5 diciembre, 2025

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Entre muros invisibles y puentes rotos

RETÓRICA / MARIO FLORES PEDRAZA

México y Estados Unidos comparten más que una frontera de casi 3,200 kilómetros: comparten una historia de tensiones, dependencia, contradicciones y simulaciones. Si la política exterior fuera un espejo, esta relación bilateral revelaría no solo intereses comunes, sino también los fantasmas de nuestras propias crisis internas.

En materia de seguridad, la cooperación ha sido selectiva, desigual y, en ocasiones, cínica. Washington exige combate frontal al narcotráfico, pero es incapaz de detener el flujo de armas que alimenta la violencia en el sur. México acepta millones en apoyo, pero mantiene una estructura institucional que simula enfrentar al crimen mientras lo incorpora en sus entrañas. El resultado: una guerra sin fin, sin estrategia, sin brújula.

En el ámbito económico, el T-MEC reemplazó al TLCAN con la promesa de un comercio más justo. Pero detrás del lenguaje diplomático, subsiste una dinámica colonial: México exporta mano de obra barata, recursos naturales y sumisión normativa; importa tecnología, dependencia y deuda. La «integración» no ha significado equidad, sino estandarización forzada bajo criterios que benefician al norte.

Y en migración, la paradoja es aún más brutal: Estados Unidos necesita trabajadores migrantes para sostener su economía, pero los criminaliza para sostener su discurso. México, por su parte, juega el papel del gendarme del sur, reprimiendo a los que huyen de la miseria centroamericana, mientras exige trato digno para sus propios migrantes en el norte. Es el espectáculo de la hipocresía bilateral, representado en operativos, detenciones, discursos vacíos y muros simbólicos que no detienen el éxodo, pero sí justifican presupuestos.

Los retos son inmensos. En un mundo que se reconfigura geopolíticamente, la relación México-Estados Unidos está atrapada entre la necesidad y el chantaje. Necesitamos cooperación real, no retórica de cumbre. Necesitamos liderazgos capaces de enfrentar a las élites económicas que dictan la agenda desde ambos lados del río Bravo. Necesitamos, sobre todo, una política exterior que no se diseñe en embajadas ni se someta a algoritmos.
Pero eso implicaría tener estadistas, no administradores de consensos. Implicaría que México actúe como nación soberana, no como maquila geopolítica. Y que Estados Unidos vea a su vecino no como amenaza o barrera, sino como socio legítimo. Tal vez entonces, la frontera dejaría de ser una herida abierta para convertirse en una posibilidad.

Mientras eso no ocurra, seguiremos siendo gobernados por nadie. O peor aún, por intereses que no llevan rostro, pero sí factura.

POR MARIO FLORES PEDRAZA

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