TAMAULIPAS, MÉXICO.- Se fueron jóvenes, en edad productiva, cuando el trabajo dejó de alcanzar y el salario ya no sostuvo la casa, se fueron desde municipios rurales y ciudades medias de Tamaulipas, empujados por la necesidad y no por la aventura, y así comenzó una diáspora que hoy define la vida social del estado y marca el pulso de sus comunidades.
La migración tamaulipeca hacia Estados Unidos no fue un episodio aislado ni una moda pasajera, se volvió estructural desde finales del siglo pasado, como respuesta a la falta de empleo estable, a la precarización salarial, al deterioro del campo y a la contracción de economías locales que dejaron de ofrecer futuro a sus jóvenes.
De acuerdo con estimaciones basadas en censos y encuestas del INEGI y proyecciones del CONAPO, entre 700 y 900 mil personas de origen tamaulipeco viven actualmente en Estados Unidos, directa o indirectamente, una cifra que en términos familiares equivale a cerca de una quinta parte de la población del estado.
La mayoría emigró por razones laborales, más del 80 por ciento así lo declara en los registros oficiales, se fueron albañiles, operadores, choferes, jornaleros, técnicos, trabajadores de servicios y jóvenes sin experiencia, se fueron porque aquí no había empleo suficiente, ni estabilidad mínima, ni horizonte claro para construir futuro.
El perfil se repite, predominan los hombres aunque la migración femenina crece de forma sostenida, y dominan las edades entre 18 y 59 años, es decir, la fuerza que produce, consume y sostiene la economía, esa salida explica por qué muchos municipios lucen envejecidos y con poco relevo generacional visible.
Texas se consolidó como el destino natural, por cercanía geográfica y por redes familiares ya establecidas, Houston, Dallas, San Antonio, Austin, McAllen, Brownsville y Laredo concentran a los tamaulipecos que cruzaron primero por Nuevo Laredo, Reynosa o Matamoros y que con el tiempo lograron establecerse del otro lado.
Con los años, la migración dejó de ser individual y se volvió familiar, primero se fue uno, luego otro, después llegaron esposas e hijos, y así se formaron comunidades completas de tamaulipecos en Estados Unidos, un Tamaulipas extendido que vive fuera del territorio pero sigue conectado a él.
Cada diciembre, esa migración se vuelve visible, una parte de quienes se fueron regresa de manera temporal para Navidad y Año Nuevo, no para quedarse, sino para cumplir el rito del reencuentro, y ese retorno transforma la frontera y las carreteras de Tamaulipas en un corredor humano intenso.
Nuevo Laredo concentra el mayor flujo, miles de vehículos con placas de Texas cruzan en pocos días, camionetas cargadas de regalos, ahorros y electrodomésticos, el ingreso de paisanos obliga a activar operativos de seguridad y acompañamiento, porque el regreso es masivo y el tránsito se multiplica.
Reynosa y Matamoros reciben también una parte importante del retorno, desde ahí los paisanos se dispersan hacia Ciudad Victoria, El Mante, la zona sur y comunidades rurales, donde la llegada de un hijo o un hermano modifica el ritmo del pueblo y reactiva la convivencia social.
Las carreteras se saturan, la Federal 85 hacia el centro y la 40 en la frontera se vuelven rutas clave, por eso se refuerza la vigilancia y el acompañamiento a caravanas, porque más tránsito implica más riesgo, accidentes, cansancio acumulado y oportunidades para el delito.
El periodo vacacional de invierno incrementa el flujo en todo el país, pero en Tamaulipas el impacto es mayor por su condición fronteriza, la carretera deja de ser solo infraestructura y se convierte en escenario del reencuentro, del miedo aprendido y del cansancio tras horas de manejo continuo.
Viajar en caravana, cuidar horarios, evitar tramos nocturnos y mantenerse informados se volvió parte del manual no escrito del paisano, la experiencia enseñó que el regreso también exige cautela, porque el trayecto es largo y las familias viajan completas.
El regreso decembrino no se explica solo por el calendario, se explica por la economía, los paisanos no vuelven con las manos vacías, regresan después de un año de trabajo intenso, y en muchos casos vuelven como el principal sostén económico de su comunidad de origen.
Las remesas son el dato duro que sostiene esta historia, México recibió en 2024 más de 64 mil millones de dólares por este concepto, y Tamaulipas captó alrededor de mil millones, recursos que llegan directo a los hogares y superan presupuestos municipales completos.
Se estima que más de 200 mil familias tamaulipecas reciben remesas de manera regular, en muchas comunidades rurales ese dinero representa entre 30 y 40 por ciento del ingreso familiar, no es un complemento, es la base para comer, pagar servicios, medicinas y educación.
En varios municipios, la dependencia es mayor, las remesas sostienen el comercio local, la construcción por encargo, el transporte y los servicios básicos, sin ese ingreso externo, la vida comunitaria sería mucho más frágil y la pobreza más visible.
Antiguo Morelos, González, Nuevo Morelos, El Mante y amplias zonas del centro y sur del estado registran alta intensidad migratoria, ahí casi todas las familias tienen a alguien en Estados Unidos y diciembre es la única época del año en que el pueblo se llena.
Cuando pasan las fiestas, el ciclo se repite, los paisanos regresan a Estados Unidos, las carreteras se vacían y los pueblos vuelven a su ritmo lento, pero el dinero sigue llegando cada mes, sosteniendo economías locales que dependen más de los ausentes que del mercado interno.
Por. Staff
Expreso-La Razón




