4 diciembre, 2025

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Para que digan: «Era c@brón el viejo» 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

En cierto sitio olvidé olvidar, mas no lo recuerdo. En ese lugar quedó la huella imborrable que otros pisaron deformándola, quedó irreconocible. Por donde vivo hay memoria de gente que se ha desvanecido, queda de ellos un girón de aquella camisa celeste que todos le vieron puesta; por supuesto el nombre de aquel individuo nadie lo recuerda, quien lo recordaba también ya fue olvidado.

El mundo es un montón de olvidos, una motocicleta rauda que pasa por las casas y en el ruido de la máquina arrastra las palabras. Mil mosquitos me picaron y lo siguen haciendo ahora que los recuerdo, no sabría cuántos ni en qué momentos. Momentos tiene la vida para olvidar.

Cada ser tiene sus personales olvidos. La memoria limitada olvida apuntar los nombre no importantes, ignora al transeúntes que cruza la calle, incluso a quien de forma efímera viaja con nosotros. La memoria es un nido de olvidos. 

No obstante el recuerdo nos tira de los cabellos y trata de hacernos recordar una emoción y quizás lloremos o nos molestemos sin aparente motivo. Eso ha de quedar en el invento de Freud, en el subconsciente, o si les parece en el inconsciente colectivo fuertemente impregnado. Fue la vez que se inundó la casa y parecía que sosobrariamos bajo el imperio del ciclón Veula. 

El impacto de un recuerdo instantáneo cambia el sentido y  dirección de nuestra conducta, corregimos y retomamos la otra rutina. Memoria y olvido conversan en una esquina, ambos habitan la misma casa, la nuestra. 

Mas el recuerdo sirve a la nostalgia y para saber y que sepan quiénes fuimos los que construimos los puentes y las pirámides, para una biografía exaltada y temeraria, que después digan «era cabrón el viejo» . Y sea cierto. Aún cuando olvidemos la vez que perdimos una pelea en el barrio. Por no decir que ganamos ninguna. 

El olvido es lo que realmente deseamos olvidar, sin traiciones ni hipocresías. Así es como olvidamos sin discriminar un pasaje alegre, pero también uno triste. Hay un desfile de cosas que vienen a nuestra memoria si un golpe nos las recuerda.

Vamos dejando olvidos hasta que el recuerdo se olvida de nosotros ¿no que muy cuates. Dejamos claro el nombre y el año en cuadernos que con 3l tiempo se pierden, publicamos en el Facebook hasta que a la sustancia un dedo todo tranquilo lo borre. Así andamos por la vida, ¿para qué querríamos cargar tanta moncerga inútil, tanto cachivache? , hasta que luego nos arrepentimos y deseamos haber anotado aquel número, aquella fecha, aquella cantidad en un papelito. 

Hay nombres personales que se aferran al olvido, el nombre de un sujeto que por desconocida razón no recordamos y eso que es un nombre común y corriente, como cualquier otro. En contraparte van quienes no nos recuerdan, por tanto, aquellos que no nos hacen en este mundo y son estupendamente correspondidos. 

El amor sin embargo nos arroja piedrecillas, los ojos de una mujer determinada nos recuerdan a nuestra madre o a la tía de las muchachas de la esquina. La manera de caminar es igualita a la de su padre. Hay personas difíciles de olvidar ¿porqué será? Hay ahí un distintivo que nos duele, que nos hizo reír mucho o que nos estremeció como nadie. Hay personas únicas, cuya singularidad no volvimos a ver en ninguna otra parte del planeta. 

Con la memoria creamos el algoritmo de ir con cuidado, avanzar de prisa donde recuerdas que hay un perro, andar en bici, caminar, correr, coger una piedra, destapar una caguama, subir una escalera, no quieres cometer ningún error pero el profe te puso tache muchas veces por no aprender debidamente la tabla del siete o la del nueve, ya recordé que 9 por 7 son 86. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

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