4 diciembre, 2025

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XocoIHTA… el chocolates que nació de corazón

Keily Flores Pantoja, una niña de apenas 12 años originaria de Ciudad Victoria, que transformó el dolor por la pérdida de su abuelo en una idea capaz de ayudar a otros

CIUDAD VICTORIA, TAMAULIPAS.- Hay historias que no comienzan en un laboratorio, sino en el corazón.

Así nació “XocolHTA”, el invento de Keily Flores Pantoja, una niña de apenas 12 años originaria de Ciudad Victoria, que transformó el dolor por la pérdida de su abuelo en una idea capaz de ayudar a otros.

“Mi abuelito murió por un paro cardíaco… él tenía hipertensión. Por eso quise hacer algo que ayudara a las personas que viven con eso”, contó con una voz dulce, pero firme, mientras sostenía entre sus manos una medalla dorada que brilla menos que su sonrisa.

Su proyecto —un chocolate funcional elaborado con cacao, chile piquín y albahaca— no nació para ganar un concurso, sino como una forma de sanar. Cada ingrediente fue pensado con cariño; cada experimento, con esperanza.

“Si la presión está alta, la baja. Si está baja, la sube. Si está normal, no la cambia. Así funciona”, explica con esa mezcla de inocencia y conocimiento que solo los genios pequeños pueden tener.

Keily estudia en la Secundaria Técnica No. 1 ‘Álvaro Obregón’, donde su asesora, María de los Ángeles Robledo Arias, la acompañó paso a paso.

“Ella es una esponja: todo lo aprende, todo lo pregunta. Los niños así te devuelven la fe en lo que haces”, dice la maestra, emocionada.

El camino de Keily no fue fácil. Antes de llegar a Paraguay, pasó por etapas regionales, estatales y nacionales, entre noches de desvelo, pruebas fallidas y lágrimas.

“Lo más difícil fue probar y fallar una y otra vez. Pero cada vez que pensaba en mi abuelito, me daban ganas de seguir.”

Y siguió. Tocaron puertas, buscaron apoyos, vendieron rifas, ahorraron.

Su familia —Erwin y Kaely, sus padres— nunca la dejó sola.

“Desde que supimos que iba a representar a México, sabíamos que teníamos que estar con ella, sin importar el esfuerzo”, cuenta su mamá con los ojos húmedos.

Cuando su nombre resonó en aquel auditorio de Asunción, Keily no pensó en los aplausos ni en el trofeo. Pensó en su abuelo.

“Lloré mucho. Sentí que él estaba ahí conmigo.”

Hoy, de regreso en Ciudad Victoria, sus medallas descansan sobre una mesa, pero lo que más vale es el mensaje que deja: que la ciencia también puede nacer del amor.

“Yo le dedico este premio a mi abuelito. Él fue quien me inspiró. Si él no hubiera pasado por eso, yo no habría tenido esta idea”, dice con la seguridad de quien sabe que su invento no solo ganó un concurso, sino que tocó vidas.

Keily sueña con estudiar Medicina o Arquitectura, y con seguir creando cosas que ayuden a las personas.

“A los niños que tienen miedo de participar, les diría que no se detengan. No importa lo que digan los demás, lo importante es intentarlo.”

En un mundo donde muchos buscan el éxito, Keily lo encontró en lo más puro: el recuerdo de su abuelo, el apoyo de su familia y un pedacito de chocolate que late con amor.

Por Raúl López García

EXPRESO-LA RAZON

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