Esta semana el Inegi dio a conocer, por primera vez, la medición de pobreza multidimensional para 2024. Un aspecto sumamente valioso de esta medición de pobreza es que no sólo se consideran los ingresos de los hogares, importantes como son, sino que también se consideran las carencias por acceso a educación, salud, seguridad social, vivienda y alimentación.
Como se sabe, tras la reforma constitucional del 20 de diciembre 2024 que eliminó diferentes organismos autónomos, la medición de la pobreza y la evaluación integral de las políticas de desarrollo social que por años realizó el ahora extinto Coneval, fueron transferidas al Inegi.
Cabe recordar que la medición oficial de la pobreza y la evaluación de las políticas sociales con transparencia, así como rigor técnico y metodológico, data de la creación de la Ley General de Desarrollo Social de enero 2004. Gracias a ello, entre 2008 y 2022, el Coneval realizó la medición de pobreza multidimensional cada dos años, a partir de la información recabada en la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares, misma que por fortuna se ha seguido levantando hasta la fecha.
En un país con pobreza y desigualdad históricamente persistentes, donde los programas sociales han sido explotados políticamente una y otra vez, la evaluación de políticas sociales con cierta independencia y objetividad ha sido todo un reto. Baste recordar que, si las mediciones más recientes sólo son comparables de 2016 a la fecha, es porque en aquel año hubo cambios importantes en la metodología de la ENIGH. Del mismo modo, si la medición del acceso a la salud, el rezago educativo u otras carencias hoy sigue siendo controversial, se debe en gran medida a que, desde 2018 a la fecha el gobierno federal ha improvisado una y otra vez diferentes formas de proveer estos servicios públicos fundamentales. El Inegi, por supuesto, no es responsable de todo ese desorden. En cambio, tiene que desarrollar las nuevas facultades que le han sido conferidas con los mismos estándares de calidad que han logrado mantener por años.
Entre los hallazgos principales de la medición dada a conocer esta semana por el Inegi, se encuentran los siguientes. Entre 2018 y 2024, la población en situación de pobreza multidimensional pasó de 41.9% a 29.6%, lo cual representa una mejoría para más de 13 millones de personas. Entre 2022 y 2024, la disminución fue de 36.3 a 29.6%, equivalentes a 8.3 millones de personas. Por su parte, la población en situación de pobreza extrema se redujo de 7% a 5.3% entre 2018 y 2024. El informe del Inegi también reconoce que, entre 2018 y 2024, las carencias aumentaron en promedio: la población vulnerable por carencias sociales aumentó de 26.4 a 32.2% —lo cual representa un aumento de 32.7 a 41.9 millones de personas—.
Por mucho, las principales carencias detectadas son la carencia de acceso a la seguridad social y, en segundo lugar, la falta de acceso a servicios de salud. En tercer lugar, se encuentra el rezago educativo, mismo que puede tener serios efectos en el largo plazo.
Importante como puede ser la discusión metodológica detrás de estas mediciones, quiero señalar una serie de preocupaciones adicionales. Los avances en combate a la pobreza y desigualdad deben reconocerse y ponerse en su justa perspectiva: no tiene mucho sentido pelearse con la evidencia cuando esta es contundente.
Sin embargo, los avances anunciados no serán sostenibles sin mayor crecimiento económico ni tampoco será posible atender mejor las carencias sociales sin mayores ingresos fiscales. Los avances en el combate a la pobreza multidimensional no serán sostenibles sin mejoras en la calidad de la educación, la salud y la seguridad social: no basta con aumentar ingresos.
Por último, estos avances tampoco serán sostenibles si no se protege la capacidad de premiar, castigar y exigir mejores políticas públicas a quienes nos gobiernan. Vale la pena recordar que, sin democracia, nunca se hubiera logrado lo primero. Pero, sin democracia, tampoco hay forma de exigir lo segundo. Sacrificar la calidad de la democracia ante promesas poco creíbles sería dar un salto al vacío.
Por. Javier Aparicio




