5 diciembre, 2025

5 diciembre, 2025

Ernesto: cuando la sombra desaparece

( Todos tenemos historias que contar, y Expreso abre este espacio, Historias con Café, para quien quiera compartirnos las suyas )

Ese día se levantó sin prisa, sentía que había dormido en vano…

Cómo todas las noches, como todos los días, su vida se había convertido en una rutina y no le gustaba ese rostro que miraba frente al espejo. 

Siempre era lo mismo, todas las mañanas Ernesto hacía un esfuerzo sobrehumano, y no lograba salir de su pequeña casa.

Afuera todo se veía marchito,  luego de muchos años, el pequeño jardín había perdido el color.

Pero esa noche mientras dormía, Ernesto sintió un viento helado que al rosar su mejilla, le susurró al oído, algo que definitivamente no descifraba.

Con  desgano se sujetó la bufanda, se abrochó con torpeza los zapatos y tomó su pequeña boina color marrón. 

Por primera vez en muchos años, Ernesto saldría a dar un paseo, sentía como poco a poco entre esas cuatro paredes, se le ahogaba el alma.

Al abrir la puerta, el aire fresco de la mañana, lo golpeó de lleno en la cara. 

Era Septiembre, el mes que en su juventud tanto lo emocionaba, en estas fechas, compartía con sus seres queridos las fiestas patrias. 

Además, en Septiembre llegaban los primeros vientos del norte, los vientos que según su abuela, traían cosas nuevas y mágicas.

Con paso lento, bajo la vereda que lo llevaba a la bahía. 

Al ritmo de su bastón, Ernesto recorrió las calles que en otros tiempos transitaba, escuchando a cada paso las voces y los sonidos tan distintos. Parecía como si el viejo, se hubiera alejado por siglos.

Veía a la gente transitar por las aceras, y caminar muy de prisa sin admirar el paisaje, sin detenerse a escuchar los trinos de la mañana, ni siquiera un hola o el tradicional “buenos días” que a cualquiera le alegraba el alma.

Con asombro observó a cada uno de los transeúntes que hablaban en voz alta, algunos parecían hacer un intervalo para que otra persona les contestara. 

Ernesto estaba asombrado, cada una de las personas que se cruzaba en su camino parecían ignorarlo, era como si no existiera. 

Un escalofrío le recorrió los huesos y por inercia, volteó a ver su sobra en la acera para confirmar con alivio que ésta, aún  se proyectaba, en un ángulo que no dejaba lugar a dudas… seguía vivo, aunque para la mayoría parecía ser invisible.

De pronto divisó a lo lejos los techos de palma, y sintió poco a poco la brisa que se mezclaba con un olor a frutas y especias- El viejo cascarrabias de Ernesto se dio cuenta que ahí, en la playa, todo permanecía intacto, como si fuera ayer cuando él paseaba al lado de Victoria.

El mar sabía todos sus secretos, en todas las estaciones a lo largo de su vida, Ernesto visitaba la playa. 

Con él había compartido sus locuras de niño, sus aventuras, sus ansias de juventud, y sus días de nostalgia. Había caminado y corrido por la arena, y cuando se sentía cansando se quedaba dormido, dejando que el mar lo arrullara.

Muchas veces sus lágrimas de habían confundido con el agua salada… había construido castillos de arena y dibujado en el viento todos sus sueños.

Lo que más le gustaba a Ernesto, era ver como el mar borraba sus huellas… todas sus huellas, incluso las del alma, por eso acudía cada vez que se sentía triste. 

Eran amigos desde la infancia y ese día el viejo sentía como al acercarse, el mar embravecido le hablaba. Llegó casi sin aliento, sudando, a pesar del viento frio del norte.

No le gustaba sentarse en las palapas. Había una vieja y enorme roca, que ni la peor tempestad había logrado mover, ahí Ernesto podía sentarse, y dejar que el mar acariciara sus pies descalzos. 

Sin embargo ese día al contacto del agua,  sintió un frío helado que removió todas sus entrañas.

Sin ninguna palabra de por medio, sintió como el mar le reclamaba, más luego de unos minutos  volvió la calma. 

El mar iba y venía con una cadencia innata, como queriendo alejarse enojado y luego, arrepentido volvía a los pies de su amo, de su amigo, que tanto extrañaba. 

Dos lágrimas cruzaron el rostro del viejo, sabía que por orgullo, por culpa de esa tristeza que le había carcomido el alma, se había perdido todos estos años del aire fresco, la brisa, la lluvia, las tardes en calma y el olor fresco de la mañana, de los atardeceres pero sobre todo, había perdido el contacto con su amigo y eso no se lo perdonaba…

Ninguna pena por honda que fuera, debía alejarnos de los seres que amamos, ahora lo comprendía y le prometió a su entrañable amigo, que a partir de ese día, no faltaría a sus citas. Tenía tanto que contarle, sobre todo ahora que había perdido a Victoria.

Ernesto se quedó callado, no abriría por hoy sus heridas… se recostó despacio y sintió como la arena lo abrazaba, hacía años que no permitía que nadie se le acercara y ese sólo contacto, le devolvió la vida, que creía extraviada…

De regreso a casa Ernesto tomó las riendas de su bastón, decidido a enfrentar sus miedos  y ahuyentar la nostalgia.

Caminaba sin prisa pero sin calma… y al girar para decirle un hasta luego a su entrañable amigo, no se percató que su sombra, ya no se proyectaba… 

Judás Mirafuentes
2016

P. D. 

Ninguna tristeza, por más honda,  debería alejarnos de las personas que amamos.

Facebook
Twitter
WhatsApp

DESTACADAS