Las élites reynosenses, como en Los tres mosqueteros, bien podrían definirse con la frase “uno para todos y todos para uno”, aunque habría que agregarle una posdata inevitable: “y todos contra todos”.
Porque aun en las alianzas —oportunas o no— los golpes bajo la mesa no solo son una constante: forman parte de las reglas del juego.
Durante años, la disciplina se sostuvo gracias a los jerarcas enquistados en el presupuesto federal priista, hasta el ascenso de la marca Cabeza de Vaca.
Entonces la fragmentación de los grupos y el factor de la delincuencia organizada cambiaron por completo el panorama.
Las redes de intereses embonaban perfectamente con ese paisaje midwestern contemporáneo tan bien retratado por los hermanos Coen en Sin lugar para los débiles (No Country for Old Men, en lenguaje cabecista).
Hoy, los rifles de asalto y las vendettas al estilo Cosa Nostra —al menos en teoría— evolucionaron en duelos judiciales. Ya no gana el más rápido con el revólver, sino el que mejor sabe desembolsar dinero para triunfar.
El ejemplo más reciente se dio entre el exgobernador y su excompañera de militancia —y némesis—, la senadora Maki Ortiz.
En los duelos de astucia, gana quien mantiene la serenidad, y la exalcaldesa de Reynosa siempre supo aprovechar la visceralidad de Cabeza de Vaca para derrotarlo… y humillarlo.
Pero en el escenario político de la segunda ciudad más poblada e importante de Tamaulipas surge un tercero en discordia: el senador José Ramón Gómez Leal.
JR, a pesar de su parentesco con Cabeza de Vaca, cambió de bando político y recibió la bendición del obradorismo para implementar el modelo de las “súper delegaciones”.
Hasta la fecha, controla el aparato federal y el ejército de Servidores de la Nación, piezas clave en la operación electoral.
Supó cultivar bien su servilismo hacia la élite obradorista, especialmente con Adán Augusto y Mario Delgado.
De una forma u otra, participó también en las hostilidades que se desataron entre ambos por el control del poder, además de mantener sus alianzas implícitas con el cabecismo.
En la oferta de candidaturas de 2021 —que tan bien aprovechó Maki Ortiz para su hijo Carlos Peña Ortiz—, JR jugó sus cartas con precisión quirúrgica.
Al reynosense parece no importarle la caída política de sus antiguos jefes por intentar desafiar a la presidenta Claudia Sheinbaum, y hoy presume su fuerza dentro del morenismo estatal.
Recientemente difundió una fotografía junto a Omar García Harfuch, uno de los favoritos del círculo rojo presidencial… y también de buena parte de la oposición.
En la sucesión por Reynosa intenta imponer a su incondicional, la diputada Claudia Hernández, justo cuando la familia Ortiz Peña agota su permanencia en el ayuntamiento por mandato presidencial.
Mientras tanto, el líder del Congreso Humberto Prieto busca lo mismo, respaldado por el poder en turno, sin aclarar del todo la lealtad que juró en su momento a los Ortiz Peña.
Y ahí está también Magaly Deandar, acérrima combatiente durante el golpismo cabecista orquestado desde el Congreso, hoy olvidada por el mismo sector del morenismo al que defendió.
El PAN, por su parte, intenta revivir de entre las cenizas, mientras el exgobernador Francisco Javier García Cabeza de Vaca parece entrar en conciencia sobre la pésima decisión de haber impulsado a su hermano en la vida política del estado.
Y en medio del revoltijo político, las élites beneficiadas durante el priismo lograron capear la tormenta. Salieron más fortalecidas que nunca.
Del acceso al presupuesto público, ni se preocupan.
POR PEDRO ALFONSO GARCÍA RODRÍGUEZ
@pedroalfonso88




