Aterrado moví las manos en todas direcciones buscando sostener la realidad de ese momento. Seguramente no es cierto. Alguien me está jugando esta perrada. ¿Cómo está eso de que Dios murió?, ese noble que miraba desde el cielo y perdonaba.
Los noticieros por televisión dan la noticia como el reporte del clima en una mañana soleada. Si al menos vivieran los romanos. Los romanos suavizaban la palabra, no decían “Ha muerto”, sino, “Ha cesado de vivir”, o “ha vivido”, que es más bonito, más poético.
Llegué a la ciudad apenas ayer, pero me parecieron años. Siempre me sucede, de modo que no fue raro verme al espejo y encontrar un mechón blanco en el pelo, escoriaciones en la ceja izquierda y dos pedazos de hielo en los ojos al notar la espesura del cansancio por el largo viaje.
Hoy, apenas es el segundo día y resulta que los diarios locales traen la primicia, nota a 8 columnas a la usanza antigua, como en los viejos clásicos reza: “Dios ha muerto”.
No sé qué sentir. Pienso en lo que harán los ángeles para justificar la ausencia de su poderoso patrón, mirándose los unos a los otros, con las alas rotas.
Seguramente en algunos lugares del mundo habrá festejo de los recalcitrantes ateos. Nada entiendo. De quién sospecharán entre nosotros esos incrédulos que tal vez, solo tal vez, crean más en el Dios que algunos persignados de nosotros.
No tardan en salir los obispos arrastrando largas levitas por los baches de las calles. Llevando su acética palabra de miedos y sepulturas abiertas. De falsos profetas.
Yo mismo quizás busque al responsable del horrendo crimen en los escondrijos secretos de esta ciudad perdida.
¿Quién mató a Dios? ¿No que era intocable e inmortal? Los libros no tienen esas respuestas. Ni sus autodenominados testigos que van de casa en casa por las calles entre perros mordelones y miedosos, toman la palabra.
Afuera se escucha el paso atribulado de los carros con su ronco deambular, su permisible escándalo de voces, mujeres neuróticas rumbo al trabajo. Maridos que olvidaron lo que desean intentan demostrar que existen, suceden, son alguien en esta vida de nadie.
Hoy hay un mitin en la plaza de armas. Hace unos días mataron a varios y los colgaron de un puente, desaparecieron a 43 muchachos estudiantes, alguien robó las arcas públicas y en privado se burla de nosotros. La cárcel poco a poco se llena de pobres. Hay que hacer más cárceles.
Afuera se programan las convenciones sociales. La agenda es una rueda de prensa donde oficia su dote de orador transgénico, sus falsas modestias un testaferro. La democracia apócrifa de arreglar el mundo, es una tarde cualquiera atrás de un escritorio.
Estoy de suerte, por la ventana que es la vida misma, vi un ángel atrás de otro mirándole la parte posterior de la cabeza, y eso alteró el influjo del bien y la verdad, según la ley que proscribe a los ángeles.
Algunos ángeles inteligentes visten de blanco y los menos de colores, los veo marcharse, hacen algazaras y suertes rumbo al infierno tan temido.
Se me hace tarde, tomo un té apaciguador de iguanas y sapos, arrojados por las vecinas más viejas y desgraciadas. Hojeo la nota roja del diario en su última página. Crímenes horrendos, accidentes gramaticales incorregibles en una mesa de redacción mesiánica. Asesinatos a mansalva de la correcta palabra.
Entonces yo, como diablo que soy, desesperado por este encierro milenario, saldré a buscar mi suerte entre la gente. Nadie se sublevará si salgo de este infierno.
Y salí corriendo. Dice Cicerón que “filosofar de más o pensarlo mucho, nos apresta a la muerte”… y nadie quiere eso.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA