Es sorprendente su evolución.
Hasta hace algunos años, las plazas de consejeros electorales eran consideradas una especie de premio. Una prebenda para quienes eran fieles al sistema, en donde inclusive quienes poseían tintes de izquierda o de derecha radical, entendían su papel. Desde luego que han existido excepciones, pero han sido precisamente eso, excepciones.
Los propietarios de esa encomienda siempre han tenido también una suculenta zanahoria frente a ellos que los hace caminar con bríos. Un jugoso sueldo por varios años con una labor descansada, trabajo de oficina con clima artificial, respeto y amplias consideraciones en el ámbito político.
En este año quienes resulten elegidos tendrán una limitación que muchos quisiéramos: “sólo” podrán ganar un máximo de 128 mil pesos mensuales. Tendrán que sacrificarse por la Patria al percibir esa “pequeña” cantidad.
Pero. ¿Es suficiente ese ingreso para justificar el virtual asalto que llevan a cabo al Instituto Estatal Electoral una nube de aspirantes a ser consejeros?
No lo creo. Y le diré el porqué de mi opinión personal.
Ayer, en un trabajo periodístico del reportero Arturo Rosas, salió a la luz que prácticamente todas las gamas profesionales, políticas y sociales de Tamaulipas van a la caza de una plaza de consejero. Desde ex alcaldes, ex delegados federales, ex dirigentes gremiales y una sarta de más “ex” aderezada con la pimienta de algunos periodistas, pueblan esa nube de aspirantes.
Sin duda es legítima esa búsqueda en muchos de los protagonistas. Me queda claro que las dos trabajadoras de la comunicación registradas —entre ellas la excelente periodista Lucía Calderón— tienen la preparación y la vocación social para esa tarea. Con ellas camina otro grupo de candidatos que también honrarían esa responsabilidad, lo que inclusive ya han demostrado en la misma tarea, como es el caso del consejero Arturo Zárate.
Pero insisto: ¿Por qué ahora tantos aspirantes?
La verdad, el extraordinario número de “querientes” llama no sólo a la sorpresa, sino hasta a la sospecha.
Y bajo mi óptica, hay motivos.
El proceso electoral local que sigue, el del 2016, significará una de las experiencias más importantes de los últimos 50 años en Tamaulipas. No sólo por la sucesión del gobernador, sino por las circunstancias excepcionales en que se desarrollarán esos comicios, con el mayor número de precandidatos de que se tenga memoria en los principales partidos, con tiempos acotados para las campañas, con dinero restringido hasta casi la pobreza, con administraciones achicadas y con la apariciónn de los candidatos llamados independientes.
No creo exagerar si calificó a esa elección como un parteaguas de la política.
Y ¡bingo! los consejeros electorales serán los ejes de ese proceso. Serán centros, polos, fieles de la balanza, soles, vigías, jueces. En una palabra seran todo. Serán los hombres y mujeres más buscados, más atendidos, más deseados y mientras dure el proceso que atenderán, los más amados.
Auténticas “prima donna”.
¿Pero todo esto qué tiene que ver con la sospecha?
Bueno, no puedo remediar el lado oscuro de mi conciencia que apunta a buscar las miserias humanas. Hay historias negras en el pasado cercano sobre la actuación de algunos consejeros y la forma en que esa conducta engrosó sus cuentas bancarias.
Espero y lo digo con convicción, que no sea éste el caso de algunos correteadores de esos sillones.
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