Durante la ceremonia de bandas en Miss Universo 2025, el director de Miss Universo Tailandia, Nawat Itsaragrisil, insultó a Fátima Bosch y pidió a seguridad que la retirara del lugar, ante la actitud de exigencia de respeto de la representante mexicana. La represión que quiso imponer Nawat, lejos de controlar la rebeldía de Bosch, sumó la inconformidad de otras participantes quienes se solidarizaron con su compañera.
La falta de atención de Bosch a una indicación de participar en una promoción organizada por el equipo tailandés detonó el enojo del organizador, quien la llamó “tonta”, le ordenó callar y pidió la intervención de seguridad. La mexicana, en lugar de someterse, se defendió y abandonó la sala: “No soy una muñeca. Estoy aquí para ser una voz para todas las mujeres y niñas que luchan por causas”, declaró más tarde.
Lo ocurrido, evidentemente, no fue un malentendido, sino una expresión clara del patriarcado: un hombre en posición de poder que no tolera que una mujer ejerza su autonomía. Un incidente que refleja cómo se castiga la insumisión femenina tanto en Tailandia como en México, aunque los códigos sean distintos.
En Tailandia, el “kreng jai” es una cualidad muy admirada que impone un deber de respeto y deferencia hacia quienes ocupan un lugar jerárquico superior. Bajo este paradigma, la mujer ideal tailandesa es cortés, paciente, obediente; y su valor social se mide por su capacidad de no incomodar. Un orden simbólico que, para los tailandeses, Fátima rompió.
Sin embargo, sería ingenuo pensar que México está libre de este tipo de conductas. En nuestro país, el machismo no se esconde tras un “kreng jai”, sino se presenta como “buena educación”, “respeto” o “modestia”. La cultura mexicana exige que las mujeres sean agradables, sonrientes y agradecidas por cada oportunidad que se les da, incluso cuando la oportunidad viene acompañada de discriminación o abuso.
Aun cuando, en México se aplaude a Fátima Bosch por enfrentarse a un empresario tailandés machista, puertas adentro, reprime, juzga y castiga a las mujeres que hacen lo mismo que Fátima a su jefe, a su esposo o a su agresor. La admiración se disuelve cuando la rebeldía ocurre en casa.
Por lo que, tanto en Tailandia como en México y el resto del mundo, los barómetros del patriarcado miden la presión con la misma precisión: exigen que las mujeres se mantengan sumisas, obedientes y agradecidas. Una calibración que se debe ajustar para dar paso a la igualdad.
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Por. Nohemí Argüello Sosa




