La muerte ya no es el final, bienvenidos a la eternidad.
Imagina un mundo donde morir es opcional. Un lugar donde las memorias, los pensamientos y hasta la esencia de un ser vivo pueden preservarse, transferirse o incluso replicarse. Ese mundo ya no pertenece a la ciencia ficción. Está siendo creado por científicos, empresas tecnológicas y visionarios que buscan desafiar a la muerte y venderte la posibilidad de trascenderla.
La clonación, por ejemplo, nos promete traer de regreso a nuestras mascotas fallecidas. Compañías como ViaGen Pets en Estados Unidos o Sinogene en China ya ofrecen servicios para clonar a tu perro o gato por una suma que convierte la nostalgia en lujo. Y aquí está la cuestión: aunque el clon es genéticamente idéntico al original, nunca será una réplica perfecta. Quizás tu nuevo gato tenga la misma mirada altiva y el pelaje sedoso, pero es posible que no comparta la costumbre de dormir encima de tu laptop justo cuando más lo necesitas. Porque, aunque la genética es importante, el entorno y las experiencias moldean la personalidad.
Pero esto no se detiene en las mascotas. La pregunta inevitable es: ¿y los humanos? ¿Podemos clonarnos? ¿Deberíamos?
La clonación de humanos sigue siendo un terreno prohibido y lleno de controversias éticas. Aunque técnicamente es posible utilizar técnicas similares a las empleadas en la clonación de animales, la tasa de éxito es alarmantemente baja, y los riesgos son enormes. La mayoría de los intentos terminan en fallos catastróficos antes de llegar siquiera a un embrión viable. Además, las leyes en prácticamente todos los países prohíben explícitamente la clonación humana con fines reproductivos.
Sin embargo, el panorama es diferente cuando hablamos de clonación terapéutica. Aquí, la idea no es recrear un humano completo, sino generar tejidos, células o incluso órganos clonados para tratar enfermedades. Aunque esta rama de la clonación no está exenta de polémica, ha abierto puertas impresionantes en la medicina regenerativa.
Y, mientras tanto, la ciencia no se detiene. Porque si la clonación plantea preguntas sobre cómo replicar un cuerpo, otros visionarios están pensando en algo mucho más ambicioso: replicar la mente.
Si hay alguien que ha convertido la trascendencia en un proyecto tangible, es Elon Musk. Su empresa Neuralink está desarrollando interfaces cerebro-computadora diseñadas para registrar y almacenar nuestras memorias directamente en dispositivos digitales. En otras palabras, Musk no quiere que mueras físicamente, ni tampoco lo hagas cognitivamente.
La idea detrás de Neuralink es conectar el cerebro humano a la tecnología de forma tan profunda que nuestras memorias, pensamientos y experiencias puedan descargarse y preservarse. Esto abre la posibilidad de que, en un futuro, una versión digital de ti mismo pueda seguir existiendo, incluso cuando tu cuerpo haya dejado de funcionar. Musk lo plantea como una herramienta para “mejorar la interacción entre humanos y máquinas”, pero no es difícil imaginar cómo este avance podría convertirse en el camino hacia una especie de inmortalidad digital.
Sin embargo, aquí surge una inquietante pregunta: ¿seguirás siendo “tú” cuando tus memorias vivan en un disco duro? ¿Qué ocurre con todo lo que no puede descargarse: las emociones, los instintos, la chispa impredecible que nos hace humanos?
Estamos en un momento donde la humanidad está desafiando sus propios límites. Entre clonar cuerpos y preservar mentes, parece que el gran objetivo es superar la muerte, trascender nuestras limitaciones biológicas y, en el proceso, redefinir lo que significa existir.
Pero hay algo profundamente irónico en todo esto. La clonación nos promete traer de regreso a quienes amamos, pero nunca será el mismo ser. Neuralink promete conservar nuestras mentes, pero no puede garantizar que eso nos haga inmortales, solo que existiremos en otra forma. Lo que la ciencia está construyendo no es la inmortalidad, sino una versión de nosotros mismos que, por más avanzada que sea, nunca será completamente humana.
Quizá estamos destinados a perseguir este sueño porque la muerte nos aterra, y la idea de trascender es demasiado tentadora para ignorarla. Pero, al final, tal vez la trascendencia no sea una cuestión de ciencia ni de tecnología. Quizá lo que realmente nos hace inmortales no puede clonarse ni descargarse. Tal vez lo que queda de nosotros no está en un cuerpo ni en un chip, sino en las huellas que dejamos en quienes nos recuerdan.
La promesa de la clonación y la inmortalidad digital es tan brillante como aterradora. Imagina a un hijo hablando con la memoria digital de su padre fallecido hace años, preguntándole por qué tomó ciertas decisiones en vida. Ahora imagina que la computadora, por algún motivo, decide mentir. ¿Qué queda de la verdad cuando lo que sobrevive no es un ser humano, sino un algoritmo que podría reescribir la historia a su conveniencia? Tal vez, en nuestra obsesión por trascender, estemos dejando la esencia de lo que somos en manos de máquinas que jamás podrán entenderlo. OOOrale!!!
Hasta la vista, baby.
Placeres culposos: Álbumes navideños, Jennifer Hudson, The Gift of love y Ben Folds, Sleigher. Álbumes no navideños, The Cure, Songs of a lost world + songs of a live world: Troxy London MMXXIV y Tori Amos, Diving deep live
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POR DAVID VALLEJO