El dato oficial más reciente sobre la evolución del conjunto de la actividad económica nacional señala que en noviembre se contrajo un 0.2 por ciento; las actividades secundarias, entre las que destacan industria y construcción, cayeron 0.3 por ciento y las actividades terciarias, que no generan bienes materiales, bajaron 0.1 por ciento. Es decir la tendencia es a empeorar lo que fue un mal año.
Si ampliamos el horizonte temporal encontramos que la proyección predominante es que en 2025 la economía habrá crecido en 0.4 por ciento. El dato oficial exacto no estará disponible hasta dentro de unos meses, pero a estas alturas ya se puede considerar casi seguro. En cambio, la expectativa de crecimiento de 1.20 por ciento para el 2026 muy probablemente se encuentra sesgada hacia el
optimismo.
Es necesario escapar del enfoque coyuntural e ir ampliando el horizonte temporal de análisis. El 2025 no es un año atípico; es la continuación de un largo periodo de declinación económica. Estamos, de nueva cuenta, en un periodo de empobrecimiento de un sector social estratégico. Son innegables las cifras positivas de los millones que han salido de la pobreza impulsados por los incrementos al salario mínimo, las transferencias sociales, la apertura comercial a las importaciones de bienes de consumo popular y el abaratamiento del dólar.
En sentido contrario es también innegable, con datos oficiales, que entre el primer trimestre de 2022 y el tercero de 2025 se redujo en 3.3 millones el número de trabajadores que ganaba más de dos salarios mínimos. A lo que hay que añadir que, en enero de 2026, con el aumento reciente, el salario mínimo tendrá el equivalente al 72 por ciento del poder de compra que tenía en enero de 1977.
Millones salieron de la pobreza y, al mismo tiempo, se redujeron los ingresos de que en México pudiera llamarse clase media; se han reducido los ingresos de la población con estudios de nivel superior.
En un enfoque de mayor plazo encontramos que de 2018 a octubre de 2025 la actividad industrial de México creció tan solo un miserable 0.5 por ciento. Cierto que algunas ramas de la producción, en particular el sector globalizado exportador y algunas empresas prácticamente monopólicas crecieron a buen ritmo. Pero si prestamos la atención debida a los datos del grueso de la producción nacional orientada al mercado interno, los de las ramas que mayor empleo generan, el panorama es abismal.
Del 2018 a la fecha la fabricación de productos textiles, excepto prendas de vestir, cayó en 9.1 por ciento; la de prendas de vestir se redujo en 29.2 por ciento; la de productos de cuero y piel y materiales sucedáneos, en particular calzado, cayó un 26 por ciento; la industria de la madera bajó un 20 por ciento. Cierto que son los datos de situaciones extremas, pero si consideramos que en general las industrias manufactureras crecieron tan solo un 5.3 por ciento en siete años, se refleja un descuido general y a la vez acentuado en la producción para el consumo mayoritario.
Podría considerase peor la situación rural y agrícola. A noviembre de 2025 se registraron importaciones históricamente negativas de más de 43 millones de toneladas de granos y oleaginosas. México es ahora el mayor importador del mundo de maíz amarillo y blanco. Sin olvidar los millones de mexicanos que tuvieron que dejar atrás familias y comunidades.
Es paradójico, pero no absurdo que haya disminuido la producción para el consumo mayoritario y, al mismo tiempo, hayan salido de la pobreza millones.
Esto se explica si consideramos que la estrategia de bienestar tuvo como sus pilares más substanciales la apertura comercial y el abaratamiento de las importaciones; mejoró el bienestar consumiendo importado y carcomiendo la producción interna que ocupa precisamente a los más pobres.
Tampoco es contradictorio que la salida de la pobreza se acompaño de deterioro salarial; no el de los más pobres, pero si el de las clases medias asalariadas. Al respecto, siempre con datos de INEGI, sabemos que entre el tercer trimestre de 2024 y el mismo de 2025, la masa salarial, definida como la suma total de los ingresos laborales de las personas ocupadas disminuyó un 2.3 por ciento.
La situación que enfrenta el país no es de mera coyuntura; no se trata de la caída económica de noviembre; del mínimo crecimiento en el año, o de años de retroceso de las actividades industriales mayormente asociadas al consumo popular. Es un asunto que concierte a un modelo que en lo esencial lleva décadas.
Un modelo de gobierno disminuido; donde la perspectiva de crecimiento depende de las decisiones de los magnates inversionistas del interior y del extranjero; donde el libre mercado rige las prioridades de la producción y el comercio.
Pero es un modelo que agoniza. No puede incorporar al empleo formal a la mayoría de los trabajadores y es cada vez menos atractivo incluso para los que mayormente se han beneficiado del incremento de la inequidad.
Los cambios en la estrategia comercial de los Estados Unidos amenazan ahora a los sectores globalizados de la economía. Esperemos que la renegociación del T- MEC permita que perseveren y se fortalezcan; pero la perspectiva es incierta.
Preocupados por el nuevo entorno se plantean medidas de control del comercio exterior; concretamente aranceles a las importaciones provenientes de los países con los que no tenemos tratados comerciales. Sin embargo, se sigue haciendo con la mira puesta en la protección del sector globalizado exportador.
Reconozcamos que la mera asociación y dependencia de la economía de los Estados Unidos no ha cumplido sus promesas de crecimiento, equidad y bienestar.
Hay que hacer más. Replantear el fortalecimiento del Estado; retomar su papel de redistribuidor de la riqueza, ahora con enfoque en fortalecer el consumo de la producción nacional y no el de las importaciones. Retomar su papel como rector de la economía sin que ello implique hacer a un lado el papel del sector privado.
Una adecuada estrategia de crecimiento, en particular industrial y agrícola podría, bien planteada, ser el mejor garante, aportador de seguridad y promotor de las inversiones privadas.
El fortalecimiento del Estado de la mano del fortalecimiento de organizaciones sociales de base debería, con una perspectiva moderna, rememorar el esfuerzo organizador del cardenismo del siglo pasado.
El interés por el bienestar mayoritario debe ahora plantearse el fortalecimiento de la producción interna con la prioridad puesta en lo más sencillo. No en la inversión tecnológica de punta orientada a la exportación. Más bien en el uso pleno de la
capacidad instalada, y la recuperación de la producción recientemente perdida en rubros de consumo interno. Sin olvidar al campo.
Solo así, avanzando hacia el fortalecimiento de autosuficiencias estratégicas, se podrá enfrentar los embates externos cada vez más amenazantes.




