4 diciembre, 2025

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Ángeles y demonios en la olla de frijoles

CRÓNICAS DE LA CALLE/ RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA

Nadie puede creer en su grandeza si antes no estuvo entre los más humildes, si no supo lo que fue una piedra en el zapato, si no tuvo un instante mágico en el que amar era lo único. Y todavía cuando se dice que sólo hay un paso, es difícil saber a qué huele el amor si antes no se ha sentido en carne propia el desprecio del odio. Un corazón sacude el cerebro, la emoción seduce al eterno amargado. Está bien y está mal y jamás se sabrá cuál es cada cual.

Nadie sabrá lo que es la felicidad si no antes fue infeliz. Un instante de luz brillante cambia a una persona que estuvo en la oscuridad, una ventana abierta, una palabra exacta y cumplida, un manojo de cariño, una sonrisa completa y sincera

Y sin embargo nadie puede estar por completo en un extremo sin tener un pie en el otro. Tampoco pienso que se deba dejar de creer en el amor sólo porque en el pasado hubo quienes no supieron amarnos.

A veces ambas posibilidades son complementarias y ahí laten. Los mejores amigos suelen ser quienes un día fueron feroces adversarios. Las hojas tienen un haz y un envés, las monedas cara o cruz. La gente es amante de los extremos, un clima templado no se comenta, el alboroto es cuando cae la nieve o cuando guisas un huevo estrellado en el cofre del carro y lo subes a las redes. Cada quien con su morral, tragedia y comedia viajan en el mismo autobús con semejante destino. No van muy lejos, únicamente dan vueltas en círculos.

Existen ocasiones en que los extremos se juntan, los contrarios besan y desaparecen. Para existir habrá que estar de un lado, verse. Ser visible tiene que ver con el contratiempo del universo. Una llegada tarde o también a tiempo, un tono de voz o un excelente silencio, un acierto en el atroz dilema, un filete en una olla de frijoles.

Ocurre en el arte, si nadie ve una obra no existe. Artistas terminan la vida antes de ser considerados unos genios. El mundo de los paradigmas se resiste a lo nuevo, a lo extraño, a lo sorprendente y sorpresivo que suele ser lindo. En un cuadro clásico la luz y la sombra conviven para que el escenario sea real.

Detrás de la luz es fácil adivinar la sombra. Los personajes ocultan la sombra en el entrecejo y en la falsedad de sus labios sonriendo, ahí, pese a todo, la vida se muestra con claridad como en un Rembrant. La sombra crea la luz. Tenemos dos pies contrarios, si pudiesen se agarrarían a patadas entre ellos, pero se abrazan. Uno es más fuerte que el otro, adquiere mayor destreza, mientras que el otro ya sea zurdo o derecho, tiene un doctorado en el apoyo.

Sin uno de ellos el otro es prácticamente inútil para ejecutar las tareas más cotidianas como caminar por el bulevar o patear una pelota. El cerebro también cuanta con dos hemisferios antagonistas, uno guarda el dinero y el otro compone canciones. Aarón y Moisés, uno cuida la casa y el otro va de cacería, la gloria y el infierno, génesis y apocalipsis, principio y final de una historia. En el juego de la vida no hay tablas, ni se empata cero a cero el marcador, podría decirse que si no son tiempos extras nos vamos a tiros penales y el final es terrible para el espectáculo.

Se dan con todo. Los seres humanos entonces somos buenos y a la vez malos, ángeles y demonios. El agua apaga el fuego sin embargo, pero lo extingue y en invierno hace falta. Ambos elementos conviven con el hombre por la sobrevivencia y pensar que de pronto se vuelven un arma contra nosotros. El libro de libros, el más leído, refiere en el Eclesiastés: “todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para todo lo que se hace bajo el cielo… un tiempo para llorar, y un tiempo para reír; un tiempo para estar de luto, y un tiempo para saltar de gusto.

HASTA PRONTO

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