Es inolvidable la vez que no nos llevaron a la feria, tal como la ocasión muy importante en la que fuimos, nos llevaron, y con eso evitamos el hueco que ya grandes recordamos cada que viene la feria al pueblo.
En las ferias hay para todos los gustos. Son las antiguas funciones pueblerinas que crecieron. Un punto de reunión donde es claro tienes que divertirte sí o sí, aunque no falte el aguafiestas al que no le gusta nada, y sin embargo por ir con la morra que le gusta se hace parte de la jugada.
Habrá quienes hayan estado ahorrando para este acontecimiento de juegos mecánicos, stand, exposiciones de ganado, cocina, fondas, vendedores de ilusiones, lotería, y el griterío incesante de los tamaulipecos. De eso se trata. Es una fiesta.
A la entrada están los puestos de cobijas que vas a encontrar de salida, luego de un pasaje de troles, gorditas y aguas frescas llenos de clientes. Ya nos cansamos nomas de mirar tanta raza de bronce. Y el cansancio va disminuyendo de acuerdo a lo que vas encontrando.
Y encuentras personas subiendo fotos mientras enguyen un elote rebasado de meljurge. Los padres felices con su hijo listos para la foto, la sorpresiva visita a la mujer araña, la mujer que engañó a su marido y se volvió serpiente. Y nadie se sorprende.
Una señor busca un sitio donde sentarse, lo encuentra, después ya no quiere levantarse, escucha una rola de los Beatles, lee a la gente, esto ya lo vivió antes. En los años 40. Y sin embargo sabe que estos son los años más lindos de su existencia.
Frente a un panel de figuras de bronce un hombre carga el arma 22 de postas y lo revisa como todo un forajido. La celdilla contiene 5 postas de las cuales no debe fallar ninguna. Levanta el arma a la altura del hombro y sienta la cacha que se acomoda solita. El hombre de botines picudos y camisa de cuadros apunta al primer pato. Las luces multicolores parpadean y anuncian la caída del pato que pone orgulloso al viejo de cuadros. Carga otra vez la carabina y mira a sus sobrinos que jamás pensaron que su tío tuviese tal puntería. Con razón nadie lo agarra a pedradas. Los otros cuatro tiros los falló el tío, tanta fama podría perjudicarlo. Cinco años después los sobrinos andarán diciendo que su tío no servía para tirar a los patos.
Ahí andan juntas pero no revueltas las de la tanda con las que no pagaron. La abuela trajo toda la pensión del año y anda mero adelante y pidió que la siguiera una banda de música con el cuerudo tamaulipeco. No sé cómo le hizo pero regresó con su dinero completo.
Acá nadie se acuerda que es de noche, de pronto son las doce, la hora en la cual se le quita la tos al niño que se quedo dormido, dice la señora que nomas se quedarán otra ratito porque andan buscando al Martillo.
Antes la feria se completaba con la cervecería amiga de su preferencia. Gente que nomás a eso iba, a que el grupo Cihua les complaciera con la última cumbia del desierto. La ciudad no iba más allá de la Colonia Moderna y comenzaba a llegar gente del cuarto distrito a vivir a la Echeverría.
Sobre un tapanco de madera una joven muy bella ataviada con la clásica cuera tamaulipeca, sin grandes aspavientos pero con una dulzura que puso a media ciudad atenta, anunció que entonarian un Huapango, dedicado a ciudad Victoria, «La perla tamaulipeca». Y ahí estuvimos escuchando por millonésima vez esa rola desde la niñez. Muy cerca de ahí «Los tigrillos» pusieron a bailar a toda la banda.
Caminando en círculos volvemos a los juegos de los carritos chocones, mijo llevas tres choques en el año y todavía vienes a completar lo que te falta, ten, chingate los choques del próximo año. Porque ya están cerrando, ya nada más quedamos nosotros.
HASTA PRONTO
POR RIGOBERTO HERNÁNDEZ GUEVARA




