16 diciembre, 2025

16 diciembre, 2025

Triunfalismo insensato

Golpe a golpe

Reza una sentencia que no hay nada más embriagador que conseguir el poder

Pero también nada más peligroso.

Y es una gran verdad, porque el éxito puede llevar a extralimitarse a quien lo alcanza y obnubilar su capacidad de raciocinio. Ése instrumento, por excelencia, con el que ha de manejarse el poder.

De ahí la importancia de abrevar en los estudiosos del fenómeno.

Los que recomiendan actuar con prudencia y cautela, mientras se aprende a dominar las emociones. Y no, por contrario, una vez que se alcanza la victoria.

Sin lugar a dudas cada situación es diferente. Y en función de ello la toma de conciencia resulta fundamental, para el buen desarrollo de todo proyecto.

El futuro involucra nuevas y desiguales empresas, que es menester abordar con los enfoques y dinámica que el momento y la circunstancia demanda, si el propósito apunta caminar hacia adelante.

Hay que saber dónde detenerse. Qué cambios graduales impulsar. Con qué amigos o enemigos jugar. Y cuándo consolidar lo alcanzado.

Es común que esa euforia provocada al ser un ganador coloque a la persona en un estado de invulnerabilidad. Igual lo vuelve hostil si alguien desconfía de su fortaleza y comete la osadía de desafiarlo.

Por lo tanto, es el momento del triunfo el punto clave en que hay que confiar más en la sagacidad y la estrategia, a la vez que considerar tanto a la suerte como a la circunstancias, como elementos cambiantes. Como lo han advertido los estudiosos de este fenómeno.

Resulta pertinente reconocer que el poder tiene sus ritmos y pautas; y a partir de esta base, darle su justa dimensión, a efecto de estar en la capacidad de utilizarlos a favor de la causa.

No se debe perder de vista que la esencia de la estrategia consiste en controlar el paso siguiente. Ni que la euforia, que provoca el éxito, puede alterar la facultad de interpretar y dirigir los acontecimientos que se avecinan.

Lo más común es que la victoria se suba a la cabeza. Y que vuelva al político un individuo demasiado emocional, que muestre proclividad a quedarse en lo establecido, y, en el peor de los escenarios, vivir de la fama.

Este tipo de actitudes relajan la capacidad de análisis objetivo. Sólo conducen al conformismo, al considerar, en forma errónea, que todo se encuentra bajo control.

De lo anterior se desprende una lección, que no por sencilla carece de importancia:

Los hombres y mujeres que conocen y manejan con efectividad el poder varían sus ritmos y pautas. Cambian. Se adaptan a las circunstancias y responden, en lo inmediato, a las contingencias.

Es decir, jamás pierden la dimensión del lugar que ocupan y menos se marean.

El símil del manejo del éxito y los asuntos públicos, bien podríamos encontrarlo en una de las primeras recomendaciones que hacen los instructores de equitación a los discípulos: “antes de domar el caballo, hay que domarse uno mismo”.

¡Vaya lección en que tienen que abrevar los candidatos a diputados federales!

 

Sector desatendido

Los escenarios político-electorales que cada uno de los partidos advierte conforme a su propia conveniencia, en parte son los mismos que percibe la opinión pública.

Sin embargo, los diez membretes participantes en este proceso sólo atienden un marco cualitativo en las campañas –es decir, las localidades más pobladas de la geografía estatal–, soslayando lo cuantitativo –que involucra todos los casos–, aún sabiendo que unas y otras, en las urnas, son tal vez no igual de importantes por los votos que arrojarían, pero sí tienen la misma jerarquía constitucional y los mismos derechos.

De ahí que erróneamente la atención partidista se haya concentrado en gran parte y sin razón de ser –cuando se busca privilegiar un sistema democrático–, en las localidades más pobladas del estado, como si las restantes no les interesaran.

Y que conste, me refiero a municipios tan o más productivos que los altamente atendidos en la etapa constitucional de campañas.

Por eso a nadie debe sorprender el resultado electoral que ahí se dé el domingo siete de junio.

Menos cuando los candidatos de las demarcaciones rurales son los que mantienen un mejor contacto directo con sus comunidades que, por cierto, son las que más acuden a las urnas para elegir a sus legisladores uninominales.

Manipuladas o no, pero de que votan, ¡claro que lo hacen!

Entonces, ¿por qué la desatención partidista?

 

Voto verde

En toda contienda intermedia para elegir legisladores del Congreso de la Unión (léase diputados), el llamado voto verde es, sin que tenga duda, el que más codician los candidatos.

Tanto del Partido Revolucionario Institucional (PRI) como de Acción Nacional (PAN), del Trabajo (PT), de la Revolución Democrática (PRD), Nueva Alianza (Panal), Movimiento Ciudadano (MC), Verde Ecologista de México (PVEM), Encuentro Social (PES), Humanista (PH) y Morena (Movimiento de Regeneración Nacional).

Esto se ha confirmado en otros procesos, con menos partidos. Y por supuesto con menos candidatos.

Sin embargo en los procesos intermedios, es la gente del campo la más olvidada por el centralismo partidista –hablo de todos los órganos–, aun cuando ha demostrado ser también la que más se involucra, de motu proprio, en las campañas.

De ahí que su voto, regularmente, se emita por la afinidad política o personal que tengan con los candidatos y no por disposición de los dirigentes municipales, pese a que en la víspera de la jornada comicial, éstos acostumbran repartir dinero para comprar voluntades.

También despensas y materiales de construcción.

Afortunadamente el sector rural ya no deja engañarse.

Prueba de ello es que hasta en las comunidades más recónditas de Tamaulipas se ha dado la alternancia.

Por tanto, los pobladores de los distritos considerados rurales, hoy de nuevo tienen la oportunidad de votar libremente y sin temor a que sea conculcada su voluntad.

Al menos así lo creo por la vigilancia extrema que ofrece establecer el Instituto Nacional Electoral (INE) horas antes, durante y después de las votaciones.

 

Cacicazgos en desuso

La consideración plasmada líneas arriba, en cuanto a la libertad que tiene la gente del campo para expresarse en las urnas, no surge al calor de los acontecimientos, pues desde antes que iniciaran las campañas le comenté –en este mismo espacio–, que los viejos caciques, cuyo ocaso se percibe cotidianamente en el campo, actualmente ya casi nada tienen que ofrecer a cambio de seguir gozando de las canonjías; los privilegios y el tráfico de influencias que regularmente les reditúa jugosos contratos de obra pública.

Sin embargo algunos candidatos a diputados federales hacen como que les creen, mientras los otrora amos y señores de las comarcas ya se ven ridículos pontificando, pues para nadie es secreto que (hoy) carecen de influencia política.

Además su presencia en las comunidades es unipersonal, porque la pérdida de autoridad asoma al ya no ser capaces de manejar (o someter) siquiera a todos los integrantes de sus propias familias, como lo confirma el hecho de que en un mismo clan exista controversia ideológica y varias militancias partidistas.

Usted quizá fue testigo, le informaron o simple y llanamente lo sabe de oídas, que antaño las posiciones legislativas se otorgaban casi en exclusiva a quienes recomendaban los caciques regionales, por, según ellos, ser ésta la única forma de garantizar tranquilidad social en las localidades y, por ende, gobernabilidad.

En aquél entonces, bien lo sé y es público, los caciques financiaban candidaturas, obstaculizaban otras, controlaban los órganos electorales, ejercían descaradamente el ‘dedazo’, manipulaban el voto, animaban el relleno de urnas, ordenaban el robo de las ánforas cuando sentían que el escrutinio sería adverso a su causa, a sus opositores solían amenazarlos abiertamente; exigían a los presbíteros que desde sus púlpitos indujeran el voto y hasta eso, ya concretado el proyecto, se daban hasta el lujo de administrar los recursos públicos discrecionalmente, sin que la autoridad pública en funciones, ‘apadrinada’ por ellos, osara oponerse.

 

Práctica desterrada

Esa vieja maña –la de los cacicazgos–, si bien es discutible que en otras épocas cumplió una función, hoy está al borde del aniquilamiento.

Pero los que aún creen ejercer soberanías regionales, todavía no lo entienden y se muestran irreverentes ante los políticos más jóvenes que ellos, quienes, por cierto, les dan coba para no pelear y hacen como que los necesitan en su proyecto inmediato, cuando en el fondo lo único que éstos viejones provocan, es tanta pena como diversión, pues sabido es que el tiempo no perdona y a muchos de los caciques ya se les van las cabras.

En cualquier manifestación, mitin, reunión, encuentro, asamblea o como les llamen a las concentraciones de campaña, regularmente hay caciques en decadencia –disfrazando su verdadera piel de lobo con una de oveja, haciéndose llamar clase política–, para supuestamente avalar a los candidatos.

Y desde su arribo a esos eventos, el cacique anacrónico recibe una atención especial; se le cita públicamente, se le aplaude –¡ah!, pero eso sí, con mucha ‘efusividad’–, y en cuanto se va, los comentarios que se vierten sobre su figura son de desprecio y pena, pero con harto disimulo.

Incluso, sé que los políticos modernos poco los toman en cuenta por saber que ya nada representan; que están más devaluados que el peso, y que su aportación en el terreno político-administrativo vale tanto como la de cualquier otro ciudadano.

Surge esta reflexión por la proximidad de los comicios –que tendrán lugar en catorce días más–, y tras observar que en el campo todavía se dan intentos de cacicazgos; y que éstos se fincan en el hecho de que los dueños del teléfono rural, que también son propietarios de la tierra, del ganado, las parcelas, los solares, la tienda, la cantina, la veterinaria, el depósito de cerveza y otros negocios, creen que igual pueden decidir por sus semejantes en los asuntos político-electorales.

Pero están equivocados, ya que los caciques, desde hace muchos años, dejaron de ser sustento del triunfo priista.

Y sobre todo, productores de votos.

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