5 diciembre, 2025

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Pollos Guerrero “tiendita” con 100 años de historia

Esta tienda de abarrotes es una tradición de 100 años, y ha sobrevivido a todo

CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- En pleno corazón de la zona centro, en la esquina de la calle 2 Guerrero número 1602, sobrevive un rincón de historia viva de Ciudad Victoria: la tienda Pollos Guerrero. Más que un comercio, es un testigo silencioso de más de 100 años de cambios, alegrías y retos, sostenido por las manos y el corazón de una familia que ha sabido resistir el paso del tiempo.

Su actual propietaria, María Antonia Nájera Márquez, ha estado al frente del negocio por más de cuatro décadas. A los 28 años, su padre, don Pedro Nájera Rodríguez, le entregó las llaves y la responsabilidad de continuar con la tradición que él inició a principios de 1900, cuando el pueblo apenas se dibujaba entre calles empedradas y la vida giraba en torno a pequeñas tiendas de barrio.

Don Pedro, hombre de carácter firme y generoso, atendió el local durante 45 años.

Antes trabajaba en el campo, hasta que decidió abrir un modesto changarro que, poco a poco, se convirtió en punto de reunión y abastecimiento para toda la comunidad.

“Mi papá dejó dos diarios llenos de cuentas que nunca le pagaron. A la gente se le daba fiado porque aquí todos éramos vecinos”, recuerda María Antonia con una sonrisa que mezcla nostalgia y orgullo.

En sus primeros años, Pollos Guerrero ofrecía desde leña y rastrojo, hasta galletas sueltas, queso, pan, verduras frescas y leche bronca, que llegaba en botes de lámina y se conservaba en hieleras de madera con bloques de hielo. No había refrigeradores ni lujos, solo ingenio y dedicación para mantener los productos en buen estado.

Con el tiempo, la tienda amplió su oferta y llegó a tener una vitrina llena de pollos frescos, origen del nombre que conserva hasta hoy. Sin embargo, los altos costos de la electricidad y los cambios en la economía obligaron a reducir ese surtido. “Ahora vendo menos pollos, pero sigo con mis verduras, hierbas y lo que la gente del barrio necesita”, cuenta.

Mantener el negocio abierto no ha sido fácil. La llegada de grandes cadenas y tiendas de conveniencia afectó las ventas, pero María Antonia nunca bajó la cortina. “Aquí no se cierra ni en día festivo. Hay que estar al pie, porque este es el trabajo de toda una vida”, afirma.

Su secreto para perdurar es simple: compromiso, trato cercano y una memoria de barrio que no se borra.

Fía a quienes sabe que pagarán cuando puedan, apunta las cuentas en libretas de confianza y conserva clientes de generaciones enteras. “Ya muchos no viven aquí o han partido, pero todavía vienen los hijos o nietos a comprar”, comenta.

En las paredes y el mobiliario, el tiempo ha dejado huellas profundas.

Los viejos mostradores y objetos heredados de sus padres siguen ahí, como guardianes silenciosos de la historia familiar.

Para María Antonia, cada rincón guarda un recuerdo: el olor del pan fresco, las charlas de los vecinos, el sonido de las monedas sobre la madera.

Cuando se le pregunta qué pasará con Pollos Guerrero cuando ella ya no esté, responde con serenidad:

“Mis hijos tienen su carrera, no seguirán con la tienda, y está bien. Yo me voy tranquila, porque les di estudio, los mantuve y nunca les pedí nada. Cumplí mi deber”.

Más que un negocio, Pollos Guerrero es un retrato de resistencia y amor por las raíces.
Un lugar donde la historia no se escribe en libros, sino en libretas de fiado, anaqueles de madera y en la voz cálida de una mujer que ha hecho de su vida un servicio constante a su comunidad.

Por Raúl López García
EXPRESO-LA RAZON

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