5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

T-MEC/TLCAN: Una historia de éxito en riesgo

EL FARO/FRANCISCO DE ASÍS

El anuncio cayó como un trueno en medio de la tormenta electoral en Estados Unidos: Donald Trump, fiel a su estilo confrontativo, acaba de decretar un arancel del 30% sobre todos los productos mexicanos que ingresen a territorio estadounidense, a partir del 1 de agosto. La justificación: el déficit comercial con México, el fentanilo y la ‘seguridad nacional’.

Pero detrás de esta medida está la amenaza a uno de los pilares económicos de América del Norte: el Tratado de Libre Comercio (TLCAN), hoy conocido como T-MEC.

Un pacto que transformó a México
Cuando el TLCAN entró en vigor el 1 de enero de 1994, México era muy distinto: su economía estaba marcada por crisis recurrentes, inflación elevada y un mercado cerrado.

La industria mexicana era en gran medida ineficiente, con proteccionismo que sostenía empresas poco competitivas y con limitada tecnología.

El campo mexicano estaba fragmentado y atrasado, con millones de pequeños productores.

En este escenario, el TLCAN representó una apuesta audaz: abrir por completo la economía mexicana a dos potencias desarrolladas, EE. UU. y Canadá, con la promesa de atraer inversión, modernizar la industria y ampliar los mercados.

Pero México no estaba plenamente preparado para competir, especialmente en el sector agropecuario.

Ahí se encuentra uno de los efectos más dramáticos: más de 2 millones de empleos rurales desaparecieron en los primeros años del tratado. ¿Por qué? La liberalización arancelaria permitió el ingreso masivo de productos agrícolas altamente subsidiados en EE. UU. (como maíz y trigo), provocando que los campesinos mexicanos no pudieran competir en precio. Miles de pequeños agricultores abandonaron sus tierras, lo que desató migraciones masivas a las ciudades y hacia el propio EE. UU.



El costo y los beneficios
A pesar de ese costo inicial, el TLCAN fue catalizador de una profunda transformación industrial en México: se abrieron las puertas a la inversión extranjera directa, sobre todo en la manufactura. La industria automotriz, electrónica y aeroespacial florecieron, con México convirtiéndose en el segundo exportador mundial de televisores y en un nodo clave de las cadenas globales de autos y autopartes.



No solo se abrieron fábricas: el tratado trajo consigo procesos de capacitación, entrenamiento y preparación laboral que elevaron los estándares del trabajador mexicano. Con el tiempo, la mano de obra calificada mexicana se convirtió en un atractivo clave para las empresas que invirtieron miles de millones de dólares.

Hoy, miles de ingenieros, técnicos y operarios especializados surgidos al amparo del TLCAN constituyen uno de los activos más valiosos de México ante el mundo.


El comercio en cifras
Las cifras son contundentes: el comercio bilateral México-EE. UU. pasó de menos de 100 mil millones de dólares en 1993 a más de 839 mil millones de dólares en 2024, un salto espectacular. En 2024 México alcanzó un superávit histórico de más de 157 mil millones de dólares frente a EE. UU., convirtiéndose en su primer socio comercial.



El TLCAN/T-MEC representa un enorme flujo de dinero para México, clave para su balanza de pagos, su recaudación fiscal y la generación de empleo formal e informal.

Aunque muchos de estos empleos —sobre todo los manufactureros en maquiladoras— no son necesariamente de alto salario, han representado un salto frente al empleo precario del campo mexicano y han generado cadenas de valor que benefician a otras industrias nacionales.



¿El principio del fin?
El anuncio de Trump no significa automáticamente el final del tratado, pero es, sin duda, un golpe demoledor a su espíritu y a la integración económica que ha marcado las últimas tres décadas.

Con un arancel del 30%, los productos mexicanos perderían competitividad inmediata en el mercado estadounidense.

Empresas transnacionales podrían reubicarse, las cadenas de suministro podrían fracturarse, y miles de empleos estarían en riesgo.

Más aún: el mensaje que envía es de incertidumbre y desconfianza, un ambiente tóxico para las inversiones que tanto ha requerido México para sostener su crecimiento exportador.

Entonces cabe preguntarse:
’¿Es este el preludio del fin del TLCAN?’
Si bien no es el fin jurídico —al menos por ahora—, es el principio de una nueva era de tensiones comerciales, replanteamientos estratégicos y potencial erosión de lo que ha sido el mayor éxito de México en materia de comercio exterior.


El gobierno mexicano y sus empresarios enfrentan, de nuevo, el desafío de adaptarse, resistir y redefinir el futuro de la relación económica con nuestro vecino del norte.

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