5 diciembre, 2025

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La inclusión no está en una vocal

Razones/Martha Irene Herrera

Antes del expresidente Vicente Fox Quesada, en México nadie sentía la necesidad de duplicar las palabras para nombrar a hombres y mujeres. Decíamos “mexicanos” y entendíamos que ahí estábamos incluidos todos, sin distinción.

Fue con Fox cuando comenzó la práctica de decir “mexicanos y mexicanas”, como si la primera forma solo nombrara a los varones y no al conjunto de la población. Desde entonces, el lenguaje empezó a ser objeto de debates que antes no existían.

Se trató de una especie de “inclusión selectiva” que, más que enriquecer, terminó enredando las expresiones cotidianas. La palabra, en lugar de unir, comenzó a dividir.

La Real Academia Española —y en México, la Academia Mexicana de la Lengua— han sido claras en este tema: el género gramatical masculino tiene un valor genérico y, por tanto, no requiere ser duplicado ni sustituido.

Sin embargo, colectivos feministas y LGBTIQ+ impulsaron otras modificaciones, proponiendo la letra “e” como un neutro: “todes”, “compañeres”, “chiques”.

Esta práctica se fue extendiendo, primero en ambientes juveniles y universitarios, luego en espacios artísticos, culturales y en algunos medios alternativos.

Pero no es un fenómeno exclusivo de México. En Argentina, Uruguay, Chile, Colombia y España también se ha propagado, aunque con diferentes niveles de aceptación.

En Argentina, por ejemplo, la Ciudad de Buenos Aires emitió una disposición recomendando a los docentes no usar la “e” ni el desdoblamiento en la comunicación escolar, pues se consideró que podía afectar la comprensión de los alumnos.

En España, la Real Academia Española ha reiterado que expresiones como “todas y todos” o “todes” carecen de fundamento normativo, y que lo mejor es optar por un lenguaje claro, directo y sin artificios.

En México, aunque no hay una prohibición formal, la mayoría de instituciones públicas y de comunicación prefieren guías de estilo que sugieren alternativas más naturales, como los sustantivos colectivos (“la ciudadanía”, “el alumnado”).

En lo personal, en mi trabajo en medios de comunicación y en mi vida diaria, no hago uso de ese tipo de fórmulas. No lo hago por terquedad ni por falta de sensibilidad, sino porque estoy convencida de que no añaden nada al entendimiento y mucho menos a la verdadera inclusión.

La inclusión real no depende de cambiar vocales o multiplicar palabras. Se construye en la vida diaria, en los espacios donde personas con distintas capacidades físicas, cognitivas o psicomotoras puedan expresarse, desarrollarse y convivir en igualdad de condiciones.

Cambiar las palabras no basta. El verdadero reto de la inclusión está en transformar realidades, abrir puertas y derribar barreras. Porque al final, de nada sirve decir “todes” si no somos capaces de abrazar a todos.

Contacto: madis1973@hotmail.com

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