Me gustaría ir a votar la reforma energética. Estuvimos a punto de poder hacerlo; la clase política lo ofreció, se reformaron leyes para que esta votación fuera acompañada de preguntas clave sobre asuntos del mayor interés nacional. Pero recurriendo a minucias abogadiles la Suprema Corte de Justicia de la Nación le sacó la castaña del fuego a quienes en realidad no querían que pudiéramos expresar nuestra opinión.
Me gustaría votar la reforma fiscal. Es decir una de verdad que nos llevara a que nuestros ricos y las grandes empresas pagaran el nivel de impuestos que se paga en el promedio de países de la OCDE. Ya no digo el nivel de impuestos de Suecia o Dinamarca, sino simplemente el de Argentina, Brasil o el promedio de América Latina. Porque para los ricachones, México es un paraíso fiscal.
Me gustaría votar la autosuficiencia alimentaria del país y la creación de una reserva estratégica de alimentos con miles de pequeñas bodegas y puntos de compra de la pequeña y mediana producción agrícola. Este gobierno se comprometió formalmente, en el Programa Sectorial Agropecuario a que a fin de sexenio tendríamos seguridad alimentaria; es decir que el 75 por ciento de los alimentos básicos se producirían internamente. Lo hizo siguiendo el mínimo recomendado por la Organización Mundial para la Alimentación. Pero no lo cumple; no avanzamos hacia la meta.
Por eso me gustaría votar la revocación de mandato. Es decir que a los dos años, o a la mitad del periodo de ejercicio de un diputado, senador, gobernador o Presidente de la República, pudiéramos votar si sigue o no adelante.
Me gustaría votar por la democracia sindical. Es deprimente que los jornaleros de San Quintín tengan primero que deshacerse de los contratos de protección y los sindicatos blancos para que se les reconozca su propia organización y puedan negociar con patrones y gobierno.
Son muchas las cosas por las que me gustaría votar; algunas de ellas en las urnas y mediante referéndum. No todas es posible votarlas directamente, para eso elige uno representantes. Pero los candidatos que quieren representarme no me dicen que opinan de estos asuntos y tampoco de otros de importancia: comercio exterior equilibrado; política industrial nacional; recuperación salarial; una cadena de televisión pública orientada a la educación y el análisis; combate a la corrupción y la impunidad; despenalización de drogas con altos impuestos a su consumo; un mejor sistema de salud.
Imaginemos que este próximo domingo, además de trata de adivinar si un candidato es honesto por su foto, se pudieran votar tres o cuatro cosas realmente importantes y atractivas: digamos, como mero ejemplo, reforma energética, autosuficiencia alimentaria y revocación de mandato. Mi opinión es que eso habría obligado a los candidatos a entrarle en serio a explicar sus posiciones y los conoceríamos mucho mejor. Por sus actitudes y coherencia en esos puntos tendríamos elementos más serios para definir nuestras preferencias como votantes. También iríamos a las urnas con entusiasmo sabiendo que nuestro voto se traduciría en una decisión importante. Podríamos votar a favor o en contra; podríamos ganar o perder. Lo esencial es que los mexicanos compartiríamos el sentimiento de participar en un ejercicio democrático relevante. Y, lo que es fundamental; una democracia relevante es el sustento esencial de un gobierno legítimo.
Me asusta ver que marchamos en rumbo contrario; amplios sectores de la población consideran que nuestra democracia, en particular la votación del próximo domingo es irrelevante y sólo sirve para darle un delgado barniz de legitimidad a un navío sin rumbo.
Algunos pocos han decidido ventilar desagravios descarrilando la elección en varias regiones. Es otra abolladura en la carrocería de un gobierno que pretende ser reconocido y legitimado internacionalmente. Esos tumbos electorales deberán ser enfrentados a fondo, no como delitos sino como expresiones políticas, con decisiones que fortalezcan nuestra democracia y que sería fácil instrumentar. Estoy convencido que las posiciones extremas no podrían florecer en una sociedad que viera estas elecciones como una oportunidad para tomar decisiones relevantes. Poner a votación reformas rurales, sindicales y energéticas nos haría acudir en masa a las urnas y esta sería una verdadera fiesta de entusiasmo popular.
Esto nos prometió la clase política para estas elecciones; y no cumplió. Son elecciones baldadas, de escaso poder democrático y donde el ciudadano tiene que jugar a ¡encuentre la diferencia!
No obstante no se vale la apatía; hay que aprovechar lo poco que tenemos para enviar el mensaje más contundente posible: queremos un cambio de fondo. Yo iré a votar, es decir a marcar las papeletas, para dejar en claro que ninguno me convence.