29 diciembre, 2025

29 diciembre, 2025

Una agenda agotada

EN PÚBLICO/ NORA M. GARCÍA

Terminamos un año más, no sé si fue difícil o extraordinario, quizá no fue ninguna de las dos cosas, tal vez fue simplemente otro ejercicio de resistencia, un tránsito cotidiano por rutinas que se repiten mientras el entorno se vuelve cada vez más exigente, sostener afectos, cumplir responsabilidades y mantener expectativas en una realidad que rara vez concede tregua y que normalizó el cansancio como forma de vida.

Más allá del discurso político y de los balances optimistas, queda claro que los gobiernos arrastran pendientes estructurales que no se resuelven con frases motivacionales ni con anuncios reiterados, la economía sigue siendo compleja para la mayoría, el acceso a servicios médicos públicos muestra signos de saturación permanente y la incertidumbre dejó de ser coyuntural para convertirse en una constante que atraviesa decisiones familiares, laborales y personales.

La clase media enfrenta una presión sostenida que pocas veces se reconoce con claridad, ingresos que crecen por debajo de la inflación, costos de vivienda, educación y salud que avanzan sin contención y un margen de maniobra cada vez más estrecho, sobrevivir se volvió un acto de equilibrio diario, no por falta de trabajo o esfuerzo, sino por un sistema que dejó de acompañar a quienes sostienen buena parte de la carga fiscal y productiva del país.

Existe un desgaste silencioso que no aparece en informes oficiales ni en conferencias de prensa, familias que ajustan gastos esenciales, personas que postergan consultas o tratamientos médicos por falta de recursos, jóvenes que prolongan su permanencia en casa porque independizarse resulta inviable y adultos mayores que sobreviven con apoyos insuficientes o, en muchos casos, inexistentes, esa es la otra cara del cierre de año.

Mientras se discuten cifras macroeconómicas, proyecciones y comparativos internacionales, la vida cotidiana avanza por otro carril, uno donde el crecimiento no se percibe y la estabilidad es frágil, la distancia entre los indicadores y la realidad concreta se volvió demasiado evidente como para seguir ignorándose sin consecuencias sociales y políticas.

En este contexto hay un tema que aún no termina de asumirse con la seriedad que exige el momento, la incorporación plena de la mujer en espacios públicos donde durante décadas prevalecieron prácticas misóginas, exclusiones normalizadas y formas de violencia simbólica disfrazadas de tradición, costumbre o cultura institucional.

No basta con cuotas ni con discursos bien intencionados, el reto real es transformar las culturas internas, las formas de ejercer el poder y los esquemas de toma de decisiones que continúan reproduciendo desigualdades, sin ese cambio estructural la inclusión queda incompleta y se vuelve fácilmente reversible.

También es necesario revisar con honestidad la eficiencia y la responsabilidad en las tareas públicas, hay diputados, alcaldes y funcionarios más concentrados en la autopromoción, la imagen y la narrativa personal que en atender los problemas que justifican su presencia en el cargo, esa desconexión no es menor ni gratuita.

La política convertida en escaparate desplazó a la política como servicio, la comunicación se volvió prioridad y la gestión quedó relegada, ese desequilibrio tiene costos reales que paga la ciudadanía en forma de servicios deficientes, decisiones tardías y una creciente desconfianza hacia las instituciones.

A ello se suma la ausencia de políticas públicas sólidas para atender a niñas, niños y adolescentes que viven alguna discapacidad, los diagnósticos son cada vez más frecuentes y las familias enfrentan solas procesos complejos, falta de terapias, escasez de apoyos, sistemas educativos rebasados y una red institucional fragmentada que no acompaña ni garantiza continuidad.

Tal vez este cierre de año sea el momento de rehacer la agenda pública, de incorporar temas que antes no existían o que no estaban en el radar del poder, aceptar que la realidad cambió más rápido que las instituciones y que gobernar hoy exige menos discurso, menos simulación y mucha mayor capacidad de respuesta.

Por. Nora M. García.

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