Camino por dentro de mi cuerpo, el camino es de arcilla y asbesto, el techo de lámina rechina con el viento y con el vuelo de los pájaros. La construcción infinita instituye los pasos estudiados desde el jardín a la fecha, antes de ser yo por completo.
Un río revuelto lleva peces a la gran mesa donde instalo mi existencia. Abajo de un árbol se enciende la hoguera por si un frío invierno en las miradas. Los espejos recogen mis gestos y los guardan, tengo en custodia la risa de todos los que conmigo rieron impulsados por mi silencio.
En la sinagoga una vez dicha, la garganta surte efecto en cada palabra, un poco más tarde los oídos escuchan las respuestas más próximas a la cara. He cerrado los ojos al cruzar un puente, de labio a labio me dije algo de olvido para evitar cualquier idea fija de aburrimiento.
Al fondo de la casa están los hilos de la trama que mantienen el cuerpo, sobre los pies y en los dedos tecleo la forma de la tierra, estampo la firma y mi huella. Huellas que antes fueron pelota, un gol deliberadamente preciso en los cristales de la ventana.
Adentro de esta casa vive un hombre con millones de mundos, le hablo y oigo mi nombre. En un momento de las cortinas doblan las mariposas como chispas que estallan en un montón de moscas.
En los ojos de los patios una asamblea de pequeños ingenios elaboran ingredientes para las ilusiones pasajeras. En la estación más próxima se han bajado los años desde los abuelos. Se navega de noche con la luna grandota desde septiembre con un hilo de estambre jalando un barco.
Aquí en esta estancia he esperado como navegante con una lámpara en la mano, con los ojos entrecerrados he visto las enormes dimensiones de la vida de las células.
Apenas presente me ha bastado para abrirme paso en el reino interior del tiempo, arraigado al sulfato de cobre, a una novia muy pobre, a cada estrella posterior al relámpago, al forzoso confidente entre los dientes. Sin embargo el silbato de trenes me condena amarrado a los rieles, no puedo escapar de ahí a donde quiera que vaya. No podría ser forastero, inmigrante, ajeno al cuerpo. En todas partes será esta mi casa, estas manos escribiendo, estas ganas y después otras cuando vaya más lejos.
Por los poros respira el alma, la piel chinita produce escalofríos ante los objetos maravillosos, puede latir a mil por hora la casa, estremecer los simientes y los símbolos
En el cuarto previo a la salida está mi teatro donde ensayo mis óperas primas callejeras una vez terminada la rutina de lavar los trastes. La agenda sin agenda organiza el caos entre las butacas de la luneta.
Aquí bailando me hice revolucionario, el cuerpo es único cuartel del hombre. Aquí tuve el sueño de la patria, aquí miré mis muros, brinqué la roca púrpura, pasé con mis venas al monstruo de la muchedumbre.
Aquí desnudo he pasado las noches de invierno a estómago lleno de fantasías, he publicado junto a los espejos que observan reiterativos mis movimientos absurdos. A veces desde la recamara atisbo el incienso de la sala, el perfumado olor de los pulmones.
Viajo a dos aguas por los canales de lámina al sur del suelo cuando despierto sin heridas, como nuevo. Estiro los brazos y toco el techo, cercano al pecho. El corazón preside los comités de defensa de pies a cabeza sin ocupar una piedra. El corazón como el estómago también piensan, aunque usted no lo crea.
Entre la luz abrumadora de la tinta camino sin saber, nadie lo sabe. El cuerpo lleva al único puerto después del océano, trae la carga del lenguaje, la lavanda fresca de los días. Los autores automáticos de la memoria escriben un diario infinito de esta anécdota.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA