TAMAULIPAS, MÉXICO.- Un reluciente letrero de “Se vende” a la puerta de una vieja mansión en el primer cuadro de la ciudad; una escuela primaria con al menos un par de aulas vacías; no muy lejos de ahí, una central camionera rebosante de viajeros.
Estampas de una sociedad cuya demografía se ha transformado a ritmo acelerado durante las últimas décadas, y ha convertido a algunos municipios de Tamaulipas en ciudades formalmente envejecidas, y a otros, en auténticos pueblos fantasma.
Las cifras respaldan este retrato de la actualidad: en 1990, el 45 por ciento de la población tamaulipeca era menor de edad, y apenas el 6 por ciento tenía más de 60 años.
En el 2025, el porcentaje de menores de 18 años bajó al 29 por ciento, y el de adultos mayores se duplicó para alcanzar el 13 por ciento.
Durante buena parte del siglo XX, Tamaulipas -igual que el resto del país- fue un estado joven. Sus calles, escuelas y centros de trabajo mostraban a una mayoritaria población en edad productiva, mientras la vejez parecía un horizonte lejano, casi marginal en las estadísticas.
Sin embargo, las cifras demográficas de las últimas décadas presentan un reto mayúsculo: la del paso acelerado hacia una sociedad envejecida, con profundas implicaciones económicas, sociales y políticas.
Se trata de una transformación silenciosa, pero constante, que redefine la forma en que Tamaulipas crecerá, trabajará, enfermará y cuidará a sus habitantes en los próximos años.
Una sociedad mayor
A las seis de la mañana, cuando el sol apenas comienza a reflejarse sobre el asfalto caliente de Ciudad Victoria, don Ernesto ajusta con paciencia el bastón que lo acompaña desde hace cinco años.
Tiene 72 años, fue mecánico toda su vida y ahora camina despacio hacia el Banco del Bienestar donde cobra su pensión. No es el único. En la fila, la mayoría de los rostros tienen arrugas profundas y canas bien peinadas.
La escena, cotidiana y silenciosa, resume un cambio profundo que vive un estado que en la década de los noventa todavía era joven. Las familias eran más grandes, los nacimientos frecuentes y la idea de tener tres o cuatro hijos era todavía común.
Rosa Martínez, hoy de 58 años, recuerda aquellos años desde su casa en Reynosa. “Yo tuve cuatro hijos. Nadie te decía que era mucho. Al contrario, era lo normal”, dice mientras revisa un álbum de fotografías descoloridas. “Ahora mis hijas solo quieren uno… o ninguno”.
Pero a partir de mediados de los años noventa, la base de la pirámide poblacional comenzó a estrecharse. Menos nacimientos, menos niños, menos jóvenes. Para 2025, el grupo más joven ya representa menos de una quinta parte del total estatal, y para 2040 se prevé que su peso sea aún menor.
Durante décadas, Tamaulipas se sostuvo gracias a su población en edad productiva. Fue la generación que levantó fábricas, impulsó el comercio, sostuvo el campo y llenó las maquiladoras del norte del estado. En 2010 y 2020, el grupo de 30 a 59 años alcanzó su punto más alto, concentrando más de un tercio de la población total.
“Nosotros cargamos con todo”, dice Luis Alberto, de 45 años, empleado administrativo y cuidador de su madre enferma. “Trabajo todo el día y en la noche me toca atenderla. No hay dinero para una enfermera”.
Historias como la suya se repiten cada vez con mayor frecuencia. La población económicamente activa no solo sostiene la economía, también carga con una responsabilidad creciente: cuidar a una generación que envejece sin suficientes redes institucionales de apoyo.
Los especialistas advierten que el llamado “bono demográfico” se está agotando. A partir de 2030, ese grupo comenzará a estabilizarse y luego a disminuir en términos relativos, justo cuando aumente con mayor fuerza la población adulta mayor.
La vejez deja de ser excepción
En 1990, en Tamaulipas, envejecer era casi una rareza estadística. Apenas 13 mil personas tenían 60 años o más. Hoy, esa cifra se ha triplicado y, para 2040, se multiplicará por siete.
Ejemplo: en un ejido del centro del estado, viven tres hermanas mayores de 70 años. Sus hijos migraron hace años a Monterrey y a Estados Unidos. “Aquí nos quedamos las viejas”, dice entre risas amargas una de ellas. “El pueblo se quedó solo”.
Ese fenómeno se repite en comunidades rurales donde la juventud se fue en busca de trabajo. Lo que queda es una población envejecida, dependiente de remesas, pensiones mínimas o programas sociales.
En las ciudades, el envejecimiento adopta otras formas: hospitales saturados, salas de espera llenas de adultos mayores, viviendas improvisadas para la movilidad reducida, y un sistema de cuidados que recae casi siempre en las mujeres.
Ahora, los hogares multigeneracionales vuelven a ser comunes, no por tradición, sino por necesidad. Hijos adultos regresan a vivir con sus padres mayores, o abuelos cuidan nietos mientras los padres trabajan.
Este cambio demográfico también modifica el diseño urbano. Banquetas inaccesibles, transporte público poco adaptado y viviendas sin condiciones para la vejez se convierten en obstáculos diarios para una población que crece en edad.
La transformación demográfica de Tamaulipas no es una proyección lejana: ya está ocurriendo. Cada año hay menos nacimientos, más personas mayores y una presión creciente sobre los sistemas de salud, pensiones y cuidados.
Victoria y Tampico, ciudades de viejos
El envejecimiento de Tamaulipas no se distribuye de manera homogénea. Tiene territorios donde el fenómeno avanza con mayor rapidez y deja huellas visibles en la vida cotidiana. Ciudad Victoria y Tampico son dos muestras fehacientes de esa transformación silenciosa: dos municipios distintos en historia y vocación económica, pero unidos por una misma tendencia demográfica que redefine su presente y condiciona su futuro.
En Ciudad Victoria, capital administrativa del estado, el cambio se percibe como un desplazamiento gradual de las generaciones jóvenes frente a un crecimiento sostenido de la población adulta. En 1990, los menores de 12 años representaban 28.5% de la población; para 2040, ese grupo caerá a 11.8%, menos de la mitad.
En contraste, los mayores de 60 años pasarán de 6.2% a 23.9% en el mismo periodo. Es decir, en apenas cinco décadas, Victoria multiplicará casi por cuatro el peso relativo de su población adulta mayor.
La ciudad, históricamente receptora de burócratas, maestros y trabajadores del sector público, muestra hoy una pirámide poblacional cada vez más ensanchada en los rangos de 30 a 59 años, que para 2040 concentrarán más del 40% de los habitantes. Ese grupo, que hoy sostiene la actividad económica y administrativa, será el que al cierre del periodo transite masivamente hacia la vejez. El descenso sostenido de niños y jóvenes sugiere una combinación de baja fecundidad y migración juvenil, especialmente hacia ciudades fronterizas o fuera del estado.
La falta de oportunidades laborales para una generación entera es evidente.
Los destinos predilectos son Monterrey, el Bajío, y algunas ciudades de Estados Unidos, sobre todo texanas.
Esta dinámica demográfica tiene sus consecuencias en el ámbito público.
Apenas la semana pasada el Congreso de Tamaulipas aprobó una reforma a la Ley del IPSSET para rescatar al instituto que de seguir sin cambios, solo tenía capacidad para cubrir las pensiones de los trabajadores del estado hasta el 2031.
El problema es obvio: hay cada vez más personas mayores y con una esperanza de vida mucho más holgada.
“Esta causa se puede considerar como la más importante en el proceso de descapitalización de los sistemas de pensiones. Al no ajustar los parámetros con los cuales se otorgan las pensiones, ante un incremento en la esperanza de vida, lo que implica un mayor gasto por parte de las instituciones de seguridad social, ya que, al vivir más, se recibirá por mayor tiempo la pensión”.
También señala “la tendencia de reducir el número de hijos que tiene cada familia tiene implicaciones directas en los sistemas de pensiones, ya que ante un número cada vez menor de aportantes y un incremento en la esperanza de vida las aportaciones serán insuficientes para el pago de las pensiones”.
En Tampico, el envejecimiento adopta una intensidad aún mayor y un perfil más marcado. Desde 1990, la ciudad ha reducido de forma constante su población infantil: el grupo de 0 a 11 años pasó de 24.4% a apenas 8.6% proyectado para 2040. Al mismo tiempo, los adultos mayores se convertirán en el grupo de crecimiento más acelerado: de 7.5% en 1990 a 34.1% en 2040, es decir, uno de cada tres tampiqueños será mayor de 60 años.
Este proceso se refleja en la vida urbana.
Colonias tradicionales muestran un paisaje dominado por viviendas habitadas por adultos mayores, escuelas con matrícula decreciente y una demanda creciente de servicios médicos, transporte accesible y cuidados especializados.
Tampico, con una economía orientada al comercio, los servicios y el retiro, se consolida como un municipio atractivo para jubilados, pero al mismo tiempo enfrenta el desafío de una base juvenil cada vez más reducida.
El cambio demográfico impacta directamente en la dinámica familiar. Hogares multigeneracionales, mujeres cuidadoras que abandonan el mercado laboral y un aumento en la carga de cuidados no remunerados son ya parte del nuevo paisaje social.
El estado transita de una sociedad joven a una madura. Las cifras son claras y el rumbo está trazado: Tamaulipas envejece.
Por. Staff
Fotos: Jorge Castillo
Expreso-La Razón




