Su rostro mustio y su voz en oración, Pancho Chocolates recorre el casco urbano con su cajita de chocolates que se alternan en ventas y autoconsumo. Sus prédicas le dan realce a sus ventas, que con habilidosa voz pega directamente en los corazones de los consumidores, ya sinceros, ya incautos, ya favorecedores de la limosna pública. Sin duda hacen su lucha por vivir, muchos de los vendedores de banqueta y plazas son limosneros furtivos. La gran necesidad económica ha obligado a jóvenes, niños y niñas a recurrir a la caridad pública con el garlito de vender chicles. En realidad, pocos son los que venden sus chicles, porque la verdad es que reciben la generosidad pública, pues el chicle no se consume, no se compra y sólo sirve para recibir la caridad. Así, decenas de niños y niñas, aturdidos de pobreza acuden todos los días a la caridad pública soslayada en la venta de chicles y chocolates.
La vida urbana en sus contradicciones de riqueza, opulencia y pobreza mundana crea nuevas figuras para la mendicidad. Pero más son lo que viven en el abandono, niños y niñas calzadas por la insalubridad y la pobreza en la de la pública. Y no faltan, los que son explotados por sus padres y vivales.
Pancho Chocolates es un afortunado vendedor a cambio de 10 pesos. El consumidor no los adquiere, se lo regresa al afortunado Pancho, que receta una perorata de las bendiciones divinas. Cada mañana, aborda la vía pública y en sus sitios de interés, como carretones de tacos, gordas y fritangas, cae como murciélago chocolateros sobre los comedores públicos para ofrecer los mismos chocolates.
Todo está muy bien, su derecho al trabajo, a vivir es muy correcto. Sólo que por las tardes, luego de su jornada, que es una verdadera friega. Se va a echar sus alipuses, a darle a las cervezas frías o colgarse de unos tragos para regresar trastabillando bien pedernal. No lleva su buena lana a su hogar, la lleva al cantinero de la esquina, que asegura el funcionamiento de la cadena alimenticia. Los pedigüeños, los pediches pues, son el resultado del abandono educativo, de salud, de pobreza extrema. Pero entre los verdaderos pediches hay pilluelos en silla de ruedas que asolan bancos y devoran a inocentes y generosas personas en la calle.




