Abra usted la puerta y si no abre confirme que en realidad no podrá abrirla, por tanto está usted encerrado. Corrobore si usted trae o no un golpe en la cabeza que le pudiese hacer olvidar que llegó ahí esposado y por tanto está en un presidio; busque su cama y efectivamente está usted en el hogar dulce hogar, en donde aún quedan vestigios de su mujer desplegados por el territorio.
Ahí encuentra la mochila para ir a la montaña, los pantalones cortos para moverse por la casa, los guantes para golpear el costal colgado en el patio antes de colgar los guantes. Desde luego un braciere desgarrado de ella, calzones decolorados por el fragor de la batalla. Pero ni abajo de la cama encuentra la explicación, el motivo y la razón de estar atrapado en su cuarto de 4 x4. Qué gacho.
En descargo piense que el mundo está también igual, que hombres como usted también están bajo arresto sin explicación, sin siquiera poder echar una llamada para preguntar. Además sin Internet revisar redes sociales, pues falló hace años y todavía no llegan los técnicos.
Qué tal si todos los hombres del mundo estamos encerrados en un cuarto; piense en eso mientras encuentra una respuesta más lógica. Pero no piense tanto, sería cruel que también se volviera loco, aunque ignoro si de último momento sería lo más políticamente correcto.
Se mira al espejo y nota que ese que ve no es usted; bueno, sí es usted pero con el miedo mal redactado se desconoce. Tiene qué asimilarlo, si sigue así el cuerpo irá cambiando. Sería horrible que se volviera una cucaracha como Gregorio Samsa de Kafka, pero usted no escribiría ese novelón, usted nada más sería la víctima.
Afuera una señora barre su banqueta, pasó el elotero al que nunca le compra, ahí anda el perro de todos y de nadie, un elemento activo de la banda del moco verde se asoma por la ventana, se puede oír el motor de las motocicletas, los coches lejanos, el tren humedecido, la estación de radio con la canción de Peso Pluma bailando. Desde un avión invisible un niño invitado al texto se lanza en paracaídas y cae a mitad de página.
Por algo urge salir. Considere que el gato huyó antes que usted, los animalejos mucho antes se fueron a la llegada del gato, los recuerdos se pusieron también lejos de la memoria, no recordará quién compró la alfombra, quién se tropezó la última vez con la pata de la mesa.
Analice la posibilidad de pedir auxilio. Al grito saldrían los vecinos impulsados por la curiosidad y el morbo. Nadie le hará un paro. Ya lo conocen, dirán que es puro pedo. Que es otro de sus delirius tremends. Eso sí, vendrá la señora de la tanda, la de la tienda a la cual debe un varo y un señor que ni conoce querrá contra usted desquitar todas las afrentas, mejor no le mueva, busque otra alternativa.
Otra opción es salir por la fuerza bruta, oradar la pared, romper el vidrio más grueso con un marro. Aunque por lo incomunicado no podrá llamar a un albañil de esos que tienen herramientas o cuyas manos gruesas parecen de marro. Busque abajo de la cama, al fondo del closet.
Entonces haciendo caso a mis últimas recomendaciones usted comenzó a realizar un agujero en la pared que da al mundo. Un agujero estratégico donde nadie lo vea hacerlo, con golpes leves de martillo hogareño.
En eso escucha un rechinido de la puerta y luego la luz que entra. Es su querida esposa, “¿qué estás haciendo Martín, que no estás en tu color? “, usted le dirá como tirando besos, “aquí clavando un clavo para colgar el cuadro de cuando nos casamos” . Y eso está bien. Ya me había espantado. Ámela así, hasta el delirius morten.
No más que sí… yo cuando vi la abnegación, la entrega total de usted en esta historia, neta, sin tantita pena, yo sí había pensado en salir por la puerta falsa. Sí… de la Matrix.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA