5 diciembre, 2025

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Economía de México en rojo; atiendan a la muñeca fea

FALJORITMO/JORGE FALJO

Históricamente en contabilidad se escribe un número con tinta roja cuando este indica una pérdida, un endeudamiento o, en general, un mal resultado.

El Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) recién indicó que el PIB de México, es decir el total de la producción, se redujo en 0.3 por ciento en el último año. Un dato que merece estar en rojo vivo. También nos dice que la producción cayó respecto al semestre anterior y esto indica que la situación tiende a empeorar conforme avanza el año.

Lo anterior hace que el comportamiento de la producción pueda ser negativo para el conjunto del año. En sentido contrario el secretario de hacienda, Edgar Amador, espera un repunte cercano a la proyección de los organismos internacionales de entre 0.5 y 1 por ciento en el último trimestre del año. Lo que evitaría tener que aceptar una franca recesión para obtener en cambio un crecimiento insignificante.

Si además consideramos que la población crece en PIB por habitante cayó en, más o menos 1.1 por ciento. El conjunto de los mexicanos se ha empobrecido, aunque no a todos les pegue por igual.

La situación es grave en el presente e incierta y poco favorable en el futuro. Además de que la tendencia es mala pueden surgir imprevistos desfavorables internos y externos. Desde Estados Unidos para ser más claros.

Es necesario ascender del mero recuento de lo ocurrido, el que predomina en los medios en estos momentos, a un diagnóstico riguroso. Lo primero es señalar que la caída de la producción no se origina en un desastre natural o,
a decir es que esta caída de la producción no es producto de un desastre natural; no inciden en las cifras del INEGI las inundaciones del 4 al 7 de octubre; ni un gran terremoto, incendio o incidente de ese estilo. Lo que solo deja la posibilidad de que el país enfrenta un problema crónico, estructural y no meramente una coyuntura superficial y pasajera.

Las cifras de crecimiento son diferenciadas; las actividades primarias (agropecuarias) crecieron 3 por ciento, las secundarias (industriales) cayeron 2.9 por ciento y las terciarias (servicios) subieron 0.9 por ciento. El resultado es negativo porque el peso de la industria en la economía es superior al de los otros sectores. Dos subsectores de las actividades secundarias son los de comportamiento más preocupante. Uno es el de la construcción, asociado el cierre del gasto en obras públicas como carreteras, hospitales, escuelas y otros tipos de infraestructura. Pero lo peor es la caída de las manufacturas que retrocedieron entre -1.5% y -2%.

Tenemos una economía productiva que marcha en dos carriles distintos, que son objeto de muy distinto nivel de interés y atención pública. Una es la producción de exportación, precariamente globalizada, enfocada en exportar a Estados Unidos y parcialmente exitosa. La segunda es la producción para el mercado interno, que es la muñeca fea de la economía nacional.

En esta situación recesiva que debiera considerase a nivel de crisis las reacciones se centran en la producción globalizada. Un análisis de Banorte señala que los sectores con mayor resistencia del exterior fueron relativamente resilientes. Banamex estima que las exportaciones seguirán como motor de la actividad productiva del país. El Centro de Estudios Económicos del Sector Privado dice que las exportaciones han sostenido la economía mexicana; son el principal motor del crecimiento. Según Jesús Rubio, investigador de El Colegio de la Frontera Norte, la salud del sector industrial dependerá mayormente de la economía estadounidense.

Todos tienen razón; y al mismo tiempo no hay muchas menciones sobre la verdadera llaga que corroe a la economía nacional; el pésimo desempeño de toda la producción orientada al mercado interno. En la que hay que incluir tanto la manufactura, como la construcción y la producción agropecuaria.

En la manufactura existen reducciones substanciales del orden de más del diez por ciento en la producción de vestimenta, calzado, productos de madera y otros en los últimos tres años. En lo agropecuario hemos alcanzado niveles de dependencia alimentaria que superan a más del 50 por ciento del consumo nacional en granos básicos. En la construcción hemos caído en reducciones substanciales en el mantenimiento de infraestructura de caminos, hospitales, escuelas y demás.

¿Cómo se hace compatible el incremento del bienestar y la salida de la pobreza de millones con el deterioro de la producción para el consumo interno? La respuesta es lamentable: de 2018 a julio de 2025, algo más de seis años, el consumo total de bienes creció en 11.2 por ciento, el de bienes nacionales un miserable 2.9 por ciento (ni siquiera al nivel del incremento de la población) y el de bienes importados en un 58.6 por ciento. Datos de INEGI reproducidos por Banxico.

Enderezar el rumbo de la economía requiere salir de la trampa del enfoque globalizador. No va a levantar al país, generar empleos y elevar el consumo el Nearshoring, que no pasa de espejismo.

Lo que se requiere es prestarle atención, proteger, cultivar, promover, la producción para el mercado interno, para el consumo mayoritario. La pregonada autosuficiencia alimentaria que se traduzca en eficacia; lo mismo para la producción de calzado, vestimenta, enseres, electrodomésticos y un sin número de otros básicos e incluso de artilugios de todo tipo.

Más que pensar en colocarnos a la punta tecnológica y competitiva de la electrónica, aeronáutica y similares repensemos como recuperar la producción básica que nos brinde cierta seguridad estratégica en un entorno internacional no solo incierto, sino potencialmente agresivo.

Un primer paso, imprescindible es reconectar el consumo mayoritario con la producción interna. Y eso requiere un cambio ideológico de fondo; abandonar la ideología del libre comercio y las quejas de que somos víctimas de un comercio desleal para reaccionar en serio frente a la vocación autodestructiva imperante.

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