El perfil profesional y personal del Secretario de Seguridad Omar García Harfuch define muy bien los suelos pantanosos bajo los que fue construida la 4T como proyecto político y la fugacidad de Morena como partido sin la ‘bendición’ del ex presidente Andrés Manuel López Obrador.
Formado por la milicia y el poder civil bajo el esquema de un país incendiado por la delincuencia organizada, es uno de los primeros funcionarios híbridos entre los mandos civiles y castrenses con un perfil de profesionalización de las corporaciones policiacas impulsadas irónicamente durante el panismo y poco a poco fue escalando de puesto hasta llegar al círculo rojo de la presidenta Claudia Sheimbaum Pardo.
Y son sus orígenes (familiares y profesionales) los que despertaron la animadversión de AMLO de quién siempre desconfió e impuso al final en la sucesión de CDMX a su incondicional Clara Brugada.
Hijo del controvertido político priísta Javier García Paniagua, fue el primer lastre que le impidió tener una relación directa con AMLO, aunque la presidenta como Jefa de Gobierno siempre lo protegió de cualquier embestidas obradorista.
Su entrega al trabajo en Seguridad Pública le permitió mantener a raya a la Unión Tepito, que mantiene vínculos estrechos con mayoría de los grupos delincuenciales de todo el país.
Esa tarea y labor casi le cuesta la vida en un atentado que libró y que le dio proyección nacional por su ‘hazaña heróica’.
Pero García Harfuch sirvió con su trabajo a causas que trascendieron el control del orden público, probablemente inconcientemente…
La Ciudad de México atraviesa una severa etapa de gentrificación que está reconfigurando el modelo de vivienda siguiendo las dinámicas mundiales que al final es una manera elegante de disfrazar los desplazamientos humanos forzados.
Y ese es principalmente el encanto que despertó en la elite capitalina, por cierto de naturaleza priísta.
Los operativos que ha llevado a cabo para mantener a los grupos delincuenciales en distintas partes del país le han dado reconocimiento a nivel mundial por la manera casi quirúrigca con la que les ha atestado golpes que prácticamente dejó a los delincuentes en la total indefensión.
Sus acciones por lo contrario generan debate entre las alas más puristas del cuatroteísmo que consideran a los grupos delincuenciales como una extensión de los grupos de poder a los que AMLO los denominaba como la verdadera mafia.
Una visión simplista del problema de inseguridad en el país a pesar que en sus orígenes tuvieron ese fin.
García Harfuch en cuestión de meses ha concentrado el poder suficiente para mantener a raya no sólo a la delincuencia organizada. Su papel en cumplir con los acuerdos estipulados desde Estados Unidos por su presidente Donald Trump le otorgaron la legitimidad necesaria para atestar golpes certeros al financiamiento de los grupos de interés formados durante el obradorismo que han complicado la gobernabilidad para la primera presidenta del país.
Su lealtad a la presidenta la ha dejado en claro lo que no ha logrado en sacudir de su entorno a los grupos de poder emanados del PRI y del PAN a quien ya adoptaron como la figura de Morena y de lo que es hasta ahora la 4T para recuperar el territorio perdido.
Como lo es la fórmula con el Partido Verde aún proclamado aliado incondicional de Morena aunque en algunas partes del país (como Tamaulipas) tejen alianzas que le permiten tener aire propio en los procesos electorales.
Los golpes atestados de García Harfuch si bien son bien recibidos y aceptados por las autoridades estadounidenses se alejan de una de las bases principales del obradorismo que es la de no utilizar al estado como un monopolio de la violencia y más como un mediador del conflicto de clases en la reparación del tejido social como base fundamental para la construcción de la paz.
Y coincide más con el calderonato al que pertenecen personajes más alejados de la esfera cuatroteísta como lo es el ex gobernador panista Francisco Javier García Cabeza de Vaca.
El impulso que se da desde Palacio Nacional y de grupos periféricos al súper funcionario de Seguridad dista además del proyecto inicial con el cual busca (o buscaba) legitimar su gobierno la presidenta en una mayor apertura de los espacios público y de tribuna para las mujeres.
Además de legitimar una narrativa de tomar medidas de gobierno que lleven al país de la militarización, a un Estado policial que permitan mantener el mismo control y vigilancia utilizado para el combate con la delincuencia organizada, para vigilar a la ciudadanía.
Como sucedió en el gobierno pasado aquí en Tamaulipas y como sucede en la actualidad en El Salvador con Nayib Bukele y su exitosa política en el combate a los Maras que ahora lo catapultan a la perpetuidad en el poder.
García Harfuch se mantiene hasta el momento como el súper policía y estratega en la desarticulación de los grupos delincuenciales (aka Genaro García Luna) que mantiene una lealtad con la presidenta y con el partido en el poder a un proyecto político que permitiría la implosión de Morena.
Precisamente con el debilitamiento intencional y deliberado de todos los grupos de poder cercanos al obradorismo.
En el futurismo político falta mucho por ver y más en un funcionario de nueva generación como el secretario de seguridad.
Pero es peligroso fortalecer mediante un aspecto tan delicado para cualquier país como lo es la seguridad pública para impulsar campañas políticas de manera prematura.
Sobre todo en un país en el que ha quedado en evidencia que toda encomienda política emanada del combate a la delincuencia deja una estela de ‘daños colaterales’ que han convertido al país en un cementerio desde 2007.
Por. Pedro Alfonso García Rodríguez
@pedroalfonso88




