A propósito de la visita de Claudia Sheibaum a Tamaulipas, vale la pena reflexionar sobre los doce meses que ha tenido que gobernar en un ambiente complejo, por las presiones externas que enfrenta el país pero también por el desafío de figuras políticas y grupos de poder que se encumbraron en un sexenio pragmático como lo fue el mandato de Andres Manuel López Obrador.
Claudia Sheinbaum asumió la presidencia con la votación más alta de la historia reciente pero también con la herencia de las redes de poder construidas por su antecesor a lo largo de décadas, un entramado de operadores, cuadros políticos y liderazgos que se consideran dueños de la Cuarta Transformación, de tal modo que la nueva presidenta no recibió un terreno limpio sino un sistema saturado de compromisos, lealtades frágiles y presiones que ha tenido que administrar con movimientos discretos y golpes de autoridad calculados.
El gabinete fue la primera muestra de esa herencia porque al lado de sus nombramientos propios aparecieron nombres ratificados por la fuerza del obradorismo, y aunque el mensaje parecía de continuidad con el sexenio anterior, detrás de esa aparente estabilidad se oculta un dilema: hay figuras que suponen que viven aun bajo sombra de López Obrador y generan un equilibrio incómodo que obliga a Claudia a ejercer la autoridad sin fracturar al movimiento.
En ese tablero emergen figuras como el senador tabasqueño Adán Augusto López, cuyo nombre reaparece en cada ajuste de Gobernación o en las negociaciones legislativas, también Ricardo Monreal que maneja su propio capital político desde el Senado y que no oculta su ambición de ser un contrapeso dentro de Morena, o Gerardo Fernández Noroña que con su estilo confrontativo y populista genera tensiones en la bancada y complica la disciplina interna, todos ellos obradoristas de origen que permanecen en la estructura pero que representan un desafío constante al liderazgo de la presidenta.
Al mismo tiempo la oposición intenta marcar diferencias aunque sus liderazgos atraviesan momentos débiles, Lilly Téllez convirtió su ruptura con Morena en bandera y se ha instalado como crítica feroz de Sheinbaum, Ricardo Salinas Pliego utiliza su poder mediático y empresarial para lanzar ataques que van de lo fiscal a lo ideológico, Alejandro “Alito” Moreno sobrevive en el PRI combinando negociaciones y discursos contra el oficialismo pese a la fragilidad de su partido, mientras que el calderonismo en el PAN insiste en señalar los fracasos de la estrategia de seguridad con un discurso que busca reposicionarlos pero que carece de cuadros frescos y de narrativa atractiva, lo que confirma que la oposición existe pero está fragmentada y sin fuerza para articular un frente sólido.
En contraste Sheinbaum ha buscado levantar sus propios pilares de poder y la seguridad es uno de ellos porque al nombrar a Omar García Harfuch en su gabinete envió un mensaje de firmeza, respaldada por la Marina y la Guardia Nacional, con operativos que han golpeado al huachicol en estados como Tamaulipas, Guanajuato y Veracruz donde las tomas clandestinas y el tránsito ilegal de combustibles siguen financiando a redes criminales, al mismo tiempo que se han desplegado acciones contra cárteles en Jalisco, Sinaloa y la frontera norte para demostrar que el gobierno no está cruzado de brazos aunque los reacomodos delincuenciales mantengan un alto costo en violencia, lo que convierte cada operativo en un ejercicio de seguridad pero también en un acto político de reafirmación presidencial.
Otro eje son los gobernadores que le son afines y que funcionan como red de apoyo en lo local, con Américo Villarreal en Tamaulipas, Joaquín Díaz Mena en Yucatán, Clara Brugada en la Ciudad de México, y Alfonso Durazo en Sonora, quienes se han convertido en escudo y caja de resonancia para las decisiones federales porque refuerzan la narrativa presidencial en sus estados, garantizan que los programas sociales lleguen sin resistencia y consolidan un mapa estatal mayoritariamente morenista que blinda a Sheinbaum frente a los embates nacionales, lo que explica por qué cada vez más su estrategia depende de la solidez territorial.
El tercer pilar es el eje social porque la continuidad de la pensión universal para adultos mayores, las becas para estudiantes y los apoyos al campo son más que políticas públicas, se han convertido en el cemento de la legitimidad de la 4T y Sheinbaum lo sabe, por eso no los presenta como herencia sino como expansión, blindándolos en el presupuesto y utilizándolos como símbolo de estabilidad en una sociedad marcada por la desigualdad, con lo cual fortalece su base política y refuerza la narrativa de que gobierna para la mayoría y no para las élites.
Pero quizás el reto más profundo está en el terreno partidista porque Morena ya no es la insurgencia electoral de 2018 sino el partido dominante que administra el poder con mayoría en el Congreso y más de veinte gubernaturas, y Sheinbaumm sabe que por su propio bien necesita institucionalizarlo, imponer disciplina y evitar que los liderazgos regionales lo conviertan en franquicias personales, por eso opera para que Morena deje de ser un movimiento de resistencia para convertirse en un partido con reglas claras que aseguren continuidad más allá de coyunturas y que limiten la tentación de caudillismos locales.
En este escenario la presidenta gobierna entre presiones internas y externas, dentro administra las ambiciones de quienes se asumen con derecho a reclamar herencia obradorista y fuera enfrenta a opositores dispersos pero persistentes, empresarios que buscan condicionar decisiones, un vecino incómodo que exige más cooperación en migración y combate al fentanilo y un mapa criminal que cada mañana obliga a tomar decisiones de alto costo político y social.
Su reto es construir autoridad sin romper con el legado de López Obrador pero al mismo tiempo marcar distancia para que su gobierno no sea percibido como una prolongación del pasado, y aunque los primeros meses muestran que ha optado por el pragmatismo con golpes a la delincuencia, blindaje territorial con gobernadores, consolidación de programas sociales y disciplina partidista, el tiempo dirá si esa estrategia alcanza para transformar un capital heredado en un poder propio.




