En Tamaulipas, la oposición política parece haberse quedado sin brújula. No porque le falten temas que señalar, sino porque ha renunciado a una de las tareas centrales de la política: proponer, vigilar y estar presente.
En lugar de construir una agenda propia, muchos partidos han optado por una estrategia cómoda —y peligrosa—: esperar a que el gobierno cometa un error para entonces aparecer.
Esta lógica reactiva no solo empobrece el debate público, también exhibe una ausencia profunda de visión a mediano plazo.
La primera carencia es la falta de rumbo. Sin una propuesta clara hacia 2027, los partidos opositores se han resignado a ser espectadores de la vida pública.
No marcan temas, no disputan el sentido de las decisiones, no ofrecen alternativas viables. Observan, reaccionan y regresan al silencio.
La segunda carencia es la falta de conexión social. Parecen desconectados de los problemas cotidianos de la ciudadanía: la inseguridad, el agua, la infraestructura, el transporte.
Solo reaparecen cuando el calendario electoral se los exige, como si la relación con la gente fuera un interruptor que se enciende cada tres o seis años.
Esta ausencia tiene consecuencias más profundas de lo que parece. La principal es el avance de una hegemonía sin contrapesos reales.
El equilibrio democrático no es un lujo, es una condición básica. Cuando un solo bloque domina el espectro político —como hoy ocurre con Morena en buena parte del estado— la falta de oposición activa genera distorsiones.
La primera es la autocomplacencia gubernamental. Sin cuestionamientos constantes, con datos y argumentos, la presión por corregir errores o mejorar políticas se diluye.
La segunda es el debilitamiento de la fiscalización. Los órganos de control pierden fuerza cuando no hay una oposición que acompañe, exija y haga visible lo que no funciona.
¿Por qué, entonces, esta desaparición casi total del mapa político? Las causas son varias: crisis internas tras las derrotas electorales, dependencia de prerrogativas sin inversión territorial y el miedo al desgaste mediático.
Pero el mayor daño no es para los partidos, sino para la ciudadanía. Cuando la oposición desaparece, el ciudadano queda huérfano de representación.
Y una democracia sin contrapesos no es una democracia plena. Es un monólogo de poder que avanza sin correcciones.
Tamaulipas, por su complejidad social y territorial, necesita política de presencia permanente, no solo espectaculares cada tres años. Porque la democracia no se reduce al día de la elección, sino al control cotidiano que se ejerce sobre quienes gobiernan.
Por. Martha Irene Herrera
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