El Partido Verde madrugó y el sábado pasado anunció que Maki Ortiz será su candidata a la gubernatura en 2028, en un juego que tiene una fuerte dosis de oportunismo y la clara intención de sacar provecho a las circunstancias políticas que vive Tamaulipas: se trata de enganchar posiciones y amarrar complicidades, un ejercicio de supervivencia que desde ahora se perfila como un plan fallido.
Mas que ingenuidad, hay una ambición desbordada en esta tragicomedia que se advierte como una acción desesperada, porque anunciar una candidatura tres años antes de la elección, sin estrategia, ni alianzas definidas no parece lo más adecuado.
Aún más si ésta implica la arriesgada apuesta de que sus asociados inviertan en el proyecto político de Maki, y que las figuras que antes alquilaron franquicia, lo vuelvan a hacer en el 2027.
En el 2024 el Verde participó en Tamaulipas en Tamaulipas en una alianza que logró conquistar una senaduría, cuatro diputaciones federales, cuatro locales, con un 11% de la votación que llamó la atención porque los colocó como tercera fuerza, pero hay muchas razones para considerar que aquel resultado fue coyuntural: votos prestados de inconformes, arrastre personal e inversión de las figuras que participaron en un momento coyuntural, pero sin generar una estructura partidista.
Aquellos resultados fueron el producto de una alianza con Morena y PT; el Verde consiguió esas posiciones, no por fuerza propia, sino porque la ola obradorista los arrastró a puestos de poder; suponer ahora que ese capital sigue vigente seis años después parece ser un autoengaño.
Ortiz mantiene presencia en Reynosa, pero fuera de ese espacio su peso es limitado por lo que tendrá que hacer mucha talacha y una buena inversión para contratar operadores en todo el estado. Con todo y eso, una candidatura aislada del Verde parece destinada a ser meramente testimonial, sin posibilidades reales de disputar el poder.
Habrá que ver si entienden que su fortaleza no está en los votos, sino en los acuerdos y esos acuerdos funcionarán solamente si mantienen su cercanía a las cúpulas que tienen en sus manos el poder y el control de las instituciones en la Federación y en Tamaulipas. Romper con ambos sería suicida, por eso el anuncio luce más como un amago negociador que como un plan firme de llegar solos hasta la boleta.
La nominación de Ortiz es ruido, sirve para tensar la cuerda, para encarecer el precio de la alianza y para recordar que el Verde también juega, pero a la hora de la verdad su supervivencia política siempre ha dependido de los pactos, y en Tamaulipas estos se negocian con el poder, pero con números reales, no con espejismos.
Finalmente ha quedado en evidencia que la ruptura entre Verde y Morena es irreversible, así lo dejó en claro la declaración de la dirigente del partido en el poder, precisamente en Reynosa.
Dos párrafos del comunicado oficial son contundentes:
“En Morena siempre hemos sido respetuosos de las decisiones que tomen otros partidos políticos. El Partido Verde ya tomó su ruta y definió sus cartas. Nosotros tenemos muy claro cuál es la nuestra: la del lado de la gente, de nuestro pueblo y en territorio”.
“…Justamente en ese andar en donde tenemos la certeza de que Tamaulipas y, en especial Reynosa, es territorio Morena y seguirá siéndolo, eso está muy claro. Que no quepa duda”.
El sesgo que toma este caso, inédito en la política estatal, continuará cuando el PVEM, las figuras que eventualmente podrían aspirar a usar el membrete y la propia Maki definan los siguientes pasos.
Por lo pronto el grupo Reynosa y asociados siguen en el ojo de la tormenta… y es tiempo de huracanes.




