21 diciembre, 2025

21 diciembre, 2025

Querida Alondra. Sobre el 2025

Códigos de poder/David Vallejo

Querida Alondra:

Mi pequeña, 2025 fue un año que confirmó algo incómodo, el mundo avanza más rápido de lo que aprende. Fue un año en el que la acumulación de poder, dinero y tecnología volvió a crecer de manera exponencial, mientras la violencia, la polarización y la desigualdad se normalizaron como parte del paisaje. No fue un año de certezas, más bien, uno de advertencias.

La riqueza global alcanzó niveles históricos. Surgieron nuevos ricos del sector tecnológico a una velocidad inédita, impulsados por la inteligencia artificial, la especulación tecnológica y los mercados financieros. Más de tres mil multimillonarios concentraron una riqueza que nunca antes estuvo tan focalizada, al mismo tiempo que millones de personas vivieron desplazamientos, guerras, hambre o precariedad. El contraste dejó de ser teórico y se volvió cotidiano, visible en la vida diaria.

La inteligencia artificial dejó de ser una promesa y se convirtió en estructura. Modelos capaces de razonar, escribir, crear música, diseñar moléculas, detectar enfermedades y optimizar procesos industriales se integraron al día a día. Robots humanoides comenzaron a trabajar turnos completos en fábricas reales. Entre los inventos más comentados del año estuvieron los asistentes domésticos con aprendizaje autónomo, sistemas de diagnóstico médico por inteligencia artificial capaces de detectar cáncer en etapas tempranas y nuevos materiales capaces de capturar carbono, desarrollados a partir de investigaciones reconocidas con el Premio Nobel de Química. En Medicina, se premiaron avances que explican cómo el sistema inmunológico aprende a no atacarse a sí mismo. En Física, los experimentos cuánticos dejaron de vivir solo en pizarrones y comenzaron a materializarse en dispositivos reales. La ciencia avanzó incluso cuando la política retrocedió.

Al mismo tiempo, el mundo volvió a hablar sin pudor de armas nucleares. Se modernizaron arsenales, se reactivaron programas y el cuidado del medio ambiente quedó relegado frente a la lógica de la disuasión. La urgencia climática perdió centralidad cuando el poder se sintió amenazado.

Estados Unidos y China siguieron marcando el pulso global. La competencia por chips, inteligencia artificial, energía y control tecnológico se intensificó. Más que una rivalidad económica es una disputa por el modelo de civilización que dominará el siglo. Una democracia liberal tensionada frente a un capitalismo de Estado eficiente, ambos con grietas profundas y contradicciones evidentes.

En América Latina, la tensión entre Estados Unidos y Venezuela volvió a escalar. La polémica en torno al reconocimiento internacional, los procesos electorales y la figura de María Corina Machado, quien recibió el Premio Nobel de la Paz en medio de una fuerte polémica internacional, evidenció hasta qué punto la región sigue atrapada entre la defensa de principios democráticos y los delicados equilibrios del poder global. Latinoamérica también se contagió de la polarización imperante.

El mundo se reunió muchas veces. Hubo cumbres del G20, foros del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial, conferencias de seguridad en Múnich, reuniones del Foro Económico Mundial en Davos y nuevas ediciones de las COP climáticas. Se prometieron transiciones verdes mientras se aprobaron nuevos proyectos extractivos. Se habló de cooperación mientras se cerraron fronteras. El lenguaje del futuro convivió, una vez más, con prácticas del pasado.

La violencia no se detuvo. Ucrania siguió siendo una guerra larga que redefinió Europa. Gaza atravesó una de las crisis humanitarias más graves del siglo. Sudán se hundió en una guerra civil devastadora. Myanmar continuó atrapado en la represión militar. El Sahel ardió con conflictos persistentes, golpes de Estado y desplazamientos masivos. En África, además, se profundizaron crisis en la República Democrática del Congo, Etiopía y Somalia, recordándole al mundo que el continente sigue cargando con guerras olvidadas. El planeta se acostumbró peligrosamente a convivir con múltiples conflictos activos al mismo tiempo.

Estados Unidos profundizó su polarización interna. El regreso de Donald Trump al centro del poder político reactivó discursos de confrontación y una democracia sometida a estrés permanente. El debate migratorio volvió a endurecerse, con redadas, discursos excluyentes y una presión constante sobre la frontera. Las amenazas de nuevos aranceles se usaron como herramienta política y económica, impactando mercados y aliados. En paralelo, la derecha ganó posiciones en distintas partes del mundo, especialmente en América Latina, donde el desencanto con la izquierda, la inseguridad y la crisis económica empujaron a muchos electorados hacia discursos más duros, nacionalistas y autoritarios.

La cultura volvió a ser refugio y espejo. En los libros, la crítica celebró obras de Javier Cercas, Samantha Schweblin y Arundhati Roy, capaces de leer el mundo con una lucidez incómoda. El público masivo regresó a Ken Follett, Dan Brown, María Dueñas, Isabel Allende, Javier Castillo y Mikel Santiago. El Premio Nobel de Literatura fue otorgado a László Krasznahorkai que con su tono refleja el mundo apocalíptico y metafísico de nuestros días. 2025 dejó claro que necesitamos tanto profundidad como relato.

En el cine, la crítica abrazó Una batalla tras otra, la nueva película protagonizada por Leonardo DiCaprio, y una ambiciosa reinterpretación de Frankenstein dirigida por Guillermo del Toro, tan poética como perturbadora. El terror tuvo un peso inusual con títulos como Pecadores y La hora de la desaparición, reflejando miedos colectivos. Hubo una nueva secuela de Avatar, confirmando que el espectáculo sigue siendo un lenguaje global. En streaming, Adolescencia se convirtió en conversación obligada, K-Pop Demon Hunters sorprendió por su impacto cultural y Stranger Things cerró una etapa rompiendo récords y emociones. Las series dejaron de ser solo entretenimiento y se volvieron memoria generacional.

La música fue memoria, refugio y presente. Rosalía lanzó Lux, leído como un disco de madurez. Oasis realizó su gira de regreso y recordó que una generación sigue cantando las mismas heridas. Rush se reunió como celebración de una hermandad creativa. El último concierto de despedida de Ozzy Osbourne se vivió como el cierre simbólico de una era. También fue el año en que algunos músicos y bandas importantes anunciaron su retiro definitivo, como Phil Collins y Billy Joel por salud y Joaquín Sabina, Aerosmith y Kiss, por edad y desgaste, recordándonos que incluso los gigantes saben cuándo decir adiós. Este año yo lo viví acompañado por la música de Steven Wilson, Sleep Token, Turnstile, Testament, Counting Crows, Deftones, Robert Plant, Ringo Starr, Bruce Springsteen, Neil Young, Styx, Dream Theater, Alice Cooper, Helloween, Jethro Tull, The Black Keys, Joe Bonamassa, The Hives, Mammoth, Taylor Swift, Kingfish Ingram, Andrea Bocelli, Florence + The Machine, Mavis Staples, Josh Groban, Natalia Lafourcade y Linkin Park. El K-pop siguió expandiéndose como fenómeno global, cruzando generaciones y culturas. Incluso objetos de la cultura pop, como los Labubus, se convirtieron en símbolos de una infancia y adolescencia hiperconectadas.

El deporte ofreció pausas colectivas. Oklahoma City Thunder se consagró campeón de la NBA y todo indica que puede dominar la liga durante varios años, cerrando una temporada histórica. La Serie Mundial fue épica, con un juego extra largo que quedará en la memoria del béisbol, y la consagración definitiva de Shohei Ohtani como figura única de su era. En la NFL, los Eagles fueron campeones, Kansas City no calificó a playoffs y yo sigo esperando el campeonato de los Bills o de Green Bay. En la Fórmula Uno, hicieron a un lado a Checo Pérez y, para sorpresa de muchos, Max Verstappen no ganó el campeonato. En el boxeo, el Canelo perdió. Por fin ganó el Paris Saint Germain la
Champions. En México, 2025 fue el año del Toluca y de Antonio “Turco” Mohamed, que devolvieron ilusión a su afición. La selección mexicana tuvo buenos momentos, pero cerró el año con dudas, mirando ya hacia el Mundial que viene, con más preguntas que certezas.

También fue un año de despedidas. Murió el papa Francisco, cerrando una etapa moral para millones de personas, y lo sucedió un papa peruano-estadounidense que llegó sin que nadie lo esperara, simbolizando un giro inesperado en la Iglesia. Ozzy Osbourne dijo adiós definitivamente. Paquita la del Barrio dejó una huella popular imborrable. También partieron Mario Vargas Llosa, Paul Frehley, Diane Keaton, Gene Hackman, Val Kilmer, Robert Redford, Leo Dan, David Manchester, Hulk Hogan, Tony Bennett, Brian Wilson y George Foreman. Cada pérdida recordó que nadie es eterno, por más icónico que parezca.

Y mientras todo esto ocurría, la infancia cambió silenciosamente. Los dispositivos electrónicos dominaron cada vez más el tiempo, la atención y el lenguaje de niñas y niños. Tablets, teléfonos y algoritmos ocuparon espacios que antes pertenecían al juego, al aburrimiento y a la conversación. En 2025 se habló con seriedad de regular su uso y de proteger a la infancia de una hiperestimulación que roba concentración, sueño y vínculo humano. El debate apenas comienza, pero ya es ineludible.

En México, el año fue especialmente tenso. Se aprobó la reforma judicial más profunda en décadas, con fuertes cuestionamientos sobre independencia, contrapesos y concentración de poder. Se dio por terminada la estrategia de abrazos, no balazos. Vivimos bajo la amenaza constante de aranceles anunciados por Trump, mientras los mejores negociadores del país trabajaron para defender el T-MEC de cara al siguiente año. Hubo avances, sí, entre ellos una reducción sostenida de la pobreza que mostró que algunas políticas y decisiones sí tuvieron impacto, pero también persistieron la violencia, los asesinatos, los movimientos de protesta, la impunidad y la desconfianza institucional. La Presidenta mantuvo una alta popularidad y la oposición se desdibujó. México volvió a mostrar su gran dilema, reformas ambiciosas en un contexto de fragilidad democrática, mientras la reforma más necesaria, la fiscal, sigue sin asomarse.

Te escribo todo esto, Alondra, porque quiero que sepas cómo era el mundo en 2025: poderoso y frágil, creativo y violento, brillante y desigual. Un mundo donde crecieron los nuevos ricos, regresaron los fantasmas nucleares, se pospuso al planeta, pero también se escribieron libros necesarios, se hizo música memorable, se celebró el deporte y se siguió buscando sentido.

Ojalá cuando leas esta carta entiendas que vivir bien no es ignorar la complejidad, sino aprender a caminar dentro de ella sin perder la brújula. Que el conocimiento sirve cuando va acompañado de conciencia. Que el futuro no se hereda intacto, se construye todos los días.

Este fue el 2025.
Y tú te estás convirtiendo en adolescente. Estás dejando de ser niña, se te acabaron los dientes de leche y te gusta Bad Bunny. Pero te confieso que cuando voy en el carro a dejarte a la escuela y escucho tus risas, sigo viendo en el retrovisor a mi trompudita hermosa que me decía Api.

Cada día amo más a tu madre que en lugar de envejecer, se pone más bella. Tus abuelitos siguen aquí, fuertes y cerca de nosotros. Teddy llegó a nuestra vida y la llenó de alegría. Pude publicar libros, concluir un posgrado que tenía pendiente y sigo soñando con poder darte la vida que mereces, no para que cambies el mundo, aunque me gustaría, sino, sobre todo y lo más importante, para que seas feliz.

Con todo mi amor, tu viejo.

Placeres culposo: Los juegos de la NFL están buenisimos. En el cine Avatar. En la televisión, Stranger Things. Y para álbumes de navidad, el de Gregory Porter que acaba de publicarse.

A pasar días con los abuelos y las tías y tío.

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