CIUDAD VICTORIA, TAM.- Sobre la acera camina una señora y sus dos pequeños hijos, sorteando las montañas de bolsas de basura acumuladas, mientras los perros se pelean los despojos que logran extraer de cada una de estas.
Al llegar a una esquina la madre detiene su marcha, toma a ambos niños de la mano y exclama “Arturito, Agustín, espérense que ahí viene un marihuano”.
Es cuando una figura oscura y sucia se aparece atrás de un árbol de Neem. Sus pasos son lentos y la mirada un tanto perdida, su cabello se ha pegado por la suciedad y sus pies calzan unos tenis viejos sin agujetas.
Empuja una carriola y sobre ella varios objetos: una batería de coche, algunas tablas de madera, cartón y un tramo de alambre de púas. La señora aprieta las manos de sus hijos y suspira aliviada al ver que el indigente pasa de largo.
El hombre, joven aún, ni siquiera posó su mirada en la madre que sintió un sobresalto al encontrárselo. Posiblemente ni siquiera la notó.
Se llama Rubén, pero todos lo conocen como ‘Pelto’, aunque sus apellidos nadie los sabe. Tampoco es marihuano, ni peligroso, aunque casi cada persona que se lo topa suele juzgarlo así.
A sus 25 años aprendió una sola cosa: si no trabajas no comes. Por eso todos los días realiza un recorrido por varias colonias hasta llegar a la compra de chatarra que amablemente le recibe los triques y chácharas que va recogiendo en su camino. Pello casi no habla, y las pocas veces que lo hace, por lo general nadie escucha. “Está malito” dice la poca gente que lo conoce, para tratar de explicar su extraña conducta. Es su vaga manera de explicar el padecimiento mental que parece exhibir. Realmente nadie sabe de dónde vino y es difícil saber con exactitud dónde vive. Hace tiempo, Don Felipe, un señor que vende productos de limpieza dijo haber conocido a uno de sus hermanos. “Dicen que son de Abasolo, pero que vivían en Güémez, y de chavitos su mamá se los trajo a vivir a Victoria, pero luego su hermano le ‘pegó’ pa’ la frontera y la señora se murió de cáncer y ya nadie se ocupó de él desde que tenía como diez años, y su papá …pues sabe Dios quien será” contó en aquella ocasión el ‘viejón’ al Caminante.
Contrario a lo que se pueda pensar Pello no es agresivo. De complexión delgada y tez morena, El hombre de un metro y sesenta centímetros de altura casi nunca se baña, a menos que lo agarre un aguacero a media calle. Cuando necesita refugiarse o pasar la noche suele invadir casas abandonadas o vehículos yonqueados. En una de las compras de fierro que suele visitar, el dueño ha dado la orden de que cada que acuda le den un mínimo de veinte pesos por lo que lleve, si lo que trae consigo vale más, pues que se lo paguen. Esto lo hacen como caridad. Con las ‘ganancias’ de la jornada de trabajo Polito se compra su pan de cada día, ya sea de dulce o un bolillo, y su refresco (o lo que le alcance) a veces logra dos visitas al día, a veces ninguna.
Pero no todo es tristeza y soledad en su vida, de vez en cuando camina hasta algún tianguis cercano y se entretiene viendo cada puesto y tendido, aunque nunca falta el comerciante que ‘lo corre’ o aleja, considerando que el mal olor que despide molesta a la clientela.
También hay gente buena que ignorando su apariencia le convida algo de comer e incluso le regala unas monedas. Cuentan que, en una ocasión, una señora de una estética lo bañó y le cortó el cabello y le obsequió ropa para que en ese barrio ya no lo confundieran con limosnero, alcohólico o drogadicto, lo cual es curioso porque a Polito no le gusta el ‘pisto’ ni fuma. Así como él, deambulan por la ciudad cualquier cantidad de personas cuya mente ha sido invadida por alguna enfermedad, trastorno o padecimiento, y que, al abandonar la razón, les llaman ‘locos’.
Sin embargo, tras esos ojos tristes y evasivos se halla un ser humano con sentimientos, necesidades y contadas alegrías. Personas que viven en la cruel prisión de la esquizofrenia. Otros tal vez que su pecado fue estacionarse en la niñez y que juzgan el mundo desde su mente infantil. Y lamentablemente, no hay quien se ocupe de ellos, mientras vagan en ‘libertad’ por la ciudad. Ojalá algún día las políticas de salud pública incluyan también a los indigentes y haya quien se ocupe (realmente) de ellos. Pello sigue su recorrido hacia la chatarrera cargando su ‘tesoro’ que hoy tal vez le dé para comer una de esas latas de atún que tanto le gustan. Dios quiera que así sea. Demasiada pata de perro por esta semana.
Por Jorge Zamora