6 diciembre, 2025

6 diciembre, 2025

El elefante en la urna: la elección judicial

TRIBUNA/ ALEISTER MONTFORT

En los días previos a la elección judicial, surgieron denuncias sobre el uso de “acordeones”: listas que indicaban a los votantes qué nombres marcar en la boleta. En una elección sin partidos, con múltiples candidaturas, reglas poco familiares y financiamiento limitado, su circulación planteaba una duda de fondo: ¿hasta qué punto podían estos mecanismos orientar el resultado? En ese contexto, la preocupación no era menor.

Conocer a los aspirantes y sus propuestas exigía un esfuerzo inusual: las boletas incluían largas listas de nombres, las reglas para marcarlas no eran sencillas y las opciones no ofrecían dilemas claros. Ante tal complejidad, es comprensible que muchos recurrieran a “atajos informativos” para decidir su voto, y estos acordeones ofrecieron una guía dentro de un proceso difícil de comprender.

Formalmente, ni partidos ni otros actores políticos podían participar ni destinar recursos. Pero a la luz de los resultados, las reglas no se aplicaron equitativamente. Esa asimetría permitió que un solo actor político impusiera, a escala nacional, una guía de votación cuyos nombres casi replicaron los resultados. Por lo tanto, los acordeones funcionaron como un mecanismo de inducción del voto promovido desde el poder.

Aunque cada ciudadano ejerció su voto en libertad y secreto, el resultado expresó algo más que la suma de preferencias: reveló un patrón de inducción incompatible con una contienda equitativa. El asunto de fondo es que este mecanismo distorsionó las condiciones de equidad, poniendo en entredicho la legitimidad de la elección.

Lo que hasta ahora ha sido materia de denuncia y crónica periodística requiere contrastarse con evidencia. ¿Es posible demostrar, con datos, que los acordeones no sólo orientaron a los votantes, sino que indujeron un patrón sistemático en miles de secciones?

Una forma de responder esta pregunta es seguir el rastro estadístico que dejaron las boletas computadas. Al analizar el comportamiento colectivo, es posible identificar patrones que delaten un voto sistemático por ciertas planillas o la repetición de los mismos candidatos en miles de secciones. Así sabremos si, en términos agregados, los electores realmente eligieron o simplemente replicaron la sugerencia de los acordeones.

A continuación expongo un análisis estadístico de los resultados oficiales de las 71,015 secciones electorales del país.[1] Aunque no aporta evidencia concluyente de ilegalidades, sí revela una regularidad estadística que indica que los acordeones no sólo circularon: funcionaron, y por eso mismo, dejaron huellas medibles en los datos. A diferencia de otros enfoques que matizan el proceso resaltando dinámicas regionales o internas del oficialismo, este trabajo subraya lo decisivo: no fue la diversidad aparente —una pluralidad encapsulada en los márgenes del oficialismo—, sino la eficacia de un patrón de voto inducido. Al final, pese a las variaciones locales, se impuso sin sobresaltos el grupo promovido desde el poder.

Seguir la pista del elefante

El propósito es dilucidar si se votó de modo sistemático por grupos específicos de candidatos, como planillas, lo que sugeriría una pauta común. Para averiguarlo, analicé las correlaciones de los votos de todos los aspirantes. Si dos o más fueron elegidos una y otra vez en las mismas secciones —es decir, si sus correlaciones son altas y consistentes—, puede inferirse la existencia de una guía.[2] Este tipo de análisis permite identificar regularidades en los patrones de votación −como bloques de candidatos que fueron votados en conjunto de forma consistente, incluso si no resultaron electos.

Gráfica de calor: tres zonas, tres comportamientos

En este apartado presento una gráfica de calor elaborada a partir de la matriz de correlaciones, donde el color indica la fuerza de la asociación entre cada par de candidatos:[3] rojo para correlaciones altas, azul para bajas.

La gráfica está ordenada para resaltar grupos de candidatos con votación conjunta, pero también permite observar aquellos con poca o nula relación. El lector puede consultar el coeficiente de correlación entre cada pareja de aspirantes.

Las zonas en rojo intenso sugieren grupos de candidaturas votadas sistemáticamente en conjunto. La imagen, por sí sola, confirma lo que varios analistas y consejeros del INE ya habían advertido: comportamientos de votación difíciles de atribuir a un ejercicio no coordinado del voto.

Si bien es natural que campañas, afinidades y contextos influyan en la decisión de voto —elegir 9 nombres entre 64 no es un acto completamente aleatorio—[4], los patrones en los datos revelan algo más: una pauta sistemática en miles de secciones donde los mismos grupos de candidatos fueron elegidos en conjunto. Este patrón refleja la eficacia de los acordeones como mecanismo de inducción. Las correlaciones cercanas a 1 entre grupos de candidatos dan cuenta de ese efecto.

En general, se distinguen tres zonas con comportamientos estadísticos distintos. Primero, en el triángulo superior izquierdo, los tonos rojizos tenues, salpicados de áreas más oscuras, sugieren correlaciones moderadas entre varios candidatos, sin formar una agrupación claramente definida. Aun así, dentro de esta zona emerge un pequeño bloque de aspirantes con una asociación más consistente.

En segundo lugar, en la parte inferior de la gráfica, destaca una amplia franja azul: corresponde a candidatos cuyos votos no guardan una correlación significativa con otros. Es decir, sus apoyos no siguen un patrón consistente de asociación. Este grupo representa el “ruido” estadístico: votaciones aisladas, fragmentadas o sin conexión aparente con bloques definidos, propias de candidaturas periféricas o poco visibles.

Por último, en el triángulo inferior derecho emerge un bloque compacto de aspirantes cuya votación está fuertemente correlacionada. En esta zona, el rojo profundo evidencia una sincronía casi perfecta en las decisiones de sus votantes.

La densidad, coherencia interna y relevancia política de este último bloque precisa un análisis más detallado. A partir de él, se identifican cuatro patrones que agruparon el voto.

1Voto en bloque

Como mencioné, ciertos candidatos recibieron, casi siempre, votos en conjunto: se trata de aquellos impulsados por el oficialismo. Sus nombres aparecen resaltados en color rojo, en el cluster del triángulo inferior derecho. Este grupo tiene las correlaciones más altas del análisis: los votos a favor de un candidato de este bloque casi siempre implican votos a favor del resto de sus miembros. Así, se demuestra que los acordeones cumplieron su objetivo: asegurar la elección por una misma planilla en boletas distintas.

Los mayores porcentajes de voto conjunto para este grupo se registraron en el Estado de México (10.9 %), Chiapas (9.1 %), CDMX (8.3 %), Puebla (7.4 %), Oaxaca (5.3 %), Coahuila (4.9 %), Guerrero (4.7 %), Veracruz (4.5 %), Tamaulipas y Nuevo León (ambos con 3.4 %). Destacan Chiapas, Oaxaca y Guerrero, pues aunque no figuran entre las entidades más pobladas, concentraron un respaldo significativo, señal de una operación política especialmente eficaz.

2Ruido y dispersión

A diferencia del bloque anterior, la mayoría de los candidatos navegó la elección sin inducir un voto coordinado y sin un efecto de arrastre con otros aspirantes. La franja azul que atraviesa la parte inferior de la gráfica muestra la ausencia sistemática de correlaciones en estos casos: votar por un candidato de esta zona no implicó, en términos estadísticos, votar por otro.

Esta dispersión sugiere la ausencia de una guía común que los agrupara a nivel nacional. Aunque a escala local pudo haber esfuerzos de coordinación, estos no se reflejan en los datos agregados. Algunos de estos candidatos quizá contaron con arraigo territorial, pero también es posible que hayan enfrentado limitaciones de recursos o que sus estrategias de comunicación no hayan sido suficientemente efectivas. No extraña, entonces, que no exista un patrón claro: aquí domina la fragmentación. Es el territorio de las candidaturas testimoniales, marcadas por decisiones atomizadas y sin narrativa común.

3La planilla fallida

En el triángulo superior izquierdo se observa un mosaico heterogéneo: algunas candidaturas tienen correlaciones débiles, otras presentan asociaciones intermedias y un pequeño bloque destaca por su cohesión, visible en rojo intenso en la parte superior derecha.

Este grupo —cuyos cinco integrantes están resaltados en amarillo— no alcanzó la victoria, pero sus votos coincidieron de forma sistemática en muchas secciones a lo largo del país. La regularidad sugiere que formaban parte de una planilla, formal o informal, diseñada para impulsar su elección en conjunto. A diferencia del bloque oficialista, su respaldo se concentró en los estados más poblados, lo que indica una base urbana.

4Sin antagonismos

En elecciones federales ordinarias, es común hallar correlaciones negativas entre candidaturas: el ascenso de una suele implicar la caída de otra (como entre Morena y el PAN). En este análisis, no se observa una sola correlación de ese tipo a nivel nacional.

Una explicación parcial reside en el diseño mismo de la elección judicial: no respondía a una lógica de mayoría relativa ni a un esquema de “el ganador se lleva todo”. El objetivo era integrar un cuerpo colegiado, por lo que se podía votar por varios candidatos sin que el respaldo a uno desplazara necesariamente a los demás.

Con todo, en una elección plural, ciertos perfiles compiten por el mismo electorado, generando patrones excluyentes, incluso si estos son suaves. Por ello, en términos estadísticos, la ausencia absoluta de antagonismos es reveladora.

Primero, sugiere que no hubo verdadera competencia entre candidatos: votar por uno no implicaba dejar fuera a otro. Tampoco compitieron entre sí las planillas: aun al agrupar a los aspirantes en sólo tres bloques —los que aparecen en la gráfica de calor triangular—, no se observa una correlación negativa entre ellos.[5]

Segundo, se refuerza la hipótesis del voto por planilla: si los votantes hubieran deliberado entre candidatos con niveles comparables de liderazgo pero con posturas contrapuestas, cabría esperar correlaciones negativas. Sin embargo, los datos apuntan a otra lógica: los votos se distribuyeron como si provinieran de listas cerradas, sin competencia real entre perfiles individuales.

Tercero, todo esto revela el carácter poco deliberativo del proceso. En una elección democrática, cabría esperar algún grado de polarización, competencia o contraste. Aquí, en cambio, predominó una lógica de adhesión sin conflicto. Lo que vimos no fue una contienda entre alternativas, sino una coreografía democrática sin disenso: una ratificación envuelta en el ropaje de una elección.

La genealogía de las planillas

Para confirmar estos hallazgos, utilicé un dendrograma. Esta técnica permite agrupar candidatos a partir de la similitud en sus patrones de votación, a lo largo de las secciones electorales. A diferencia de la gráfica de calor, que muestra simultáneamente todas las correlaciones, el dendograma estructura las similitudes en forma de árbol, lo que facilita detectar bloques internamente cohesionados. En otras palabras, no sólo muestra qué candidaturas están asociadas entre sí, sino también cómo se estructuran jerárquicamente los distintos núcleos de afinidad electoral.

Respecto a la interpretación de esta gráfica, la afinidad entre aspirantes no se determina por la posición que ocupan en el eje horizontal, sino por la altura a la que sus ramas se conectan. Cuanto más abajo ocurre esa unión, mayor es la similitud en la votación que obtuvieron. Así, los nombres agrupados cerca de la base del árbol recibieron votos en conjunto de manera muy consistente; aquellos que sólo se enlazan en la copa del árbol comparten poco o nada.

El dendograma confirma las regularidades encontradas en la gráfica de calor, al tiempo que revela con mayor claridad los grupos que gozaron de una votación en bloque. Los colores sólo indican bloques diferenciados, a fin de facilitar la lectura. El lector puede hacer zoom para explorar cada nodo del dendrograma y consultar los patrones específicos de afinidad.

En primer lugar, la gráfica expone una gran bifurcación, marcada por la línea azul en el extremo superior, la cual segmenta a todos los candidatos en dos grandes bloques. Enseguida, la rama derecha del dendrograma se divide en dos grupos principales; me concentraré en la rama derecha de la gráfica.

Este bloque incluye a los ganadores de los escaños en la SCJN, así como a dos aspirantes cercanos a ellos: Paula García Villegas Sánchez Cordero y Sergio Javier Molina Martínez. Ambos tienen vínculos personales con el oficialismo —ella, hija de la exministra Sánchez Cordero; él, esposo de una funcionaria próxima a Yasmín Esquivel—, y su posición en el árbol refleja dicha afinidad. Estos personajes obtuvieron votos junto a los miembros de la planilla ganadora, aunque con menor consistencia o en regiones más limitadas. No compitieron contra el bloque principal; su falta de éxito parece deberse a una menor capacidad de arrastre.

El bloque ganador aparece como una rama densamente unida: los candidatos están conectados a una altura muy baja del dendrograma, casi pegados al eje, lo que corrobora una fuerte coherencia en los patrones de votación. Los candidatos ganadores, marcados con un círculo, confirman esta asociación: fueron elegidos en conjunto de forma consistente, lo que refuerza la hipótesis de que este mecanismo de inducción al voto funcionó eficazmente.

Por otro lado, casi en el extremo izquierdo del gráfico, en color naranja, aparece el grupo de César Mario Gutiérrez Priego, Federico Anaya Gallardo, Isaac de Paz González, Fabiana Estrada Tena y Raymundo Espinoza Hernández. Ya destacados por su cohesión en la gráfica de calor, vuelven a agruparse como un clúster bien definido. Aunque no ganaron, los patrones de votación sugieren una estrategia clara, pero sin el volumen suficiente para imponerse.

Lo que quedó al descubierto

La elección judicial no solo definió el rumbo del Poder Judicial, sino que exhibió el alcance de un régimen en fase de consolidación, decidido a controlar tanto la justicia como los procesos electorales. También operó como un experimento de ingeniería política: se diseñó un mecanismo, se desplegó a escala nacional y funcionó. Los candidatos promovidos desde el poder fueron votados en bloque y sus nombres se replicaron con precisión en decenas de miles de secciones. El patrón observado revela que la contienda careció de garantías de equidad entre aspirantes.

Con una participación mínima y resultados predecibles, la elección anticipó una posible nueva normalidad: procesos participativos sin competencia real ni incertidumbre. Ojalá no sea el caso. Pero lo más inquietante no fue la eficacia del mecanismo de inducción, sino que el árbitro, en vez de cuidar la cancha, aprendió a mirar hacia otro lado.

Por. Aleister Montfort

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