19 diciembre, 2025

19 diciembre, 2025

¿Congreso o ring de lucha libre?

RAZONES / MARTHA IRENE HERRERA

Un video en el que diputadas se empujan, se jalonean y hasta se jalan del cabello durante un debate en el Congreso de la Ciudad de México se volvió viral en redes sociales y medios de comunicación. La escena, más propia de un patio escolar que de un recinto legislativo, generó críticas, burlas y un debate inevitable sobre la polarización política y el comportamiento de quienes dicen representarnos.

El incidente ocurrió el pasado lunes, en medio de la discusión de una reforma para eliminar el Instituto de Transparencia de la capital y sustituirlo por otro órgano. Un tema delicado, de alto impacto público, que requería argumentos, datos y altura de miras, no gritos ni empujones.

La confrontación entre diputadas del PAN y de Morena fue escalando hasta que las palabras dejaron de ser suficientes y apareció la violencia física. El pleno se transformó en un escenario lamentable, ajeno por completo a la responsabilidad que implica legislar.

El zafarrancho obligó a suspender temporalmente la sesión. Cuando los trabajos se reanudaron, la bancada opositora abandonó el salón en señal de protesta, confirmando que el diálogo había quedado roto desde mucho antes del altercado.

Para entonces, el daño ya estaba hecho. El video había recorrido el país y cruzado fronteras, apareciendo en plataformas y medios internacionales que miran con sorpresa —y también con preocupación— la forma en que se debate en la política mexicana.

Las reacciones no se hicieron esperar. Analistas, académicos y ciudadanos cuestionaron el estado del debate legislativo y la degradación del diálogo político. Porque una cosa es disentir con firmeza y otra muy distinta es perder el control y recurrir a la violencia.

Sin embargo, el problema no se limita a la Ciudad de México. Los congresos de los estados no están exentos de este tipo de espectáculos denigrantes, que hablan con crudeza de la clase de políticos que hoy ocupan curules en distintos puntos del país.

La pregunta es inevitable: ¿estos son los representantes que queremos? ¿Son ellos y ellas quienes trabajan elaborando las leyes que rigen la vida de millones de mexicanos?

Da pena observar la realidad sin filtros. Ver un recinto legislativo convertido en ring no solo indigna, también decepciona, porque reduce la política a un espectáculo burdo y vacío.

Lo más grave es que estos comportamientos parecen normalizarse. No hay sanciones claras, no hay consecuencias visibles, no hay un mensaje contundente que deje claro que ese no es el nivel que merece la ciudadanía.

Si este episodio hubiera ocurrido en una empresa privada, el desenlace sería inmediato: despido. En una escuela, los alumnos enfrentarían castigos o expulsión; los maestros, separación temporal del cargo e investigación. Pero cuando sucede en el Congreso, todo indica que no pasa nada.

Y eso habla de una profunda desconexión con la sociedad. Yo no recuerdo conflictos de este tipo ni en mi colonia, ni en el mercado, ni en el rodante. Espacios donde se convive todos los días con diferencias reales y tensiones auténticas.

Con todo respeto, muchos trabajadores de los centros de abasto —y muchos de ellos sin educación fifí— tienen más clase, más modales y mayor capacidad de diálogo que algunas diputadas que hoy legislan.

La política nos está quedando a deber, y nuestros legisladores también. Porque mientras en el Congreso se empujan y se jalan del cabello, los ciudadanos seguimos esperando representantes que discutan con seriedad, legislen con responsabilidad y estén, de una vez por todas, a la altura del país que dicen servir.

POR MARTHA IRENE HERRERA
Contacto:
madis1973@hotmail.com

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