CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- El 10 de enero de 1989, una fecha que quedó grabada en la memoria de Ciudad Madero y del país, marcó el final de una era para el Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana (STPRM), pero también el ocaso de un largo periodo político.
En un despliegue militar sin precedentes, Joaquín Hernández Galicia, conocido como «La Quina», fue detenido junto con 24 personas, entre ellas su mano derecha, Salvador Barragán Camacho, quien fue capturado horas más tardes en la sede de la CTM.
La detención del todopoderoso líder sindical, amado por unos y odiado por otros en la zona sur de Tamaulipas -el “Quinazo”- se recuerda hasta la fecha como un parteaguas en la historia sindical y política de México.
La mañana de ese martes comenzó con un impresionante operativo militar que alteró la habitual calma en la colonia Unidad Nacional de Ciudad Madero.
A las 8:15 de la mañana, granadas detonadas por espoletas adosadas a fusiles marcaron el inicio del ataque. Los soldados no dispararon una bazuca, como se insiste en el imaginario colectivo.
El portón de acceso a la vivienda de Guadalupe Hernández, hija de La Quina, fue destruido por la primera granada. Para las 9:00 a.m., Joaquín Hernández Galicia ya era trasladado bajo custodia militar, sellando el fin de su liderazgo sindical que había iniciado más de cuarenta años antes.
El operativo fue ejecutado por soldados procedentes de la Ciudad de México, quienes arribaron al aeropuerto internacional de Tampico por órdenes directas de Los Pinos. Este despliegue no solo trastocó la tranquilidad de Ciudad Madero, sino también envió un mensaje contundente al resto del país: el gobierno de Carlos Salinas de Gortari, estaba dispuesto a tomar medidas drásticas para legitimar el inicio de su gobierno tras el escándalo de fraude en las elecciones de 1988.
El proceso judicial
Hernández Galicia enfrentó cargos que incluían homicidio calificado, acopio y almacenamiento de armas de uso exclusivo del Ejército, uso ilegal de aeronaves valuadas en más de 10 millones de dólares, evasión fiscal por más de 3,500 millones de pesos y atentar contra la seguridad nacional.
Sin embargo, su familia y allegados siempre sostuvieron que estas acusaciones fueron fabricadas. «Le sembraron un muerto y armas de grueso calibre. Ninguna de esas acusaciones fue comprobada», afirmó su hijo Joaquín Hernández Correa años después.
La relación entre La Quina y Salinas de Gortari era tensa desde el inicio del sexenio. Hernández Galicia, conocido por su oposición a las reformas neoliberales, era un crítico vocal de las privatizaciones planeadas para Pemex.
En ese sentido, su detención fue interpretada como una maniobra política para consolidar el poder presidencial y neutralizar a un oponente clave.
El golpe también sirvió como un acto de legitimación para un gobierno que enfrentaba serias dudas sobre la validez de las elecciones de 1988.
En ese contexto, la caída de un líder sindical poderoso como La Quina fue vista como un movimiento estratégico para fortalecer la imagen de autoridad del nuevo mandatario.
Un legado contradictorio
Durante su gestión al frente del STPRM, Hernández Galicia dejó un legado polarizante. Por un lado, es recordado por haber impulsado beneficios para los trabajadores petroleros, como la creación de tiendas de consumo que ofrecían productos a bajo costo. Además, generó infraestructura y patrimonio para el Sindicato como el Hospital Naturista, el Centro Recreativo «Nuevo Chapultepec» y el Centro de Convenciones también “llamado Quinadome”.
Tras su detención, muchos de estos terminaron en el abandono o desaparecieron con el tiempo.
Por otro lado, su liderazgo también estuvo marcado por acusaciones de autoritarismo y corrupción. Historiadores y críticos han señalado que su gestión consolidó un sistema clientelar que beneficiaba a él y a su círculo cercano, siempre a costa del erario público.
Los años en la prisión
La Quina fue trasladado al Reclusorio Oriente, donde pasó casi nueve años encarcelado. Durante ese tiempo, enfrentó al menos dos intentos de asesinato, según ha revelado su familia, los cuales fueron frustrados gracias a la intervención de sus compañeros.
Su tiempo en prisión también estuvo marcado por la deserción de muchos de sus aliados, quienes prefirieron alejarse de él tras su caída.
Hacia el final del sexenio de Salinas, hubo un acercamiento entre La Quina y el presidente, mediado por Francisco Rojas, entonces director de Pemex. Aunque Salinas prometió interceder para su liberación, el ascenso de Carlos Romero Deschamps como nuevo líder sindical complicó las cosas, y la promesa quedó incumplida.
Hernández Galicia recuperó su libertad hasta a finales de 1997, junto con otros detenidos en el operativo. Tres años después, regresó a Ciudad Madero, donde vivió en relativa tranquilidad hasta su muerte el 11 de noviembre de 2013, a los 91 años.
Su caída marcó el inicio de una nueva etapa en el STPRM, encabezada por Romero Deschamps, quien consolidó un liderazgo también muy cuestionado, y que de hecho terminó hace pocos años.
La detención de La Quina no solo cimbró a Ciudad Madero, sino también reconfiguró el panorama político y sindical de México.
Para muchos, fue un acto de justicia; para otros, una venganza política disfrazada de legalidad. Hoy, a más de tres décadas de aquel operativo, su legado sigue generando debate sobre el poder, la corrupción y las alianzas entre el gobierno y los sindicatos, y el 10 de enero de 1988 se sigue recordando como el día que cimbró a Ciudad Madero, a Tamaulipas, y a todo México.
Por Staff
Expreso-La Razón