1 agosto, 2025

1 agosto, 2025

Los «cuicos» cabalgan de nuevo 

CRÓNICAS DE LA CALLE / RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

Cuando el mar está quieto, qué aburrido, eso hasta un pez lo sabe. Cuando una ciudad está tranquila, aún cuando parece contradicción, qué aburrida se torna. Pensar que el objetivo de unir nuestros hogares entre otras cosas de acercar sustento, para buscar tranquilidad y evitar el transporte lejano es hacer ciudad. 

La ciudad pequeña es tranquila hasta que aparece el enorme musculo del tráfico, las aglomeraciones, los grandes consorcios y la dificultad- que en ocasiones resultan del clima o de la irregularidad de asentamientos humanos por el alza inesperada de la demografía- para acercar bienes y servicios.

Adentro, donde late el corazón de la ciudad, en el barrio profundo, en el alma lisonjera y lepera, crece la otra ciudad, la ciudad del ciudadano común, donde nacen los luchadores y boxeadores, ciertos escritores, los legendarios líderes sociales, ciudadanía esa de rompe y rasga que defiende a capa y espada, con un machete y el alma pérfida a la mujer de su vida, que protege sus pertenencias aunque sean pocas y el que pelea defendiendo hasta lo último al  América o  Cruz Azul aún cuando los equipos nunca se enteren ni se enterarán jamás.

Ante esas trifulcas hogareñas de vatos que tenían el deportivo vicio de echarse una chela y ponerle una madrina a la mujer, o el cuate que camina haciendo eses a media calle, el que orinaba en su arbolito, los que eran sorprendidos agarrándose a chingazos a mano pelona en ia plaza de armas, aquel que hacía propuestas indecorosas a las mujeres, etc, fueron motivo de que aparecieran los inolvidables «Cuicos». Que hoy en día sería la policía de proximidad. 

Hace unos días surgió en los medios policíacos la posibilidad de que los policías preventivos municipales volvieran a la circulación luego de un breve lapso de ausencia, nadie los extrañó, sino esa generación a la cual pertenezco y que de algún modo conserva un recuerdo, un zape, una patada guajolotera y hasta un abrazo o un descuidado beso cuando ya ebrio ibas en la patrulla con destino al dos Zaragoza y puntos intermedios. 

Muchos todavía traen en la imaginaria aquellas corretizas de la policía por la colonia Obrera- a veces ellos correteaban y otras a ellos los correteaban- con raza echando porras, muchos de mi época conservan hasta con cariño el zape que hizo un chichón en la cabeza y todavía les duele si lo recuerdan, no olvidan la vez que un vato le dio un cachetadón a un cuico en las canchas del estadio y todavía no le da alcance, si regresa buscará vengarse. Quién lo sabe. 

Los Cuicos eran gente pesada, de mirada vidriosa, andar masilento, pero extrañamente muy rápido, sometían a un malandrín con el puro aliento, luego de unos cinco tacos de chicharrón, cinco de barbacoa y dos de tripa, el sujeto con el puro perfume quedaba anestesiado y al despertar era otro, sin saberlo, se había rehabilitado. 

Al ser como nosotros y de proximidad aquellos cuicos sabían todos los chismes del barrio, quien con quien y a qué horas. Cuando iba a haber pelea, ellos llegaban antes para acaparar lugares. Después todos corrían pues los cuicos agarraban parejo culpables e inocentes por si las dudas y por que mínimo se sabían los pecadillos de todos y cada uno de nosotros. 

De aquellos cuicos hubo unos muy destacados, la mayoría venían del cuarto distrito, eran temerarios, con facilidad para hacer amigos, incorruptibles no se sabe, buenos para la gorra, pero implacables con la tortilla. Queda para mi que eran buenas personas, les llamaban desde la base y en cinco minutos estaban en el lugar de los hechos. 

Posiblemente vuelvan a las ciudades o tal vez no lo hagan y no más los recuerdos queden de aquella corporación de fuerzas especiales entrenadas para cuidar la paz pública, sería curioso observarlos actuar en medio del tráfico, a toda velocidad a veinte kilómetros, o correr atrás de una banda imaginaria y a pata. 

HASTA PRONTO 

POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA 

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS