Laconmemoración del Día Internacional del Trabajo se instituyó para honrar a los mártires de Chicago que encabezaron una huelga con la que buscaron se redujera la jornada laboral; y el desfile del primero de mayo, aquí en México, se organizó para evocar a los asalariados que cayeron en las masacres de Río Blanco y Cananea, víctimas del fuero desmedido que se otorgaba al rico industrial a principios del siglo XIX.
Al paso de los años la clase obrera se robusteció y organizó mejor. Cobró más conciencia y las efemérides las utilizó para plasmar mayores inquietudes y demandas laborales, pero cuando la revolución se institucionalizó en México y fue cooptado el movimiento obrero, aquella insurgencia trabajadora empezó a cambiar por la genuflexión y las loas al mandatario en turno, dando al traste por completo al sentido conmemorativo de la gesta de 1906.
Los obreros empezaron a perder su hidalguía y conciencia de clase, hasta transformarse en dóciles instrumentos del manipuleo
político y entreguismo.
Algunos con prestaciones reales, otros con ofrecimientos y prebendas, y los menos a través de la corrupción más baja: vendiendo sus conquistas sindicales.
Los entreguistas
En la época posrevolucionaria, Miguel de la Madrid Hurtado marcó el inicio de un nuevo derrotero nacional: abrió las puertas para que nuestras riquezas dejaran de pertenecer a la nación; para que el sector social dejara de tener fuerza y el sector político se tornara caótico
como preámbulo a la llegada de Carlos Salinas de Gortari, quien terminó por entregar nuestra economía a la nación más poderosa del mundo para darnos la puntilla con su política neoliberal, mientras nos engañaba con el espejismo del
acceso al primer mundo.
Fue entonces cuando el desastre económico se nos vino encima; cuando las fuentes de trabajo se cerraron; el poder adquisitivo se redujo; la criminalidad y la inseguridad se acrecentaron; la corrupción se hizo más evidente, y la incredulidad en el gobierno y sus instituciones ascendió a niveles peligrosos.
Bajo este marco Ernesto Zedillo Ponce de León, Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa, en su oportunidad, gobernaron más para los dueños del dinero que para los obreros y sumieron a la clase trabajadora en la vil miseria, para luego ceder el cargo a Enrique Peña Nieto, quien, por cierto, tanto se ha distanciado de la clase trabajadora que hasta promueve la aniquilación de toda organización gremial.
Sin embargo, hoy el señor de Los Pinos gobierna en un contexto donde el trabajador empieza a tomar conciencia de su realidad y de sus necesidades. Ya no clama loas ni a sus dirigentes ni al jefe del Ejecutivo federal, quien golpea aún más nuestra deplorable economía autorizando el alza de precios y elevando las tasas recaudatorias.
Ejemplo de ello es su negativa a negociar un salario más justo con los sindicatos.
Por eso este primero de mayo se antoja diferente.
No sólo por los desfiles que se desarrollen a lo largo y ancho de la República Mexicana, sino porque en algunas entidades como en la Ciudad de México pudiera ser el despertar de nuevas conciencias que corroboren que la lucha obrera no está en vías de extinción.
Salarios de hambre
En este mismo espacio ya le he comentado que en México suman 21 millones los obreros que perciben salarios de hambre.
Jornales miserables que resultan insuficientes para cubrir al menos la canasta básica; y ofensivos cuando se comparan con los
sueldos que se pagan en otros países.
De ahí que los asalariados independientes y las víctimas del infame corporativismo ya se hayan decidido a hacer público su repudio a la política laboral ejercida por el señor de Los Pinos.
Con ello quedaría en claro que la clase trabajadora ya se hartó de ser mediatizada por dirigentes “charros”, quienes durante décadas, con la complicidad gubernamental, la han manipulado hasta el grado de ignorar sus demandas y negarse a escuchar sus quejas públicamente.
Las protestas de la clase trabajadora, por tanto, serían la mejor prueba de que los trabajadores desconfían de la relación tripartita gobierno-patrones-dirigentes.
Y esa misma desconfianza, aunada a la desesperación obrera por no tener qué comer, podría motivar un estallido social donde los trabajadores serían la punta de lanza de todo un pueblo que se niega a morir merced a los sueldos de miseria, a los impuestos y a la opresión en que vive.
Cifras que alarman
Actualmente son 9.5 millones los obreros sindicalizados que, en apariencia, gozan de prestaciones, mientras otros 12 millones carecen de representación gremial, por lo que son presa fácil del abuso patronal.
Esto de acuerdo con un estudio realizado por la empresa Warton Econometric, donde se refiere que México tiene la necesidad de crear un millón de empleos anuales para enfrentar la problemática laboral.
En dicho análisis se asegura que a los 45 millones de mexicanos que conforman la población económicamente activa, anualmente se suman 3 millones 600 mil solicitantes de empleo, estrellándose contra una exigua oferta que ahonda la tragedia de miles de familias sin ingresos, y agigantan, a la vez, la pléyade de delincuentes que para sobrevivir recurren a las actividades ilícitas.
Por si fuera poco, la Asociación Mexicana de Estudios para la Defensa del Consumidor, revela que el salario ya perdió el 40 por ciento de su poder adquisitivo; y en lo que va de este año el porcentaje aumenta considerablemente, mientras los incrementos a los productos básicos se
han disparado en forma indiscriminada, sobre todo en los productos de la canasta básica, poniendo en grave peligro la sobrevivencia de los trabajadores.
En los últimos 16 años sólo se han generado un millón 500 mil empleos.
Es decir, existe un déficit de casi 10 millones de plazas, sin tomar en cuenta que cada año se suman a la sociedad un millón de desempleados al alcanzar la mayoría de edad, de los cuales sólo el 0.2 por ciento logra obtenerlo.
Por otro lado, cabe destacar que la industria de la representación obrera ha producido miles de siglas –sindicatos, confederaciones, federaciones, asociaciones y frentes–, tanto a nivel federal como estatal y municipal, pero ninguna de esas organizaciones goza de
credibilidad.
Como tampoco las dependencias gubernamentales encargadas del sector.
¿A quién quieren engañar?
Mal se ven los candidatos a diputados federales, al tratar de sacar raja política a temas tan delicados como la seguridad pública, pues lejos de aportar sólo se dedican a desdeñar o desvirtuar los planes y trabajos que en esta materia realizan los tres niveles de Gobierno.
A esos abanderados (sobre todo del PAN, PRD y MC) se les olvida que (en un altísimo porcentaje) los miles de muertos y los cientos de afectados los generaron las guerras estériles de las administraciones presidenciales de Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa.
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