Sabíamos que estaba por llegar, una mañana avisó que ese día llegaría, en la casa todo se volvió carreras y nerviosismo para llevar a mi hija a esperarla.
A mediodía llegó y se la llevaron a mi hija para que la alimentara y estuviera con ella. Sofía mostró que es de buen comer, cuando su mamá la acercó a su pecho, inmediatamente se puso a comer con gran fruición.
Cuando terminó se tomó una gran siesta de dos horas mientras mi mujer, mi yerno y yo le hacíamos compañía a mi hija y pusimos a debate a quién se parecía más: si a mi yerno o a mi hija.
Me he dado cuenta de que es una verdadera necedad tratar de identificar el parecido de los recién nacidos con alguno de los padres, la criatura aún tiene la carita hinchada y tratar de ver a quién se parece más es un ejercicio inútil.
Sofía tiene unas mejillas que parecen manzanas, redondas y rojas, mi esposa me dijo que come “bien bonito” para calificar su apetito. Le extiendo los brazos para cargarla y me ve con un gesto adusto, desconfiada, se voltea buscando a su madre, quién sonriendo la anima para que se venga conmigo, finalmente sin mucha convicción me da los brazos, la cargo mientras mi mujer me da mil recomendaciones acerca de cómo debo cargarla.
Mi hija me da un biberón porque ya le toca comer y me siento a dárselo, la niña lo toma con mucha familiaridad como si tuviera ya tiempo de usarlo, aunque mi hija me dice que apenas tiene dos semanas de que le da el biberón.
No parece que haya niña recién nacida, es tranquila, come y duerme la mayor parte del tiempo y cuando está despierta, solo observa, siempre con el gesto adusto, pareciera que aún no sabe si le gusta estar en nuestro mundo, que preferiría estar en el vientre de su madre.
La saco al jardín, la luz del sol la obliga a cerrar sus ojitos, mi mujer me dice mostrando un descubrimiento “¡Ya viste, tiene los ojos azules!”, “hay mujer, no sé cómo puedes decir eso si aún no puede abrir bien sus ojos”, le digo, “pues los tiene azules” -me replica.
La levanto sobre mi cabeza y la niña muestra su más amplia sonrisa mientras que mi mujer me reprende “Bájala de ahí, mira nomás, se te puede caer”, yo le hago caso para evitar que venga y me la quite, de cualquier forma, la niña y yo pasamos un round de amor de alrededor de media hora donde yo le hacía toda clase de gestos y caricias que ella disfrutaba y me recompensaba con su risa. Salimos nuevamente al jardín y la llevé a ver las flores, las toca, le corto alguna para que la huela, le gusta hacerlo, quiere que la acerque lo más posible a las matas para tocar no solo las flores sino también las hojas.
Sofía es curiosa, le gusta ver a detalle todas las cosas incluyendo los juguetes de su hermana Victoria, aunque a esta no le hace gracia que los agarre y se los lleva, aquí Sofía se dio cuenta del poder que tiene su llanto, cuando su mamá se da cuenta que Victoria le quitó algún juguete, se acerca a ella y le dice “Mamita, ¿puedes compartir por un ratito el juguete con tu hermana?” y aunque Victoria no está muy convencida le da el juguete a Sofía.
A los cuatro meses fuimos a visitarlos nuevamente llegando mi hija nos dijo “Que creen, a Sofía le salieron los dientes de abajo”, inmediatamente la fuimos a ver, efectivamente tres dientes ya asomaban en la encía inferior. “Le estoy dando pedacitos de comida para que aprenda a usarlos”, “No, ¿cómo crees?” dijo mi esposa “Está muy chiquita”, pero la mamá le siguió dando pequeños pedazos de plátano, papa y otras cosas.
La niña estaba fascinada con sus dientes y los utilizaba para su deporte favorito: comer. Un día que estaba en la cuna jugando con algunos de los juguetes de Victoria, esta se acercó queriéndoselos quitar, pero Sofía encontró otro uso para sus dientes, dándole una mordida a su hermana en uno de sus bracitos “Arma mortal tres” dijo mi esposa.
Al año ya hacía solitos, y aunque su carita reflejaba el temor que le daba pararse, esto no impedía que lo siguiera intentando. Luego se dio cuenta de cómo usarlos para caminar, aunque daba tres pasos y se sentaba.
Mi hija y mi yerno nos invitaron a pasar una semana en una playa. Ellos llegaron primero así que cuando nosotros llegamos mi hija nos fue a esperar afuera del hotel, iba con mis nietas.
Cuando nos vio Victoria gritó “Nana, Papa”, así abrevia “grandmom” y “grandpa”. Sofía por su parte nos veía, ya no con aquel gesto adusto sino con una sonrisa. Mi mujer tomó de la mano a Victoria y yo a Sofía, durante el trayecto nos encontramos a varias de las muchachas que trabajaban en el hotel y tenían perfectamente identificadas a mis nietas “Adiós Victoria”, “Adiós Sofía”, ambas decían adiós con las manos.
Yo iba embelesado viendo a Sofía caminando y su cabello pelirrojo lleno de rizos danzaba en el aire. Una de las empleadas le dijo a Sofía “Adiós princesa”.
Y sí, Sofía era una de las tres princesas que tengo como nietas.