Pese al discurso nacionalista que no tendrá mayor efecto que una estrategia mediática, México ya baila al ritmo que Donald Trump ha querido, aun sin tomar el control del escritorio más poderoso del mundo. Así como dobló al gobierno anterior, doblará al que está en turno.
Trump conoce muy bien cómo funciona el gobierno mexicano porque, en estricto sentido, no hay diferencia. Es el mismo, con las mismas estrategias y con los mismos actores. De hecho, dentro del equipo del republicano está sobre la mesa la opción de hablar con López Obrador para resolver los problemas torales.
Y, ciertamente, nadie debe sentirse ofendido porque es público y muy sabido dentro del partido gobernante que la última palabra en los temas vitales proviene del sureste.
Algunos sectores en México se aventuran a hacer pronósticos sobre la posibilidad de que Trump cumpla con lo que ha amenazado. No hay que darle muchas vueltas, debe darse por cierto que lo hará.
El hecho de que no pueda reelegirse lo libera de cualquier atadura para emprender los actos que mejor crea que se ajustan a su plan para Estados Unidos.
México, en cambio, es un país débil que no le representa ninguna resistencia y sí muchas amenazas. El hecho de que se haya alineado con el bloque antidemocrático de Cuba y Venezuela —el reconocimiento al fraude electoral—, la desaparición de los pilares democráticos como el Poder Judicial federal, la Suprema Corte y los organismos de contrapeso, además de una economía de corte estatista, y un diluido apoyo de 39 millones de mexicanos han provocado señales de alerta de los capitales.
Y eso para Trump, un empresario populista, es un indicador, como también lo es el fuerte vínculo entre los cárteles del crimen con funcionarios de Morena y del gobierno transexenal que existe.
Digamos que, de entrada, México enfrentará una serie de desafíos multidimensionales derivados del nuevo gobierno de Donald Trump, que abarca desde la economía y la seguridad hasta la política exterior y los derechos humanos.
Hemos dicho que el discurso del “masiosarismo” sólo muestra un desgastado recurso patriotero. Nadie va a prenderse fuego en el Zócalo de la Ciudad de México ni dejará de comprar en las empresas de origen estadunidense.
Pongámoslo de la siguiente manera: los mexicanos son más universales en sus relacionamientos con los mercados liberales que en encerrarse en sus fronteras.
La tensión que se vive en la relación con el equipo entrante de Trump tenderá a intensificarse y veremos su máxima expresión en los días posteriores a su toma de posesión.
Pero podemos ir tomando nota de la gran complejidad que vivirá México como resultado de los seis años de complacencia a los cárteles, que permitió que se infiltraran en las estructuras estatales de Morena.
El funcionario federal encargado del combate al narcotráfico ha dado un mal comienzo, una preocupante señal a las agencias estadunidenses, al mostrarse cercano a un gobernador sobre el cual se ha concluido un expediente comprometedor.
Entre la milicia mexicana se fortalece la corriente de separarse gradualmente del funcionario, de acuerdo con un reporte del Congreso del país vecino, ante la orden de sostener a dicho gobernador.
La cosa no está fácil. Trump pondrá sobre la mesa el nombre de varios funcionarios cercanos al proyecto macuspanense. Entonces veremos por dónde se romperá la liga.
No por nada ha anunciado que declarará terroristas a grupos delictivos nacionales. Una de las razones, enfatizan los congresistas, es que en el procedimiento existe una cláusula que faculta a varias agencias a rastrear el financiamiento de éstos a grupos políticos o gobiernos. Y es ahí donde Trump quiere llegar.
Si eso se confirma, veríamos el tamaño del monstruo.
Por. Jorge Camargo