La desconfianza y/o pérdida de credibilidad hacia los seis partidos políticos con registro oficial, encuentra sustento en la marcada incongruencia y poca seriedad con que se conducen.
Esto lo evidencian los mecanismos antidemocráticos utilizados para renovar sus estructuras dirigentes. Y en el notorio desconocimiento para tocar el tema de la reforma electoral que se discute en foros, pese a saber bien que hay necesidad de una nueva ley que rija la actuación interna y externa de cada membrete, así como de las autoridades electorales.
Generalmente son los grupos de interés quienes malinterpretan la iniciativa, en un claro afán de adecuarla a los caprichos de las camarillas o facciones que en los procesos comiciales se adueñan de los membretes.
A este preocupante fenómeno, por cierto, no escapa ningún partido.
Es más, cuando de pelear se trata para defender parcelas, los jefes de los clanes pierden la compostura y no asoman el menor pudor al exhibir sus mezquindades que degradan y enturbian la vida democrática de las organizaciones, como se ha visto durante (al menos) las últimas cuatro décadas.
Así, los pleitos de lavadero sesgan los buenos propósitos y exhiben falta de ética, de principios y sobre todo de madurez política, por lo que los partidos han dejado de ser espacios ideológicos para convertirse en pancracios donde afloran pasiones e intereses individuales y sectarios.
Hay más: la lucha resulta encarnizada hacia adentro de los partidos, cierto, pero al exterior no es menos halagadora.
Bajo este panorama, es harto notorio que cuando la dirigencia de un membrete se confronta con los adversarios no mide consecuencias y usa cualquier recurso para degradarlos y tratar de anularlos.
El colmo surge cuando les da por establecer alianzas (en apariencia sustentadas en la coincidencia de proyectos legislativos para postular personajes con arraigo y posibilidades reales de ganar, ya que las más de las veces éstas se pactan al vapor y sin reglas claras, u obedeciendo mandatos centralistas.
De ahí que no deba extrañarnos la manera poco cordial en que durante los foros montados para la reforma electoral los aliados de coyuntura pudieran mostrar sus diferencias.
Por cierto, alzando el tono de su voz en contra de los intereses de sus socios ocasionales, para (como siempre) echarse en cara el modo burdo y ruin de imponer voluntades.
Así lo han hecho desde el 2012 con los desacuerdos que de manera pública ventilaron los integrantes de la coalición PRD-PT-Movimiento Ciudadano; y en 2018.
Este año también hemos visto cómo los legisladores aliancistas se han dado hasta con la cubeta con la oposición en el Congreso de la Unión, con motivo de la discusión sobre las reformas promovidas por la Presidencia de la República.
Aquí, en Tamaulipas, durante este ‘ensayo democrático’ –léase los foros para la reforma electoral–, los militantes de morena han hecho todo tipo de acusaciones principalmente hacia el PAN y PRI, mientras algunos de sus cuadros más destacados buscan cómo afiliarse a morena al abrirse la invitación.
Como sea, la aportación de los partidos a la reforma electoral será mínima, pues se prevé que en la redacción del documento sólo participe la comisión legislativa nombrada ex profeso.
Al tiempo.
Por Juan Sánchez Mendoza
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