La muerte del activista conservador Charlie Kirk ha sacudido hasta los cimientos a la política de Estados Unidos, y ha conmovido profundamente al mundo entero, el espectáculo terrible de su voz silenciada por una bala asesina ha provocado una comprensible oleada de estupor y miedo, y al mismo tiempo, ha expuesto en toda su dimensión, grotesca y absurda, la decisión arbitraria de uno solo o de unos cuantos, que pretenden una vez más, acallar violentamente la libertad de expresión.
Cuando un activista, una figura pública, o un candidato a un puesto de elección popular, son vulnerados por la violencia, la sociedad entera se duele, la democracia se debilita, las libertades de todos se reducen, no hay ninguna razón que justifique anteponer la violencia al diálogo, el sometimiento brutal a la fortaleza de los argumentos y de las convicciones.
Nadie, de ningún credo religioso, de ninguna ideología política, de ninguna convicción personal o social, nadie se merece ser víctima de la violencia irracional que sólo refleja la incapacidad de quienes la ejercen frente a la razón de los argumentos, aducir justificaciones es revictimizarlos a ellos y retrasar la recuperación de la democracia.
Los grandes magnicidios como los del Presidente Franciso I. Madero, el Presidente John F. Kennedy, el Primer Ministro Olof Palme, la Primera Ministra Indira Gandhi y la Primera Ministra Benazir Bhutto, no han podido detener la marcha de la democracia, porque en México, en Estados Unidos, en Suecia, en la India y en Pakistán, se siguen celebrando elecciones periódicas y los pueblos siguen eligiendo democráticamente a sus líderes.
Los radicales musulmanes disparando con sus rifles de asalto en la redacción de la revista Charlie Hebdó y el concierto de rock en el centro nocturno El Bataclan en París en 2015, no detuvieron el proceso democrático, los franceses siguen eligiendo democráticamente a sus gobernantes y el paradigma de la democracia francesa sigue siendo la igualdad, la libertad y la fraternidad.
Las hordas milicianas y los manifestantes radicales que asaltaron en 2020 el capitolio norteamericano no han sido suficientes para socavar a la democracia más antigua de la época moderna, en donde la voluntad de la mayoría sigue siendo la que decide quien asume la responsabilidad de gobernar a la nación más poderosa del mundo.
En México las manifestaciones promovidas por la derecha opositora, la violencia verbal ejercida por los líderes de opinión conocidos como la comentoracia en medios y redes sociales, la estridencia de los líderes partidistas y los legisladores pandilleros, carecen de apoyo popular y de contraparte, porque nadie quiere que la violencia política vuelva a ocupar un lugar en la mesa de la democracia mexicana.
Los ataques sostenidos no han podido distraer la atención del hecho de que el gobierno popular de México además de haber sacado de la pobreza a 13.4 millones de personas y de haber reducido el índice de desigualdad, también ha logrado que México ascienda en el Indice Internacional de Felicidad de la ONU, del lugar 23 al 10, lo que refleja que, además del bienestar material, los mexicanos perciben cambios que les proporcionan bienestar emocional.
En nuestro país la democracia y sus valores como la tolerancia, la inclusión, la libertad de expresión, y el respeto irrestricto a la soberanía popular están protegidos por los poderes del estado legalmente constituidos por el voto de los ciudadanos, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, y el Poder Ejecutivo, garantizan la solidez del primer gobierno democrático de izquierda popular de México, que encabeza la Presidenta Claudia Sheinbaum.
Pese a todos los pronósticos malintencionados y perversos, y los dolorosos y lamentables ataques como el de Charlie Kirk, pese a todo, el desarrollo de los pueblos del mundo avanza, la libertad sigue siendo el paradigma universal, la voluntad soberana de los ciudadanos se abre camino pese a la violencia y la democracia sigue tan campante.
Por Jesús Collado Martínez
Trópico de Cáncer/Expreso Tamaulipas
15 de septiembre de 2025
