesgo para peatones y automovilistas. Entre ese pedacito entre la Caminera y Berriozábal, el agua puede llegar a subir de nivel en cuestión de minutos
Son muchas las publicaciones en redes sociales mostrando coches inundados y hasta arrastrados por la violenta corriente que se forma en ese punto. Esto representa un peligro para aquellos que se han visto atrapados por el temporal en esa ubicación.
Hace unos días el Caminante decidió ‘jugársela’ y pedaleó por el eje vial aún bajo una copiosa lluvia. ‘No pasa de que me moje y me cambie de ropa llegando al periódico’ pensó el vago reportero. Avanzó desde la también llamada ‘calzada Tamatán’ sobre la acera, pasó Grand Estación, el patio de vías, el tejabán en el cruce con Matamoros e incluso llegó a la Avenida Carrera Torres y solo se había mojado los zapatos.
Tras cruzar la calle Berriozábal, unos metros adelante se topó con otro ciclista que le advirtió: “Pa’alla ya no se puede pasar, está muy peligroso, yo que usted me regresaba” dijo el ‘don’ como de sesenta años.
El Caminante detuvo su marcha y vio cómo la corriente que bajaba de la calle Expropiación Petrolera formaba un impresionante remolino al topar con la malla del dren paralelo al eje vial. Dio media vuelta y atravesó las vías para tomar los carriles que corren de sur a norte, los cuales aun no se encharcaban.
Más seguro y tranquilo pedaleó hacia rumbo a la joroba, pero unos 200 metros adelante se topó con otra lagunota. La única solución era trepar a las vías, y avanzar. Eso hizo. El aguacero se intensificó y tuvo que tener mucho cuidado de no tropezar con los durmientes. Volteó a su derecha y vio cómo el caudal de agua había subido más de metro y medio y la corriente asemejaba a un rio embravecido. “De la que me salvé” pensó.
Pero al llegar al cruce de la Caminera vio cómo el nivel de agua lo superaba y alrededor de diez autos detenidos, al ya no poder avanzar sobre las calles anegadas. Por momentos, la corriente estuvo a punto de derribar al Caminante, pues ésta jalaba las llantas de su bicicleta cual flotadores en rio.
“¡Agárrese bien que se puede caer!” le gritó una señora desde una XTrail. A pasitos, el vago reportero llegó a la otra acera y pudo pedalear su bici nuevamente. De ahí a la joroba el trayecto fue menos arriesgado aunque el agua que se desbordaba de las vías hacia la acera lo empujaba hacia la calle. Finalmente llegó a la joroba y de ahí al Expreso. Fue una travesía que nunca olvidará y de preferencia nunca repetirá.
POR JORGE ZAMORA