MANTE, TAMAULIPAS.- Desde hace 36 años Doña Benita tiene una cita impostergable en el cementerio municipal número 2.
Es el Día de todos los santos o los llamados “muertos chiquitos”, niños que apenas en la inocencia de su infancia perdieron la vida
Entre quienes van y vienen por el ancho pasillo central del panteón, hay quienes llevan flores, otros agua, algunos caminan solos o en grupo buscando una tumba pero casi todos, llevan consigo un dolor que no termina.
Entre todos ellos está doña Benita Morales acompañada de una de sus hijas; de pelo cano y semblante tranquilo, se ubica en una sombra protegiéndose del sol de mediodía.
Es noviembre pero también es El Mante y por ende, no importa mucho si es otoño, el calor fuerte aún se siente.
Sentada en el filo de una tumba, a sus pies un bote de veinte litros que contiene flores, un machete, algo de agua, billetes y monedas, espera a que terminen de limpiarle algunas tumbas para poder poner el presente que les lleva a sus seres queridos.
La pregunta del reportero parece volver a trasladarla al 26 de octubre del 1988 que según nos cuenta, fue el día más doloroso de su vida.
¿A quién viene a ver? Le pregunto y contesta luego de un suspiro profundo.
Un mes atrás de esa fecha y en medio de diagnósticos médicos nada alentadores, todo era normalidad: Su hija Marisol había cumplido 15 años y ella cumplió con la tradición; la vistió de rosa, le organizó una cena y celebró la edad de las ilusiones.
Años atrás le habían dicho que por los padecimientos que ella mostraba, la mayoría de los niños en esa condición vivían hasta los 12 años; pero Marisela cumplió los 15 y un mes después falleció.
Doña Benita asegura que en ese momento también su reloj de vida se detuvo: La muerte de su hija fue un golpe tan duro que de inmediato cayó en depresión.
Aun así, la vida no terminaba de darle el golpe fuerte: Apenas regresó de enterrar a su hija y le notificaron que su padre, ya con problemas de salud anteriores, también había muerto.
“Es un golpe muy fuerte, ya se imaginará que se mueran dos personas al mismo día, yo caí en depresión, es que un hijo que se muere nunca deja de doler”, dijo.
Agregó que luego de la muerte de su hija, que era la menor de un total de 8 hijos, entró en una depresión casi permanente, con la que ha lidiado todos estos años.
Han sido casi cuatro décadas de dolor por Marisela, una pena que afirma, la acompañará durante toda su vida y que la hace no solamente regresar a este cementerio, sino platicar con ella ante un día difícil o simplemente porque quiere contarle algo.
“Yo salí de la depresión fuerte gracias a una señora que me encontró y me dijo que me iba a ayudar a salir de esa situación…me ayudó a superar todo pero seguirá doliendo por siempre”, afirma.
Asegura que hasta hoy, hay mucha gente que le sigue preguntando si aun va a ver a sus difuntos y a gastar en ellos para llevarles, flores, veladoras y otros detalles, pero asegura, que siempre va a valer la pena venir hasta aquí, según dijo, en busca de paz y estar con los suyos, esos familiares que un día perdió por injusticias de la vida.
POR STAFF
EXPRESO-LA RAZÓN