Rindió protesta ante el Congreso de la Unión la presidenta Claudia Sheinbaum. Es apenas la octava mujer en llegar a la Presidencia en América Latina mediante el voto popular directo. Le antecedieron Violeta Chamorro, en Nicaragua, en 1990; Mireya Moscoso, en Panamá, en 1999, y Laura Chinchilla, en Costa Rica, en 2010. Michelle Bachelet ha ganado la presidencia de Chile dos veces, en 2006 y 2014. Cristina Fernández de Kirchner ganó en Argentina en 2007 y fue reelecta en 2011. Dilma Rousseff ganó la presidencia de Brasil en 2011, se reeligió en 2015, pero fue removida de su cargo mediante un controversial juicio político al año siguiente. Xiomara Castro ganó la presidencia de Honduras en 2022. Otras mujeres también han ocupado ya la presidencia en Perú, Bolivia y Ecuador, pero no fueron electas en las urnas.
Así como en 2018 se decía que llegamos varios años tarde a tener un Presidente de izquierda, por así decirlo, quizás, hoy podría decirse que llegamos algo tarde a tener una primera Presidenta electa. En muchos sentidos, se trata de un momento histórico en el avance de la participación política de las mujeres en México.
Desde hace varios años se alcanzó la paridad en la Cámara de Diputados y en la mayoría de los congresos locales. Si consideramos las gubernaturas del país, también ha habido un avance notable. Entre 2012 y 2020 sólo tres gobernadoras fueron electas en México. Sin embargo, entre 2021 y 2024, con la aplicación de criterios de paridad de género para estos cargos, 13 mujeres resultaron electas como gobernadoras, 40.6% del total: una proporción no vista antes en el país. Por otro lado, el avance de las mujeres en las presidencias municipales ha sido más complicado.
Hay quienes se preguntan si las mujeres gobiernan mejor o de manera diferente que los hombres. Otros más se preguntan: ¿y por qué deberían esperarse grandes diferencias? Ambas son preguntas importantes, sin duda, pero debe tenerse cuidado de no incurrir en un doble estándar y exigir a las mujeres lo que no se les exige a los hombres. Sea como fuere, la evidencia comparada sugiere que los países con una mayor presencia de mujeres en cargos de elección popular, o bien en cargos de poder de manera más general, tienen mejores condiciones de desarrollo y bienestar.
En octubre de 2013, cuando apenas se discutía introducir la paridad de género en candidaturas en la legislación electoral —una iniciativa que eventualmente alcanzaría a ser reforma constitucional—, escribí en este mismo espacio que: “Vale la pena distinguir entre dos aspectos clave de la representación política. Uno es abrir la posibilidad de contar con un Congreso más equitativo en términos de género, la llamada representación descriptiva. Otro acaso más importante es conseguir mejores representantes y mejores políticas públicas: la llamada representación sustantiva. Pero sin la primera difícilmente lograremos la segunda”. Sigo pensando lo mismo.
Esta semana también concluyó el mandato de Andrés Manuel López Obrador. A propósito de estándares diferenciados, los simpatizantes del mandatario saliente —incluyendo la nueva Presidenta— argumentan que se trata de un líder irrepetible. A decir de Sheinbaum, se trata del “Presidente más querido, sólo comparable con Lázaro Cárdenas, el que inició y termina su mandato con más amor de su pueblo”. No recuerdo un Presidente electo que haya dedicado los primeros minutos de su toma de protesta a elogiar de ese modo a su predecesor.
La comparación con Lázaro Cárdenas es complicada, por decir lo menos. Por un lado, no puede considerarse hoy día que los presidentes del periodo posrevolucionario contaron con legitimidad democrática. Por ejemplo, él también impulsó una reforma judicial para hacerse de una Corte a modo. Por otro lado, el presidente Cárdenas también es famoso por haberse deslindado de Plutarco Elías Calles, a quien por años elogió. Por último, evaluar a los presidentes por su aprobación o popularidad, de ninguna manera puede considerarse el mejor indicador para evaluar a un gobernante. Esperemos que en este nuevo sexenio se le dé mayor importancia a la evidencia.
POR JAVIER APARICIO