Estoy aquí sentado en la Biblioteca de sus recuerdos, consulto sus risas discretas acalladas por los bibliotecarios, leo entre paréntesis su rostro de poemas. Clasifico el tema de esta charla solitaria. Sobre la mesa con una taza de café de alguna manera ella está conmigo, aun cuando nadie le escuche por ninguna parte de mi diccionario.
Yo antes jugaba con mi nombre hasta que lo escuché salir por sus labios y entonces mi nombre adquiría distintas connotaciones. Al leer otras palabras, hacer otros nombres, la escuché deshacer el hilo enredado de mi significado en una retahíla de libros.
No va a ningun lado, sólo se abren más sus ojos. Si viene soy quien va a sus brazos, no se mueve nunca, sería peligroso. Mientras la leo brindo en la licorerìa de su boca, bebo su silencio de manzana, el néctar de la miel más pura de muchas cuadras a la redonda.
Pero en la calma, mientras el día se aclara, en el silencio pero juntos, en el miligramo donde se oiría un grito, le amo. En el mobiliario de las plazas, en un marco tallado, en sus palomas blancas hay espacios húmedos. Circulo en las playeras, en las rodillas del mundo, pero en la calma, cuando la miro a los ojos, todo tiene sentido.
Oscurece. Me ilumina la pluma. En la realidad de la noche espero el encendido de la luna. Siempre aparece consumiendo mis aceras, mis círculos centrífugos. Duele pasar sin ella unos pasos, desconocerme, buscarme en las venas. Pero llega deslizándose, sembrando tulipanes.
Estoy en Londres como con ella, en la mente suceden cosas extrañas no previstas: arquitecturas imponentes, alfabetos que se leen sólo con el alma y sus cómplices. Extrañamente no hace frío en invierno y hay sol al dar la vuelta en las esquinas y en las terrazas góticas. Pero vuelvo a Victoria con más ímpetu y sin convocatoria, pues en el extremo de mi tren memorioso, ella va conmigo.
En el recinto se han instalado los guardianes de mi memoria, el teatro culmina la escena de un fracaso bochornoso en una botella y veo desde afuera su ondulada cabellera trazar el vuelo como una brillante hoguera.
Digo su nombre y el cielo blanquea, naranja nueva, dulce sonrisa, la tarde que caía cayó más allá de las espigas, pongan nombre a este día, den un poco de eso que llaman amor a las flores, como gusten .
En cada instante la risa es melancolía, la tristeza lleva alegría en donde quiera que ocurra, la voz lleva el pesado silencio de los platicadores y el hombre lleva el sueño de una mujer y sus alrededores, su patio, su techumbre, sus labios abiertos.
¿De dónde vienen sus palabras con su andar andrajoso, de dónde sacan sus interpretaciones revolucionarias en un desierto, a dónde llevan el agua del molino, por qué sirven a unos y a otros, al muerto y al vivo, al desquiciado y al cuerdo? ¿Quién las dijo primero?
De un vistazo echó a perder mi reputación de mujeriego, envejeceré sin dignidad alguna con la mejor de la mea culpa jalando del gatillo. Sin embargo en un lugar ahora desconocido nuestras palabras son personas que sufren el sentido de lo dicho. Decir que le amé no era necesario y lo dije por ejemplo.
Como flecha el tiempo me echa sus miradas y al esquivarlas mi pensamiento baila al son del campanario de las catedrales. Se incendian las cicatrices de las calle y en las soledades del agua, cuando no hay nadie, llueve por dentro . La quiero sobre este fino apaciguar del abeto, de los cipreses de la avenida más grande, en la ciudad es un dìa de nuevo.
La noche, esa dama elegante se desvanece en el espejo flotante del aire. En las mañanas se baña el agua en el espacio amplio de las calles. El cielo se ha vuelto de mi lado, recorro las cortinas, inicio el juego cariñoso buscando sus labios.
HASTA PRONTO
Por. Rigoberto Hernández Guevara