TAMPICO, TAM.- Era el 28 de agosto de 1975, el reloj del tiempo marcaba una noche distinta en Tampico. En el parque de la Isleta, ese escenario pintoresco e irrepetible donde una vía de ferrocarril cruzaba los jardines y a veces interrumpía los partidos, se escribió una de las páginas más doradas en la historia del beisbol mexicano.
Los Alijadores de Tampico se coronaban campeones de la Liga Mexicana de Beisbol al vencer en cinco partidos a los poderosos Cafeteros de Córdoba.
Aquel equipo, dirigido por el legendario Benjamín “Papelero” Valenzuela, se incrustó para siempre en la memoria de los aficionados.
Era una novena de carácter, talento y garra, con nombres que hoy son sinónimo de leyenda: el inmortal Héctor Espino, el brazo certero de Pancho Maytorena, la versatilidad de Joe Pactwa, el temple de Julio Cruz, el seguro José Vidal, y la entrega de Rolando Camarero, Víctor Torres, Charlie Howard, Arturo Rey, Eddie León, Eladio Urías, el zurdo Curtis Issom, Tom Silverio y Roberto Castellón.
CAMINO A LA CIMA
Los Alijadores no llegaron por casualidad a la final.
Su paso fue una muestra de resistencia y determinación.
Primero despacharon a Unión Laguna en seis juegos 4-2 y luego vencieron en una batalla épica a los Sultanes de Monterrey en siete 4-3.
Del otro lado, Córdoba también mostró su poderío eliminando a Jalisco 4-3 y a los Diablos Rojos del México 4-3.
El primer golpe lo dio Tampico con un triunfo de 3-1, pero los Cafeteros reaccionaron con una blanqueada de 7-0, dejando la serie empatada antes de viajar a la costa tamaulipeca.
LA FIESTA EN CASA
De vuelta en el parque de la Isleta, el espectáculo fue total. En el tercer juego, Joe Pactwa, conocido por su fuerza con el madero, dejó el bat para subir a la lomita y regalar una joya de pitcheo que terminó en victoria 6-2.
El cuarto fue para Julio Cruz, quien superó nada menos que a Vicente Romo, colocando a los Alijadores a un paso del título.
EL JUEGO DE LA ETERNIDAD
El 28 de agosto, Curtis Issom inició el montículo con la responsabilidad de cerrar la serie, pero Córdoba se adelantó 0-2.
Fue entonces cuando apareció el brazo salvador de Pancho Maytorena, quien relevó con temple y dominio absoluto.
Los bates alijadores despertaron y la pizarra final marcó 7-4. Esa noche, Héctor Espino se fue perfecto: 5-5 al bat, una actuación que quedó grabada como sello de campeón.
Cuando cayó el último out, la explosión de júbilo se escuchó en cada rincón del puerto. Los aficionados invadieron el diamante, las lágrimas y abrazos se mezclaban con los gritos de “¡Alijadores campeones!”.
UN ESTADIO COMO NINGUNO
El parque de la Isleta, testigo de aquella gesta, era ya una joya única en el mundo. Su peculiaridad: una vía de ferrocarril cruzaba los jardines y, de vez en cuando, un tren pasaba en plena acción, obligando a pausar el juego.
Ese detalle pintoresco se convirtió en parte de la leyenda, tanto como el propio campeonato.
MEDIO SIGLO DESPUÉS…
Hoy, a 50 años de esa hazaña, el eco de aquellos batazos, las atrapadas y los lanzamientos aún resuena en la memoria de quienes estuvieron ahí.
Los Alijadores no solo ganaron un campeonato; le dieron identidad y orgullo a una ciudad que encontró en ellos un símbolo de unidad.
En las gradas, los más veteranos todavía cuentan la historia con brillo en los ojos, como si cada jugada volviera a ocurrir frente a ellos.
Porque hay victorias que no se borran, que no envejecen, y que, como la de 1975, se convierten en leyenda.
Por Manuel Hernández
Expreso-La Razón




