Héroes de los puentes, cruzamos los umbrales de la güeva pontificados por los acuerdos sociales. Somos un país divino, en el que la mitad trabaja y la otra mitad cruza las manos de la güeva. No la riquísima güeva de pescado, sino la güeva, esa catarsis social que significan los puentes en el calendario azteca.
Los que pastan sobre el verde de «la dolce vita», salen con sus buchacas al viento y la sonrisa de oreja a oreja, los que apenas levantan un grano de trigo, se han quedado en casa a rascarse los güevos como vulgarmente se dice.
La patria reclama a sus hijos tanta pereza, pero justifica que en su honor los clasemedieros estiren un poco las patas y los abolengos dejen la salea en los lugares más extraños y maravillosos.
La patria, la que se batió en el Cerro de las Campanas con mi General Ignacio Zaragoza, para regocijo de los anglosajones que vieron alejadas las tropas francesas de sus futuros territorios dejando vestidos y alborotados a los que pregonaban la realeza en el nuevo reino mexica.
Hoy la patria se bate en los puentes enrolados en el calendario oficial. En una batalla contra el trabajo para regocijo de la güeva. El 1 de mayo, Día del Trabajo, se inició la huelga de brazos caídos con las manos sueltas para comprar, vender y empeñar en nombre de la gloria de los obreros, de los burócratas, que entregan su alma al mejor postor en tiempos de elecciones.
Lejanos los días en que los trabajadores reclamaban y celebraban orgullosos las conquistas y los augurios de mejor vida. Lejanos los días en que los trabajadores ponían el grito en el cielo. Hoy, incorporados al día universal de la güeva son enlaces entre el poder y el despilfarro.
Mayo es el mes de la gloria de la güeva y las celebraciones se juntan para enroscarse al Día de la Madre, día en que las compras son parte de nuestra vida y los empeños de una casa dejan escuálidos a los padres, a los hijos, pero eso sí, con los beneficios terapéuticos de la güeva.
