No hay cosa más dramática que morir con los ojos pelones en la nota roja de los periódicos, de pies abiertos como en dos secciones, con las cejas caídas y la sonrisa muerta. O la muerte del “salario del miedo” en una motocicleta con las pizzas en la choya y desparramados los ojos y las voceras por el duro pavimento.
De la locura urbana nadie se escapa en los ronroneos en los autos con el celular incrustado en la garganta y con los güevos estrellados en cualquier poste de la esquina.
O en bata, con los dibujos estampados de las pantaletas y los caireles y chongos tempraneros sin soltar el celular mandando recados traicioneros y cortando flores de los jardines ajenos para darse un trompón en una pasada de alto o en un amarillo convertido súbitamente en rojo aplanando la calle.
O que se meta un ladrón a llevarse las joyas de la familia, la medalla de los 50 años, la chequera, el reloj y el anillo de la abuela y caja de alcanforina. Nada más gacho que se lleven las cartas de amor cuando éramos mozalbetes y agregamos a las cartas una flor marchita y nos dejaban un beso plantado en los cachetes para toda la vida.
O que se lleven el vestido de novia de la abuela y dejen la castaña deshilada y los espejuelos rotos. Ser urbano el que conviven con otros seres de cera que se derriten en traiciones y vendetas callejeras para morir a pedradas o aventado en un pozo de desdichas.
Nada peor que plantarse de bobo en la plaza a ver si le cae algún tirito de la primera chupe soplas de la tarde o de perdido un arcoiris tan de moda por aquello de los transgéneros.
Ser urbano y hacerle al loco con eso de la equidad de género que es una supuesta repartición de justicia y democracia en medio de los mareos universales de los bigéneros, transgéneros, y lenguas largas de cuero duro.
Ahora con la libertad de género ya no sabemos dónde meter la pata o dónde meter la manlo sin saber si es de chile o de manteca.
Tortas y tortillerías, la infructuosa batalla de las vírgenes y el poder de las amazonas que se reparten sus feudos para el ágape nocturno de la nómina.
Locura urbana para nuevos locos, para empedernidos, para pordioseros del alma, para robachicas de latidos frescos, para cinturitas y padrotes, para los que buscan y buscan por las calles y para los que engañan bobos que hacen como que escriben y pintan sus rayitas sobre el tigre.